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Atrapado
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al hilo de las tablas

Atrapado

Actualizado 23/07/2014
Fermín González

Los aficionados a los toros siempre han estado en minoría, y cierto es que al igual que en otros espectáculos, cuando lo que ocurre en el mismo no le satisface, siempre amenaza con no volver a pisar el recinto... pero la afición cuando es de verdad pesa m

El aficionado taurino tiene capacidad fabulosa para la espera resignada: Protesta, se encoleriza, reniega con la boca pequeña de su afición, tiene por firme su propósito de no volver a presenciar una corrida de toros, y, da al olvido enfados y propósitos tan pronto ve de nuevo un cartel.- Ocurrió así antes, y, en muchas ocasiones sucede así ahora. De lo que ya no estoy tan seguro es, ¡seguirá así mañana! Me estoy refiriendo al aficionado, no al público en general, al cual le atraen otras motivaciones algo más alejadas de las intimas emociones que busca el aficionado "feten".

Sin embargo, hay muchas maneras de admirar y hasta de sentir afición por el arte taurino. No todo es saber de toros, ni estar al tanto de la brillante terminología con que los eruditos en materia de la lidia designan cada uno de los movimientos que toro y torero ejercita en el ruedo. La ligereza de un arte atrevido, la inteligencia y el valor de un hombre, se convinan perfectamente con la fuerza y el instinto poderoso del animal en la dorada arena de la plaza, para que brote el aplauso y el grito de emoción del profano en tauromaquia.

Son muchos aficionados, que confiesan no entender de toros y, sin embargo les gustan. Es el conjunto humano y su estampa lo que les atrae del espectáculo taurino; un hombre joven que, vestido de luces juega con la muerte ante una fiera brava. El relumbrar de su indumentaria, la fama, el valor, el ambiente dentro y fuera de la plaza, todo en el son motivos poderosos de atracción. Cuanto se desarrolla en el ruedo tiene para el aficionado menos avezado una portentosa sugestión, si el toro y el matador son valientes, puede el interes sentido por una corrida llegar a convertirse en frenesí y entusiasmo. Es ese noble aficionado que se obliga con franqueza a reconocer que, no entiende de toros, que no distingue el pase natural de otro cualquiera, porque todos le parecen naturales. Es, ese aficionado fiel, símbolo del colorido que también requiere una corrida de toros.

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