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Elogio del WhatsApp
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Elogio del WhatsApp

Actualizado 01/08/2014
Luis Miguel Santos Unamuno

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Para dar cumplido homenaje al título que he robado a Erasmo y a Kundera, entre otros, lo primero será desmarcarme de la condición de mero adulador que diría el primero para que no parezca que he sido sobornado por los magnates y voy a acabar vistiendo a la corneja de ajenas plumas o haciendo de una mosca elefante. Afirmo, pues, que he atacado en variadas ocasiones ese papanatismo que rodea a las nuevas tecnologías (como si fueran -son, lo sé- la nueva piedra filosofal) sobre todo cuando, siendo prodigiosos instrumentos, es decir medios, los convertimos en adorados fines.

Claro que Erasmo eligió a la estulticia para elogiarse a sí misma y en mi caso, aunque pionero de los mensajes de texto (mis facturas de los años 90 lo atestiguan) no tengo acciones en ninguna empresa del ramo, qué más quisiera, y tardé mucho tiempo, el que me permitieron dilatar las compañías telefónicas, en apuntarme a eso del WhasApp. Pero algo capaz de engendrar a tanta velocidad un neologismo imparable como guasapear (ya vendrá la RAE dentro de unos años para decirnos cómo debe escribirse) merece sin duda algún tipo de elogio y a ello me pongo. El contexto manda: ando viajando por el extranjero y el denostado teléfono móvil que nos está atontando me ha permitido realizar una serie de funciones, importantes o menos, que han hecho el viaje mucho más cómodo y placentero.

Siempre hay alguien más mayor que uno y que tiene anécdotas más jugosas pero pude sufrir o disfrutar de niño de aquello que se llamaba "poner una conferencia" y en la que se veía envulta una tercera persona, la operadora (siempre eran mujeres), a la que informabas de lo que querías y luego ella te llamaba a casa. Y así estábamos, las manos sobre el mantel de la camilla, esperando a que nos avisaran de que nuestra conferencia estaba disponible. Y no tan antiguo pero más fastidioso ha sido el tener que pagar tarifas exageradas por las llamadas nacionales pero sobre todo internacionales que las compañías se empeñan en no rebajar aunque los estudios demuestran que es abusivo y haya incluso leyes comunitarias sobre tránsito de datos cuyo cumplimiento demoran interesadamente. Que se chinchen Vodafone and Co., que está aquí el WhatsApp, cuyo nombre encierra un brillante calambur (en inglés).

En fin que ya sé que usamos demasiado el móvil para decir que ya estamos en el autobús o comunicar cientos de asuntos inanes pero a mí este verano el wi-fi de mis anfitriones en el extranjero me ha permitido, a despecho de las grandes compañías de telecomunicación que se han quedado con un palmo de narices por la escasa utilización de las llamadas o de los mensajes de texto por vía ordinaria, realizar gratis un montón de actividades que me han ido requetebién: retocar mi medicación desde 3000 km de distancia con los prudentes consejos de mi hermana médico; acordar la hora y día en que me vendrían a buscar al Aeropuerto; mantenerme en contacto de las decepciones y alegrías de mi sobrino que -y me perdonen por fardar del niño, un fenómeno- está jugando el Campeonato de España de ajedrez para menores de 12 años; emocionarme con el crecimiento paulatino de mi sobrima adolescente que cada vez está más guapa ?aunque empieza a entrar ya en territorios pantanosos- en sus fotos de perfil. Y eso por no hablar de otras cosas más prosaicas como comentar con mis hermanos los fichajes del verano -¿qué quieren?- del Real Madrid. (Los tengo desperdigados convenientemente lo que me permite, con la excusa de ir a visitar a mis sobrinos, disponer de una semana de tío gorrón en diferentes lugares de costa y montaña) o abordar la organizacón de una situación personal muy delicada. Y por whatsapp no te llegan multas, ni avisos de Hacienda ni embargos. De momento.

Todo ello, y esto es también muy importante, bien aderezado con fotos tomadas ad hoc para ejemplificar aquello que nos estamos contando (no me gusta mucho el dichoso dicho ése de la imagen y las mil palabras pero en este caso me viene al pelo). Así he podido satisfacer mi alma de reportero venido a menos (¿me vendrá de los tintines que todavía releo?) o colaborar con la colección de otra de mis hermanas sobre carteles de puertas de WC. Si me doy maña se los adjunto con este artículo.

Este WhasApp barato a rabiar me ha hecho evocar incluso una de las sensaciones más placenteras que recuerdo, la de buscar y hallar una carta en el buzón al llegar a casa, una carta de verdad, que enseguida lo notabas porque los sobres eran cuadrados, y no rectangulares como los de las facturas o la publicidad. Casi nunca había pero se nos llenaba la cara con una sonrisa cuando la avistábamos.

Aunque a lo mejor no he entendido a Erasmo y lo bueno de la necedad es permitirte vivir ajeno a todas las preocupaciones y disfrutar de tus vacaciones, precisamente lo contrario de lo que he hecho.

Eso sí, prometo que no le dediqué ni un minuto a Candy crush.

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