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La economía del bien común
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La economía del bien común

Actualizado 13/10/2015
Charo Alonso

A mí todavía me resuenan los ecos de una voz prodigiosa que aboga no por el bien común, sino por el más común de los sentidos: Cristian Felber.

A uno le encantaría puentear a gusto, sin más problemas que disfrutar de tres días, y hasta de la lluvia, los locales llenos y las calles ahítas de madrileños, que deben ser los más agradecidos a la hora de perderse por ahí? pero claro, la realidad con toda su crudeza nos explota en la cara y no hay pincho ni cita vitivinícola en la Sierra que lo remedie. En Turquía se impone la sinrazón y en Siria la cosa va de ridiculeces: díganme sino cómo denominar al fenómeno por el cual la Rusia del zar Putin bombardea a los rebeldes entrenados por el imperio americano. Verdaderamente de locos, por eso es mejor irse a la comedia nacional a ver el desfile militar con todo y cabra, confiando en que las princesitas no se aburran y la reina lleve pantalones. Yo llegados a este punto del otoño, muy lectores míos, me enfundo los vaqueros y ya, que lo de las medias y los faldumentos quedará muy bien en las ceremonias militares, pero tengo la mala costumbre de engancharme por todas partes y acabo con más carreras que Cristian Felber? de quien, por cierto, no sabía que se dedicaba al baile.

[Img #451529]Créanme, yo soy una optimista irredenta, por eso, en medio de este juego de guerras no declaradas, que parecemos vivir los tiempos de la Edad Media española, todos contra todos en un proceso de batallitas inacabables, me dedico a meditar sobre la economía sostenible y demás zarandajas de buena voluntad. Y todo gracias a este profesor de economía que no es economista y sí hispanista, historiador y lo que se tercie. Cristian Felber es un hombre guapo, capaz de divulgar con gracia y sencillez cualquier concepto para demostrarnos que hay otra manera de hacer economía, la del bien común, de la que es inventor e incansable defensor. Uno lo escucha en su español perfecto, con ese encanto pelirrojo y peligroso de actor de cine devenido profesor e iluminado. Y miren ustedes, como que me gusta la idea, como que me leeré sus libros con fruición, porque esta situación tremenda de guerra soterrada y, sobre todo, de terror económico es, sencillamente, insostenible. Una sola alternativa, por buenista y utópica que me parezca en un primer momento, la doy por válida. Por eso le rezo a este no economista de las buenas intenciones que ha visitado hace un par de semanas la ciudad dejándonos un buen sabor de boca que aún paladeo, y ya de paso, a la periodista bielorrusa que la Academia Sueca ha tenido a bien descubrirnos y cuyo nombre me aprendo para leerla también con unción agradecida: Svetlana Aleixievich, una pluma contraria al todopoderoso poder ruso de un Putin que tiene más peligro que el gordo seboso y ridículo de Corea que parece un cerdito de dibujos animados. Si es que el mundo es de una tontería tan insoportable que dan ganas de cerrar los diarios, los ordenadores, las tablets y sí, esta vez sí, irse a celebrar la vendimia y el hecho de estar vivos en medio de esta batalla campal de barbarie medieval. He dicho.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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