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El día que perdimos el miedo
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El día que perdimos el miedo

Actualizado 14/07/2017
Manuel Rodríguez Fraile

El día que perdimos el miedo | Imagen 1Creo que una semana como esta justifica hacer un paréntesis y aplazar otras cuestiones. Es de obligado cumplimiento recordar, recordarnos, el cobarde asesinato de Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del Partido Popular en el municipio vizcaíno de Ermua.

Cuando apenas habían 9 días habían transcurrido desde que la Guardia Civil liberara a José Antonio Ortega Lara, tras permanecer secuestrado por la banda criminal ETA durante 532 días, pero en el caso de Miguel Ángel el final fue muy diferente.

Pero si aquel triste día ETA puso fin de forma vil a la vida del joven concejal, también desencadeno una reacción sin precedentes en la sociedad, reacción que a la postre supuso el principio de su fin porque la indignación supero al miedo y una sociedad sin miedo es capaz de cualquier cosa.

Los macabros tiempos de terror que la banda criminal llevaba imponiendo desde finales de los años 60 y que dejaron más de 2.470 atentados y casi 900 víctimas mortales, tocaron a su fin. Muchos de aquellos que durante años justificaron su existencia o al menos no hicieron nada por combatirla, le dieron de la espalda, le retiraron su apoyo o su silencio cómplice, cuando cumplieron su amenaza de acabar con la vida de Miguel Ángel.

Los asesinos cayendo poco a poco, se suicidaron o fueron detenidos. La organización que dio soporte a los asesinos se fue debilitando al tiempo que el clamor popular se hacía más y más fuerte y las plazas de los pueblos de todo el país se cubrían de manos blancas en contraposición a las manchas de sangre de los asesinos. Tanto a nivel nacional como internacional el golpe emocional fue gigantesco.

Dos disparos en la cabeza, disparos cobardes e inhumanos terminaron con la vida de un chico con toda una vida por delante, pero abrieron los ojos de una sociedad que reclamo justicia y rechazó todo tipo de violencia. Las largas horas de agonía de Miguel Angel Blanco en el hospital fueron el preámbulo de la agonía de la propia ETA, una agonía de la que tampoco saldría viva.

Todos comenzamos a llamar a las cosas por su nombre. A los asesinos, asesinos y no comandos, a los pistoleros, pistoleros y no elementos incontrolados, al chantaje, chantaje y no impuesto revolucionario, a la dictadura propuesta por ETA, dictadura y no movimiento independentista. Los españoles salieron a las calles, a las plazas y con sus manos blancas gritaron que ya no tenía miedo y que todos y cada uno de ellos, eran Miguel Angel. Los violentos se quedaban solos, asilados, rechazados.

Veinte años han pasado y muchos, por su edad, no alcanzaran nunca a imaginar lo que aquellos días supusieron para mucho millones de españoles, ojalá nunca lo sepan. Fechas como estas van marcando nuestras vidas individual y colectivamente, nos hacen ser lo que somos y nos hacen más fuertes. Aquel grupo de asesinos ha caído sin duda por la acción policial, pero también por la acción civil, por el rechazo social que les debilitó hasta el punto de que muchos de sus propios miembros llegaron a avergonzarse de sus actos. La razón siempre termina por imponerse a la violencia.

El comediante americano Michael Pritchard dice que "El miedo es ese pequeño cuarto oscuro donde los objetivos negativos son revelados". Nuestra sociedad salió de su cuarto oscuro aquel triste día de julio de hace 20 años. Abrió puertas y ventanas para gritar contra la injusticia, para decirles a los violentos que nunca más volvería a tenerles miedo. Y así ha sido.

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