Mondas

Para mis cientos de compañeros de alegrías y fatigas que el próximo día veinticuatro tendrán un recuerdo emocionado de otros veinticuatros de mayo con tablas inmaculadas de gimnasia en el pabellón de aquel gobernador civil, las procesiones cantadas de ida y vuelta a la Plaza Mayor, los puestecillos del patio en fiestas y los despilfarros de pólvora negra acosadora de salesianas de don Bosco y de María Mazzarello, que se descolgaban desde el paseo de Canalejas hasta La Alamedilla para dejarse fusilar por el elegido frente a la Casa de la Madre; de las tardes de cine los días de fiesta cuando echaban "La Guerra de los Botones", "Del Rosa al Amarillo" "La Tempestad" y otras de CIFESA; del Club de Domingo Savio con su banda "de pro" y su insignia; de los repartos de castañas cocidas por aquello de San Juan Bosco; del Cuadro de Honor colgado en la Portería como un organigrama pregonero de inteligencias; de la revista gratuita Jóvenes tan parecida al Reader´s digest y con el mismo olor codificado; de las misas diarias trufadas de rosarios recitados con letanías de penitente budista; de las filas pseudomilitares y laberínticas del patio: "¡A formar! ¡A cubrirse!" De las alegorías del Cara al Sol y las Montañas nevadas que cantaban al empezar las clases; de las blancas y rojas de sus carnets que condecoraban con un toque de distinción pellas y tardanzas; de los cancerberos de la puerta de los carros de la calle Milicias Nacionales camuflados de mastines en la perrera; de las figuras dolorosas, prepotentes o despistadas del vía-crucis que brotaban de las paredes de la iglesia como las caras de Bélmez; de las filminas con recetas del DOMUND para condimentar miserias; de los "cebones" con sus miradas de resignación entreveradas de abandono; de los zombis que deambulaban por patios y pasillos en los silencios cuajados de risas sofocadas y conspiraciones durante los ejercicios espirituales de Semana Santa; de la garita que hacía las veces de librería-papelería en el ángulo suroeste del patio: "¡Deme un block de exámenes!", cuando el alumno pagaba la cuerda de su horca; de las tardes mortecinas de los jueves en la cárcel del estudio, acompañando la soledad de los internos; de El Consejero con su libretita de hule negro con cantos morados de las venganzas; de las heroicas excursiones a la fuente de Santa Teresa (con escala en las reliquias momificadas) y a la Virgen Negra de la Peña de Francia; de los certámenes obsesivos de catecismo del padre Astete ajustando las comas: "¿Cuántas personas hay en Dios? o ¿Qué hay en la hostia antes de la consagración?", que les dejó para siempre ciertos resabios fantásticos y exhibicionistas; de los diplomas que entregaba al final de cada curso algún mágico inspector de Educación en lo más alto de la cumbre del teatro Bretón; de las cabezas cortadas de negritos, pieles rojas, esquimales o asiáticos para recaudar dinero el día del DOMUND; de los parroquianos de Camaño en la enfermería y, por supuesto, de la manifestación diaria sorda, muda y ciega que pasaba como una exhalación por su comprensivo confesionario.