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Discurso de apertura
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Discurso de apertura

Actualizado 21/09/2014
Raúl Vacas

Hoy mojo estas palabras en la taza de café de Portugal para cruzar bien la mañana. Porque después de tantos días despertándome a las diez y bostezando hasta las once ya no hay juez que me levante de la cama, ni cadáver. Lo reconozco. Soy un ludópata de mi juego de sábanas de Holanda. Un lirón careto.

No sé. Tal vez será mejor no hacer la cama y holgar hasta las doce. Con lo a gusto que se está en la piltra descontando las ovejas de la noche. O desperezándose como en las pelis de Charlot. O dándole a la tecla REW de nuestros sueños para leer, por orden de interpre-tación, los títulos de crédito.

Con lo grato que se está buscando entre la funda de la almohada algún regalo o una citación del Ratoncito Pérez a cambio de una muela, la del juicio. Imaginando a un hombre rana despertando con el beso de su princesa. Aprovechando la propina del reloj, como el que apura una caricia, antes de condenarse al lunes y a las clases.

No sé vosotros pero a mí no hay despertador ni gallo de corral que me saquen de mi exilio voluntario cuando me arropo en la mañana y me prometo un rato más. Cuando decido hacerme el remolón y me abrazo a las mantas como a una mujer a punto de partir en algún tren de lejanías.

Quién fuera Reig Martí para reinar en el país de colchones. O Richeliu, para viajar de un lado a otro en una cama. Qué lujo recibir a las visitas en un cómodo triclinio como un emperador con algo de lumbago. Hacer la guerra y el amor en un camastro. Resucitar entre el olor a suavizante, después de una resaca. Rezarle como un niño a las esquinas de la cama y a los ángeles (de Prosegur) que las guardan.

Qué invento el de la cama. Que deseada frontera para la migración nocturna. Qué territorio compartido con la muerte. Qué reino prometido el de la cama.

Un nido para los enamorados. Un coto de caza para los depredadores de la noche. Un ring para los desenamorados. Un patera para el soñador.

En una cama se reconciliaron Carlos VIII y el Duque de Orleans y allí durmieron juntos como prueba de mutua confianza.

En una cama de oro inventó Alejandro Magno su imperio. En una cama se reunía Felipe IV el Hermoso. En una cama dormitó la depresión, durante casi un año y medio, Carlos XII de Suecia. Desde una cama dictaba Goethe sus obras. En una cama escribo yo estas líneas soñolientas. Ay, la cama. Qué bendición, qué táctica, qué excusa.

Mapana creo que no voy a ir a trabajar. Quiero quedarme aquí, acurrucado, durmiendo el sueño de los justos. Y si me echan a a mi plín?

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