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‘La pisada de los ruiseñores’, aliento de lo clásico en perfil contemporáneo
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PUBLICADO EN CHILE POR HEBEL EDICIONES

‘La pisada de los ruiseñores’, aliento de lo clásico en perfil contemporáneo

Actualizado 09/11/2017
Redacción

Ana Cecilia Blum, destacada poeta y editora ecuatoriana escribe sobre el libro del abulense Muñoz Quirós, presentado en el Teatro Liceo durante el XX Encuentro de Poetas Iberoamericanos

Sobre mí transita La Pisada de los Ruiseñores, libro de José María Muñoz Quirós, Premio Aldana 2017. Sobre mí su canto, su huella, sus alas. Versos como pasos -delicados e indelebles- donde la vida es "Gota que alberga la pequeña / cintura de una lágrima encendida", aquel ápice de lluvia que se asienta como una constante musical a lo largo de este poemario y de la cual se sirve el poeta para evocar miríadas de estados e imágenes. Es mucho lo que abarca esa sola gota que inicia el texto, que lo define y orienta a predecir las horas humanas: "En esa gota el mar, la fuente, el río, / el aroma del sol sobre los ojos, / el espanto del tiempo sobre el agua". Hilos poéticos que van enroscándose entre líquidos e instantes, para construir una creación iluminada de sentires inmensos.

La lluvia es una antigua huésped de la poesía y lo será siempre. Las páginas de este libro también la albergan con todo el peso de su melancolía, para decirnos que "las aguas balancean / la intimidad del mundo" y que esta es una intimidad triste donde el poeta se aferra a una poderosa metáfora, una corriente que va a crear un cantico terrenal, dolorido, verdadero y sublime, desde una atmosfera de tristeza hermosa, acogedora y tibia, mas no por ello menos atribulada: "Caliente como el ronco afán del tiempo / en el confín del alma que se abate / donde tú has habitado ese vacío, / donde mueres callado frente al agua".

La humanidad ha dependido del cuerpo de la lluvia, de sus dedos, de su lengua; y por esta larga historia de dependencia se inventaron y crearon imágenes que hablan de la adoración, de la interacción con el diario vivir y del temor por la falta o el exceso de la misma. A través de esta gran alegoría se nos ofrendan las hondas cavilaciones sobre la cualidad volátil de la existencia, el andar solitario frente al mundo y la efímera marcha como la marcha del agua: "La nodriza dormida de la lluvia / atraviesa perdida en los caminos / el campo donde siembras la tristeza, / donde vives sabiendo que estás solo / amarrado a la reja de los sueños / frente a la luz que atrapa su presencia / en el estercolero del olvido".

El misterio universal de la poesía se desdobla, entre flujo y soledad, pese a toda fugacidad o desolación, subsiste más allá del individuo, como un arcano que ampara y perpetúa: "mi ser que habita siempre en el profundo / misterio que es la luz de lo invisible". Aquí, la felicidad en el oficio de la palabra, principio florido, lugar de albergue donde el poeta es libre para untarse de las luces que lo fortifiquen, lo colmen, lo salven: "el inmenso vivir de cada instante / encendido en ti mismo, en la presencia / de las cosas que nacen cada día".

Sin embargo, atrapados en los caprichos del tiempo, aparece la tosca piedra de la costumbre donde pernocta la voz, adentrándose en el hueco de las continuas repeticiones, fallo existencial indivisible: "La misma encrucijada que el espanto, / la misma ingenua luz frágil y eterna / alza las manos y no atrapo nunca / más que una breve duda incontenible". No hay escapatoria, se amalgama el ser a la rutina, a la muletilla del listín diario, marcapasos incrustado en el alma, aunando sus ramificaciones: desamparo, desamor, angustia, encierro, cansancio en la circularidad de los días.

Virgilio nos regaló el fugit inreparabile tempus (huye irreparablemente el tiempo) aquella frase que con los siglos mutaría y se convertiría en un decir que persigue a todos casi cotidianamente: "el tiempo vuela". Y cómo vuela en estos poemas el chronos de José María, llevándose todo lo suyo, todo lo nuestro. Esta resulta una preocupación urgente del hablante que también es un andante en las sílabas de su historia íntima, buscando desde ellas "la redención de un tiempo sin retorno", en un universo que no da tregua al ser que habita huérfano en la piscina del firmamento como "el indefenso / pez que en el mar esconde sus abismos".

Esta voz poética ha padecido en sus enunciaciones y tal penitencia le ha purificado, porque al perderse en el dolor propio y el del otro, ha encontrado una revelación inequívoca: "Nadie / podrá salvarse ya si no está herido". Juicio que le permite el arribo a estos versos finales, conclusión heroica de una jornada verbal y vital: "He aquí al hombre que encendió la noche. / Su cuerpo exhala el cauce de la nieve, / su desnudez se viste de ansiedades / silenciosas y ausentes. He aquí al hombre / preludiando el camino hacia la muerte".

'La Pisada de los Ruiseñores' es un libro grande; despliega la luminosidad de una voz que posee el elaborado aliento de lo clásico sin perder el perfil de lo contemporáneo; sabe edificar figuras con el esplendor de quien guarda un pulso firme; y abraza cálidamente con líneas que son agua, viento, eternidad, nostalgia, alivio. En este poemario José María permite acariciar "la cintura de los sueños", y qué estupendo regalo es este que otorga la maestría en el "difícil arte del olvido". No obstante, el olvido no siempre es olvido, también es memoria que resucita y vuelve a mirar, y esa mirada ahora anda por las venas del autor y del lector, no se marcha.

Las horas que se quiebran se devuelven a la palabra; hechas de un líquido necesario y abisal, que es del poeta y es de todos. El vate recorre con sus pasos de pájaro los árboles frutales del mundo: la tristeza, la soledad, el miedo, la muerte; mas también la vida, la belleza, el amor; y qué bien traduce para nosotros el zumo de estas frutas donde el lenguaje ha fraguado un mapa de sentires que han cortado pero también han curado la llaga, dejando la certeza de saber que con el vuelo de un solo endecasílabo, se puede conquistar el corazón.

(*) Este texto aparece como prólogo del libro 'La pisada de los ruiseñores' (Hebel, Santiago de Chile, 2017), reconocido con el II Premio Internacional 'Francisco de Aldana' de Poesía en Lengua Castellana, concedido en Nápoles y entregado en Salamanca, el 25 de octubre, dentro de los actos del XX Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Ana Cecilia Blum forma parte del Jurado de dicho Premio.

Sobre la autora

Ana Cecilia Blum. (Ecuador, 1972). Poeta, ensayista y editora. Estudió Letras Hispánicas en Estados Unidos y Ciencias Políticas en Ecuador. Autora de los poemarios: Descanso sobre mi sombra, 1995; Donde duerme el sueño, 2005; La que se fue, 2008; La voz habitada (Co-autora), 2008; Libre de espanto, 2012; Todos los éxodos (Antología Personal), 2012; Poetas de la Mitad del Mundo, Antología de Poesía escrita por Mujeres Ecuatorianas (Co-Antóloga), 2013; Áncoras, 2015.

Ha sido invitada a leer su poesía en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, dentro del marco del encuentro literario La Pluma y la Palabra en Washington D.C.; ha participado en varios festivales literarios en América y Europa, entre ellos el Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca, la Feria Internacional del Libro de Miami, el Encuentro de Poesía Pararelo Cero y el Festival de la Lira en Cuenca.

Actualmente reside en Estados Unidos, donde ejerce la enseñanza del Idioma Español como Lengua Extranjera; dirige la gaceta literaria Metaforología; coordina el Fondo Poético para las Américas (un pequeño fondo privado establecido para difundir digitalmente las letras hispanas); realiza investigación literaria en el campo de la poesía ecuatoriana escrita por mujeres; y colabora con varias revistas culturales.

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