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Un día cualquiera
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Un día cualquiera

Actualizado 07/10/2015
Rafael Bellota Basulí

Ajusto el nudo de su corbata, bebió de un trago su café y dio un beso a su mujer.

Guardó su cartera, los dos teléfonos móviles y su paquete de cigarrillos.

En la puerta le esperaba el coche oficial, brillante, inmaculado y con un joven conductor de traje y corbata también, pero de confección en su caso, no como el traje hecho a medida que lucía el consejero.

Una vez en ruta, hizo la primera llamada. En un tono familiar y distendido comentaba como el encuentro iba a ser hoy, sólo pedía discreción y un poco de paciencia para que pudiese disponer de la excusa y ajustar los tiempos a conveniencia de los dos.

El tono de la conversación, los detalles y un 'yo también te quiero' como despedida, podían perfectamente haber llevado a al joven del volante a pensar que se trataba de una llamada amorosa, pero la costumbre de haber oído muchas conversaciones parecidas, tantas mañanas y con distintos personajes al otro lado del teléfono, no le llevó a considerar en ningún momento que se tratase de un lío de faldas.

Cuando llegaban a la Avenida de la Constitución, el consejero, sacó su otro teléfono y llamó a su secretaria para que le organizase una comida en el restaurante y la mesa de costumbre con el delegado de la empresa con el que se había reunido la tarde anterior.

Pasó la mañana entre alguna llamada de rutina, el repaso a la prensa, una entrevista telefónica para la radio relativa a la subida de la tasa de basuras y a media mañana una rápida salida acompañando al presidente en la inauguración de una planta de reciclaje de residuos urbanos.

A las dos estaba de vuelta en su despacho y tras firmar una resolución medioambiental, salió hacia el restaurante donde ya le esperaban el otro comensal.

El consejero era divertido, campechano y dicharachero. Colega de sus amigos y simpático con sus enemigos.

Tras los cafés y el cordial abrazo de despedida, recogió su desgastada tarjeta 'black' y pegó un último trago al 'whisky' con dos hielos ya de pié.

Llegó al despacho firmó las dos adjudicaciones y se recostó en su sillón. Sacó el móvil y con la aplicación de la calculadora hizo unas cuantas operaciones, porcentajes, nada de formulas complicadas. Una sonrisa automática se dibujó en su cara. Había sido un buen día.

Camino de casa preguntó al conductor como había quedado el partido de fútbol.

Cogió su teléfono e hizo una llamada. Comentaba que estaba agotado, pues había sido un día de mucho trabajo, preguntó si ya habían solucionado la avería de la piscina de la casa de Marbella. No hubo un 'te quiero' como despedida.

El conductor sabía que acababa de hablar con su mujer.

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