Sociedad distópica

Ni de ficción, ni novelesca: real. La sociedad mundial que venimos construyendo entre todos está en un momento peligroso y los salvadores que surgen no parecen ser los más aconsejables, salvo que pretendamos acabar reventando todo.

Los innumerables conflictos bélicos repartidos por el mundo, algunos muy enquistados, siguen ahí, aunque nos falte información puntual de muchos de ellos. Los últimos acontecimientos de Ucrania pueden encender una mecha difícil de apagar. Parece que Rusia, o el Sr. Putin, no acaban de aceptar la desaparición de la URSS y no se resignan a perder el control de zonas estratégicas militar y económicamente, por su ambición de poder. Y no reparan en barbaridades, cuesten lo que cuesten, incluidas vidas humanas. A excepción del Continente Oceánico, que está preparado por si le llegan mal dadas, en los otros cuatro Continentes no cesan los enfrentamientos. ¿Qué nos pasa? ¿Queda alguien con sentido común y humanidad para detener esto?

Pero lo indeseable de esta sociedad no se queda en lo bélico, que está más localizado. Es una epidemia global la mala praxis política del día a día, en todas partes. El egoísmo y la ambición de unos pocos (aunque sean muchos) ha sembrado de auténtica basura la sociedad mundial y la nuestra es un claro ejemplo que nos afecta directamente y que no debemos consentir. El resurgimiento de movimientos sociales, no todos aconsejables, debería servir de advertencia a quienes tienen el deber de cortar por lo sano y cumplir lo que prometen y lo que a todos nos exigen las leyes, a ellos también, que además las hacen. Gobernar con tibieza, esperando que una coyuntura diferente y favorable en algún aspecto importante cambiará el rumbo que se vislumbra, es una temeridad y una auténtica dejación de responsabilidades.

El liberalismo que aborrecen algunos, pero que tan buenos resultados les proporciona y en el que viven tan "agustito", no puede evolucionar hacia posiciones totalitarias, aunque las adornen con palabrería demagógica. La sociedad está quemada porque se la ha conducido a una situación crítica, provocada por quienes no han sabido o querido administrar lo que es de todos. Y ha sido y está siendo la pagana, en su más amplio sentido, de los desmanes de unos sinvergüenzas, de todo signo y condición, que no han "reparado en gastos" y en "trinques". Si en este contexto, te aparece una voz nueva que pregona la depuración del sistema, manejando la propaganda divinamente y teniendo apoyos hasta de sus más encarnizados detractores que le dan cobertura y notoriedad, es lógico que, en algún sector más influenciable de la sociedad, surjan apoyos. La cuestión que no puede pasarse por alto es que esta nueva voz también miente, también tiene su ambición, no hace ascos al poder y al dinero y el modelo de sociedad que defiende para la plebe está caduco y es un engendro generador de miseria y carente de libertades. La cartilla de racionamiento es su aspiración final.

A esta sociedad distópica, indeseable nos han conducido y no nos alumbran mejores velas si no reaccionamos ante propuestas también distópicas. Aspiremos a lo utópico y dejemos que el tiempo nos sitúe en una realidad más cercana, pero mejor y más limpia que la que vivimos. Mientras eso llega, no perdamos de vista a los unos y a los otros. Pongámonos todos en nuestro sitio.