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El Museo Carmelitano incorpora una talla de la transverberación de Santa Teresa de la Colección...
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DE FORMA TEMPORAL DURANTE SEIS MESES

El Museo Carmelitano incorpora una talla de la transverberación de Santa Teresa de la Colección...

Actualizado 03/08/2015
Roberto Jiménez

ALBA DE TORMES | Señaladamente devocional, se acomoda al modelo que acuñara Bernini, tanto en la forma como en la expresión de las figuras de Santa Teresa y el ángel

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Desde hoy y durante un plazo inicial de seis meses, puede verse en la sala superior de CARMUS un grupo escultórico con la transverberación de Santa Teresa procedente de la prestigiosa Colección BBVA. Es un conjunto en madera dorada y policromada, una obra anónima barroca, de finales del siglo XVII, de formato reducido (56 x 54 x 33 cm), de alta expresividad y delicada ejecución.

La obra es la segunda que visita temporalmente el Museo, tras el Cristo atado a la columna de Juan de Juanes de la parroquia de San Juan de la misma Alba, y se está estudiando la posibilidad de prolongar la estancia de la misma en CARMUS.

La instalación de la pieza ha sido dirigida por el conservador de la Colección BBVA, D. Didier Gasc, a primeras horas de la mañana, y tras ella CARMUS expondrá una primera escultura de bulto redondo de la Transverberación, tema muy representado pictóricamente en el Museo, pero que únicamente se recogía en dos pequeños relieves.

La misma Santa narra autobiográficamente el tema representado en su Libro de la Vida. Capítulo XXIX

«Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla;?. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan?. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento».

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