Historias en un autobús urbano

Por las mañanas la rutina se transforma en hábito sin darse uno cuenta. Cuando suena el despertador los tiempos se calcan un día tras otro sin que haga falta mirar el reloj. De lunes a viernes, todo ocurre casi milimétricamente hasta la hora de salir de casa.

Después, en una gran ciudad es inevitable el transporte público. No falta el "buenos días" al subir al autobús y tampoco la contestación del conductor. Sentarme en la primera fila, al lado de la puerta o detrás del conductor, también se ha convertido en un hábito, tal vez porque a esas horas está vacío al llevar sólo un par de paradas de la ruta o porque a uno siempre le llamó la atención conducir autobuses, trenes o pilotar aviones.

Es el momento de consultar instintivamente en el móvil las noticias y leer mensajes?, pero sobre todo de asistir a una clase práctica de psicología humana. Van subiendo personas de generaciones distintas, algunas se repiten a diario y, uniformadas o no, con el bolso de la tartera o sin él, de manera inconsciente te obligan a imaginar a qué hora se habrán levantado, cuánto tiempo tardarán en llegar a su destino, en qué trabajarán...

A medida que avanza el viaje, salvo los pequeños grupos de escolares, el silencio en el autobús se mantiene sepulcral. Los más jóvenes, todos con su móvil y sus auriculares, y muchos mayores también con el móvil o con su libro o su iPad. Tan absortos vamos en nuestras cosas que casi nadie mira a los ojos ni saluda?

Y realmente fui consciente de esto cuando el conductor me lo dijo, ya que durante toda la semana suele ser el mismo a primera hora de la mañana por aquello de las rutinas horarias, así que en año y medio ya he conocido a unos cuantos al volante en esa madrugadora ruta y con alguno hasta nos llamamos por el nombre.

La primera conversación surgió de manera espontánea, cuando me dijo de sopetón una mañana: "¿Sabes que eres de los pocos que saludan con una sonrisa y en voz alta?"? Con lo serio que parezco yo, pensé, pero le dije las dos cosas que se me ocurrieron: que creía que era lo que había que hacer al entrar en un sitio y lo que me habían enseñado, y que no era de Madrid?

Esto último sirvió para romper el hielo y crear cierta complicidad, hasta el punto de que ahora he saciado muchas de mis dudas sobre autobuses. Sé que "se conducen solos", conozco sus turnos, la fidelidad a una emisora de radio y algunas de las mil y una anécdotas que viven a diario, algunas heroicas, por cierto, como cuando Domingo, que así se llama, se bajó del autobús para perseguir a un carterista y fue jaleado al regresar con el objeto sustraído?

Tanto he avanzado en mis prácticas de psicología humana madrugadora que hasta tengo una teoría propia que dice algo así: a mayor amabilidad y mejores modales recíprocos, más suavidad en la conducción y más paciencia con los viajeros? No es empírica y seguramente no tenga nada que ver una cosa con otra, pero a primera hora de la mañana son 15 minutos divertidos, y después de haberme confesado Domingo lo duro que es estar tanto tiempo sentado, concentrado, y que lo que más le duele de su trabajo es que se hayan perdido los buenos modales y la cercanía, creo que no voy desencaminado con la teoría.