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El simbolismo de la Puerta Jubilar
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CARMELITAS DESCALZOS

El simbolismo de la Puerta Jubilar

Actualizado 14/10/2017
Manuel Diego

Durante un año, atravesar esa puerta jubilar es creer que sólo a través de Jesús, Dios me recibe y reconoce como hijo suyo, y me perdona

Más de uno se preguntará el por qué de una puerta como símbolo de una larga fiesta teresiana que será anual y que en cierta manera conlleva la peregrinación dirigida sólo hacia un determinado lugar: Ávila y Alba de Tormes. Y se dirá si en pleno siglo XXI tiene sentido el mantener una costumbre que hunde sus raíces en el Medioevo y que copia o imita una costumbre vinculada a lugares tan importantes del universo cristiano, tales como la Tierra Santa, la Roma de los Papas, Santiago de Compostela, etc. Hay todo un imaginario simbólico que es universal y pasa por encima de situaciones de cambio y de culturas de diversa extracción. Signos que son percibidos por todos. La puerta de la casa y de un lugar determinado marca a una vez los límites y el acceso a un espacio reservado o distinto, y en el gesto del abrirla o cerrarla se quiere dar a entender la posibilidad de entrar en un ámbito reservado y determinado, o también el quedar fuera o excluido de una experiencia íntima y de calidad. El entrar, el prohibir atravesar el umbral o el quedarse a la puerta, marca una diferencia notable.

La tradición cristiana del JUBILEO, incluso en el nombre, hunde sus raíces en la misma Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, que es lo mismo que decir dentro de la cultura judaica, la cual prevé cada cierto tiempo una especie de tregua, un tiempo sagrado para recomponer las relaciones del hombre con Dios y las mismas relaciones humanas de comunidad o de grupo, porque ésta llega incluso hasta la remisión de las deudas. Es en la Ley mosaica (Éxodo 23,10-11; Levítico 25) donde se establece este precepto del año jubilar como un gran año sabático en el que todo descansa (incluso la tierra de sembrar), de forma que hasta los pobres puedan comer, los esclavos adquieren la libertad, etc.; se trata de volver a los orígenes para no perder de vista ni olvidar el don divino y su señorío universal (la tierra prometida es un regalo). Para hacer menos onerosa la costumbre jubilar se prescribe un ciclo recurrente cada 50 años, que viene a ser la norma que está a la base del Año Santo romano. Como se ve, en el fondo se trata de un tiempo de perdón y de misericordia que, además de su dirección horizontal, se dirige también a las relaciones del hombre con Dios del que viene este espacio jubilar apto para la gran misericordia. En nota de la famosa Biblia de Jerusalén, una versión bíblica moderna muy autorizada, se dice: "Transferido al plano espiritual, el año santo o jubilar de la Iglesia ofrece periódicamente a los cristianos la ocasión de una remisión de sus deudas con Dios".

Jesucristo cumple en su misma persona, en su predicación y actividad curativa y de perdón estos requisitos en su forma más espiritualizada y perfecta, la del cumplimiento del gran Jubileo o año del perdón que nunca se acaba, un año salvífico que nunca se termina ni se cierra desde que él se encarnó, y que durará hasta el final del tiempo.

Por eso se lee para esta ocasión públicamente para esta ocasión del rito de la puerta jubilar el texto evangélico de Lucas 4,18-21 que viene a ser una cita literal del profeta Isaías (61,1-2) que Jesús se aplica a sí mismo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el Año de gracia del Señor". Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy".

Todo rito cristiano necesariamente va acompañado de la lectura bíblica, y esto no sólo para evitar malentendidos, sino porque ésta, y sobre todo el Evangelio, determina el contexto exacto de lectura e interpretación que ha de tener el mismo.

La Puerta del Señor

Nos dice el Evangelio que la PUERTA es Cristo, el único acceso que tenemos a Dios y a su salvación: Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto (Juan 10,7). Y, por eso, atravesar esa puerta jubilar es creer que sólo a través de Jesús, Dios me recibe y reconoce como hijo suyo, y me perdona.

Incluso el símbolo de la puerta permite hacer otra explicación de un grupo o de un pueblo en camino detrás del que es vencedor del pecado y de la muerte, Jesús resucitado, que con ayuda del salmo 117, el salmo de la resurrección y del domingo, va por delante de nosotros en el itinerario de la conversión y de la misericordia, diciendo: Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella. Que ésas son exactamente las palabras rituales que pronunciará el obispo antes de abrir con la llave grande la vieja puerta de la iglesia del sepulcro de santa Teresa. Más claro no puede estar el significado del gesto. Nada de supersticioso o de creencia popular arcaica.

Y porque, además, en este caso concreto no es ya el derrumbe del muro que intercepta el hueco de la puerta, sino a través del gesto cotidiano de introducir la LLAVE en la cerradura, dar la vuelta y experimentar que no hay obstáculo que impida su apertura inmediata, el instrumento eficaz de la llave abridora, tan antiguo y universal y tan conocido en todas las culturas, nos lleva también a otro contexto evangélico en el que el mismo Jesús se sirve de este mismo símbolo: Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedara atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo (Mateo 16,19). Se trata, por tanto, de un poder especial que en otros lugares evangélicos se concede no sólo a Pedro, sino a todos los 12 discípulos y hasta se explicita más identificando esa llave y ese atar y desatar con el perdón de los pecados (Mateo 18,18 y Juan 20,22-23).

Así entramos en la dimensión más concreta del año jubilar: es la IGLESIA, la comunidad de Jesús, la que ha recibido de él ese poder y esa capacidad de actuar en su nombre el perdón y la misericordia; es la Iglesia que en determinadas circunstancias, como en la teresiana ocurrencia dominical de este año, está dispuesta a recordarlo e intensificarlo mediante un tiempo especial cargado de signos y, sobre todo, por medio de la presencia espiritual de este mujer excepcional a la vida de la Iglesia mediante su experiencia mística y su mensaje, nuestra Teresa de Jesús.

Y aquí entra ya el revulsivo teresiano específico para la ocasión, porque entendemos que Teresa de Jesús será intercesora y valedora a lo largo de este tiempo de gracia y de misericordia (aunque siempre lo es) en este acercamiento de todos (creyentes, devotos, admiradores y lectores) a Jesús, su maestro, amigo y Esposo. Sencillamente es como recordarnos que el nombre escogido por ella, tal y como se la conoce (Teresa de Jesús), también declara su misión y tarea, entonces y ahora, que es la de conducir a todos al Jesús de Teresa.

"Solo puedo presumir de su misericordia"

De ahí que la componente típica de todo jubileo, de acuerdo a la tradición bíblica y a la historia eclesial, se complete de forma muy veraz también en Teresa, en su vida y en su palabra escrita. No le falta razón a ella, cuando echando la vista atrás por medio de la escritura autobiográfica, al libro de la Vida lo denomine precisamente el "Libro de las misericordias de Dios" (Carta 388,1). Y reconozca además que esta experiencia misericordiosa es la mejor definición de Dios: "Sois Dios de misericordia" (Camino 3,9), que para ella es la experiencia más continua de la que tiene conciencia, por lo que, mirándose a sí misma, no duda en aclamar: "SOLO PUEDO PRESUMIR DE SU MISERICORDIA" (III Moradas 1,3; VI, 1,10). De ahí que éste sea el lema escogido por nosotros los Carmelitas Descalzos para este año jubilar, reproducido en tantos carteles y textos de propaganda.

Por eso, el obispo de Salamanca, invitando a orar a todos los asistentes al rito, justo antes de la apertura de la Puerta jubilar, dirá éstas o parecidas palabras: Hermanos y amigos de Teresa de Jesús. Nos disponemos a abrir la puerta de este templo al comienzo del año jubilar que la Iglesia nos concede en memoria de esta santa, a la vez fundadora, madre de los espirituales, doctora de la Iglesia y patrona de nuestra diócesis de Salamanca.

Una puerta para acercarse a Dios

Atravesar este umbral a lo largo de todo el año nos recordará que no hay otra puerta más segura para acercarnos a Dios que la sacra Humanidad de Jesucristo, como ella defendía, y al mismo tiempo, que el fundamento y puerta de nuestra vida cristiana es la oración entendida como diálogo filial con Dios y alimento de las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad (Ritual).

De su propia camino personal, el de Teresa de Jesús, entendido como un itinerario de búsqueda continua de Dios, se desprende hoy todavía que hay que hacer esa misma experiencia de sentirse acogido y recibido por ese Otro que no sólo me redime y me salva, me saca de la autosuficiencia, sino además me llama a la comunión de vida con él, a participar de su mismo amor. Es lo que siempre nos recuerdan los místicos, también Teresa, la altísima vocación del hombre a la que está llamado y la gran dignidad humana que tiene, y esto por pura iniciativa de misericordia y de perdón. Teresa nos asegura de que pendemos siempre existencialmente de esa salida de nosotros mismos y del abrirnos al encuentro y al diálogo con el Dios de Jesucristo.

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