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El gen ahorrador (II)
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El gen ahorrador (II)

Actualizado 11/07/2014
Daniel García

Seguimos donde lo dejamos la semana pasada, comentando los grandes cambios en nuestro estilo de vida, cambios en nuestra forma de comer y en nuestra actividad diaria, y como estos cambios, por desgracia, van en dirección contraria de la marcada a fuego por nuestra programación genética. Pero estoy desvelando algo con lo que concluiremos esta serie de artículos la semana que viene y no quiero adelantar acontecimientos. Vayamos por partes.

Otra gran preocupación sanitaria relacionada con una incorrecta alimentación es la diabetes tipo 2 (que suele manifestarse en la edad adulta, al contrario que la tipo 1 que suele manifestarse en la infancia), tanto por el elevado número de afectados (unos doscientos cincuenta millones de personas en todo el mundo) como por su alarmante ritmo de crecimiento (se ha duplicado en los últimos diez años). Pero al igual que ocurre con la obesidad, la diabetes tipo 2 no es exclusiva, ni siquiera predominante, de las sociedades opulentas; de hecho, casi un ochenta por ciento del total de los afectados vive en los países en vías de desarrollo. Tampoco lo es de las clases adineradas; así, en el llamado primer mundo (los países más avanzados y ricos) tanto la obesidad como la diabetes son más comunes entre las personas con menores ingresos económicos y con menor nivel educativo, por la simple razón de que suelen, o más bien pueden, cuidarse menos.

Desgraciadamente, estas dos enfermedades siguen creciendo y extendiéndose por las sociedades desarrolladas o en vías de desarrollo como moscas en verano. Y lo peor: no lo hacen solas. Casi todos los diabéticos tipo 2, además de ser a menudo obesos (de los de barriga, lo que llamamos obesidad central), suelen acabar desarrollando hiperlipidemia (colesterol y/o triglicéridos altos), hipertensión y arteriosclerosis. Síntomas que hasta no hace mucho se creía que no guardaban relación entre sí y que aparecían inevitablemente como consecuencia del natural proceso de deterioro del organismo que se produce con el paso de los años. Actualmente, sin embargo, se sabe que están interrelacionados y que comparten una causa fisiológica común, lo que en términos médicos se denomina "resistencia a la acción de la insulina" o "insulinorresistencia". También es bien conocida su repercusión sanitaria: en las sociedades modernas la mayor parte de la gente se muere a causa del "síndrome metabólico" (que es como se conoce a este conjunto de síntomas) y de sus consecuencias finales, como son el infarto de miocardio y el ictus.

Por sorprendente que parezca, la causa primera de todo esto se fraguó hace muchísimo tiempo. En realidad, se remonta a los primeros pasos evolutivos del ser humano, y en especial a la invención de la agricultura, como ahora veremos. Pero antes conviene abordar una cuestión clave, la que encierra el siguiente interrogante: ¿ese conjunto de síntomas y enfermedades, antes expuesto, es acaso el precio que debemos pagar por vivir más años, o tal vez es la consecuencia del tipo de vida moderno? A menudo, la discusión se suele zanjar con un argumento mil veces repetido, a saber: que la mayor duración de la vida que disfrutamos en los países desarrollados conlleva forzosamente la eclosión de ese grupo de enfermedades como parte consustancial del propio proceso de envejecimiento. Lo cual, aun teniendo una parte de verdad, no resiste un análisis detallado. Basta con echar un vistazo a algunos hechos para comprobar que esta no es la única ni la principal razón. De un lado, sucede que cada vez son más los jóvenes de los países ricos que desarrollan formas asintomáticas de esos trastornos (cifras elevadas de colesterol o de glucosa, por ejemplo), lo que demuestra que no es solo el envejecimiento el que juega en contra. Por otra parte, estudios realizados en las escasas poblaciones actuales de cazadores-recolectores, que todavía mantienen formas de vida y dietas similares a las que llevaron los hombres prehistóricos anteriores a la agricultura, han comprobado que aquellos de sus miembros que superan la edad de sesenta años suelen estar libres de enfermedades crónicas metabólicas y cardiovasculares.

Los que estéis siguiendo esta serie de artículos ya os estaréis haciendo una idea de por dónde van a ir las conclusiones. En cualquier caso, os invito a que leais el artículo de la semana que viene. Disfrutad del fin de semana.

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