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Miguel Ángel Del Arco nos acerca la Edad de Oro del periodismo español
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Martes 18, 20 horas, Casa de las Conchas

Miguel Ángel Del Arco nos acerca la Edad de Oro del periodismo español

Actualizado 16/04/2017
Charo Ruano

"?recuperar el prestigio perdido del periodismo es mucho más difícil que perderlo? la sociedad tampoco exige un periodismo riguroso y de calidad"

Hablar con Miguel Ángel del Arco, es hacerlo con un periodista curtido en mil lides, que ha escrito tantas crónicas, tantos artículos, ha hecho tantas entrevistas, que una tiende a dudar y a pensar en que meterá la pata? luego hablando con él, una confirma lo que siempre ha sabido que dentro de este periodista vive encerrado un narrador que quiere salir y al que el autor le ha cerrado las puertas, no nos explicará el porqué pero si nos da una lección del mejor periodismo y nos habla de nuestros "padres" , los padres de un oficio que sigue siendo apasionante

¿Quiénes son los cronistas bohemios de los que se ocupa en su libro?

Fueron grandes periodistas que escribieron en los mejores y más importantes periódicos en los alrededores de 1900. Firmas muy conocidas y leídas entonces. Los cinco, es decir, Joaquín Dicenta, Luis Bonafoux, Antonio Palomero, Pedro Barrantes y Alejandro Sawa, ejercieron el periodismo justo en el momento en que estaba naciendo la profesión tal y como la conocemos hoy, y formaron parte activa y reconocida de la llamada Edad Oro del periodismo español. Hoy todos están olvidados, cuando deberían estudiarse en las facultades de periodismo y en las redacciones de los periódicos.

¿Por qué están olvidados?

Pues quizá por ser bohemios, por no acomodarse, o por mala suerte y mala cabeza. Seguramente hay muchas razones para ese olvido, casi todas sin justificación suficiente. Fueron rebeldes y tenían mucho talento, eso a veces incomoda; llevaron una vida bastante desarreglada; fueron muy duros, incluso crueles, con la burguesía y el sistema de gobierno de España en aquellos años. Puede que, por su actitud provocadora, o porque interesó que sus posicionamientos políticos y sociales quedaran ocultos para la historia reciente de España, con la larga noche del franquismo y todo lo que supuso de canon estético y cultural. Puede ser que les perjudicara ser consecuentes, valerosos, audaces, y a veces temerarios.

¿Inventaron el periodismo?

No es que lo inventaran, pero al descubrirlos ahora comprobamos que ejercieron un buen periodismo tal y como lo entendemos hoy, que fueron pioneros, como mínimo fueron los padres del periodismo moderno. El nuevo periodismo, el periodismo narrativo, el periodismo social, el periodismo cultural, la idea del cronista que se presenta en el lugar de los hechos para preguntar y narrar lo ocurrido, el rigor en la investigación, la brillantez del lenguaje, el empeño en contar lo que pasa en la calle, esa excelencia en el ejercicio de la profesión, pues ya lo hacían ellos en los diarios de 1900. De modo que es hora de reivindicarlos o al menos descubrirlos.

¿Cómo se le ocurrió estudiarlos?

Siempre me atrajeron las historias de marginados, de olvidados, de los raros, los coetáneos de quienes alcanzaron la gloria y se quedaron por el camino. Y me fijé en la bohemia de fin de siglo, llena de jóvenes aspirantes a literatos. Han pasado a la historia como un puñado de raros, algo así como los hermanos menores de la gente del 98 y los modernistas. Sabía por quienes los han investigado que esos bohemios andaban por las tabernas, los cafés y por los periódicos. Y siguiendo la pista de la prensa me encuentro con firmas llenas de talento, que se repetían en los mejores periódicos, con nombres que compartieron tertulia y notoriedad con los más afamados miembros de la generación del 98, autores que publicaban crónicas sorprendentemente modernas y no solo bien escritas, excelentes. Me pareció que encontraba un tesoro olvidado del periodismo.

La imagen de la bohemia tiene una cierta connotación negativa, de gente andrajosa y perdularia.

Es verdad y en España sí que hubo un grupo de bohemios que andaban por los cafés pidiendo una invitación a una media tostada, pero eso ocurrió pasados unos años. De los que hablo llevaron una vida nocturna, desordenada, precaria, atraída por los bajos fondos, despreciadora de las mentes bien pensantes, por tanto, fueron incómodos y quedaron metidos quizá por eso en el mismo saco de perdularios.

Pero eran bohemios?

Sí, la bohemia es una forma de vida y un estado de ánimo. Una manera de vivir y una aspiración de cambio social, político y cultural. Un diferenciarse, pero sobre todo un epatar a la burguesía acomodada. El término bohemio se aplicó, en principio, sobre todo a artistas marginales y sin fortuna, que protestaban contra el ascenso de la burguesía al poder, eso en Paris, de donde procede. En España, y en Madrid, también fueron aspirantes a artistas que encontraron su refugio en los periódicos, pero la protesta bohemia se dirigió contra los gobernantes de la Restauración borbónica, pero también contra la oligarquía, el caciquismo, el clericalismo y la corrupción social. También estaban contra el realismo, que era la tendencia literaria y artística dominante a finales del siglo XIX. Fueron bohemios sin disimulo, pero también formaron parte de la llamada Gente Nueva.

El término aparece en el subtítulo del libro, ¿Quiénes eran la Gente Nueva?

En cada época de la historia hay grupos de gente joven, se les ha llamado los «nuevos», los novísimos, que aparecen para afirmar su existencia y delimitar un espacio diferente, crítico y original con respecto a las ideas y prácticas existentes. La situación española era deprimente, la regencia de la reina María Cristina con dos partidos turnándose en el poder, el de Cánovas y el Sagasta, por tanto con elecciones amañadas y caciquiles. Además España no pintaba nada en el mundo, a pesar de que sus gobernantes lo ignoraran. Era una sociedad empobrecida, con altos grados de analfabetismo. Y hubo voces de gente joven que lucharon contra esta situación, que demandaban regeneración y modernidad. Esa era la Gente Nueva. Estaba formada por los jóvenes que serían luego miembros de la Generación del 98 y el modernismo. Ahí, con ellos estaban estos cronistas bohemios, criticando la situación, queriendo cambiar España, desde el periodismo y la literatura.

¿Cómo eran los periódicos?

Estaban en un proceso de cambio y renovación, aunque las redacciones seguían siendo muy precarias, apenas una mesa larga y unos tinteros. Era el inicio del periodismo moderno, los periódicos empezaban a tener tiradas mayores, plantillas con más gente, aunque muchos seguían teniendo cuatro páginas, Ya no se escribían largos artículos de opinión, sino que empezaban a publicarse más noticias, crónicas firmadas por plumas con prestigio. Empezaba la llamada edad de oro del periodismo español, había muchas cabeceras, grandes directores de periódicos y buenos redactores. Y ahí fue donde destacaron estos cinco cronistas.

¿Se puede decir que fueron los padres del periodismo español?

De alguna manera sí. De ahí venimos, ellos abrieron el camino. Y se da la paradoja de que justo los padres del actual periodismo, estén tan olvidados.

¿Hacían mejor periodismo que ahora?

No se puede decir eso. Periodismo bueno y malo ha habido siempre. Es cierto que la profesión está muy desprestigiada, ha perdido la credibilidad, y eso no tiene que ver con las nuevas tecnologías, ni siquiera con la crisis. El periodismo que hacían estos cronistas buscaba contar lo que le pasaba a la sociedad en la que vivían, lo hacían con un sentido muy crítico, pero comprometidos con un lenguaje y una manera de contar. Usaron en aquel momento las armas de la literatura para hacer periodismo. Escribían para varios periódicos al mismo tiempo, porque estaban pluriempleados. Pero su manera de escribir, independiente, con estilo propio, jugándosela en cada texto, era la misma estuvieran en la cabecera que estuvieran. Un hombre como Joaquín Dicenta, republicano, que dirigió El País y Germinal, escribió igual en El Liberal que en El Imparcial. Sobre todo, eran brillantes y escribían tanto asuntos políticos como sociales o culturales.

¿Qué le pasa al periodismo hoy?

Pues que está muy desautorizado. Hace algún tiempo si alguien decía me he enterado de tal cosa por el periódico, era creíble, no se ponía en duda. Hoy casi lo contrario. Eso es muy grave. Esa duda, esa desconfianza, ese desprecio, es lo peor que le puede pasar el periodismo.

¿Y de quién es la culpa?

De todos. Los empresarios, las instituciones, los poderes, los periodistas y los lectores. Unos carecen de modelo de negocio cuando no tienen los periódicos para otros provechos, como explicó Umberto Eco en su última novela, Numero cero. Otros creen que están a su servicio, como mera correa de transmisión de sus intereses. Los profesionales, a veces por miedo a perder su puesto, o por ambición o por falta de ética, pues simplemente hacen mal su trabajo. Y la sociedad tampoco exige un periodismo riguroso y de calidad. Así que, entre la precariedad, las presiones y la dejación, y el no terminar de acomodarse a los cambios tecnológicos, se va convirtiendo en una profesión denostada.

¿Tiene remedio?

Estoy seguro. El buen periodismo tiene un camino claro y sencillo: contar lo que pasa con honestidad. Si eso se cumple a rajatabla no existiría la manipulación, ni las medias verdades, ni eso de la posverdad, ni los montajes, ni el alineamiento político de los medios, ni su servidumbre ante las empresas anunciantes ?. Pero claro, recuperar el prestigio perdido del periodismo es mucho más difícil que perderlo.

¿Digital o papel?

Esa no es la cuestión. Unos dicen que el papel está condenado a desaparecer, o que se es digital o no se es. El problema es el periodismo, lo que le está pasando. Los medios son todos iguales, apenas se diferencian, hablan todos de lo mismo; las redacciones son cada vez más pequeñas y los periodistas deben hacer cada más cosas; no se va a los sitios, se espera a que vengan las noticias, y cuando se va no se pregunta, o porque no se admiten preguntas o por desidia y no haberse documentado antes o porque deben salir volando a otra rueda de prensa; no se mira lo que realmente pasa, se acepta sin más lo que nos quieren contar, hay como una robotización del periodista. Hay una cierta sumisión, los medios están más preocupados en posicionarse en las redes que en tener buen contenido, son esclavos del click y no de hacer bien las cosas. No es culpa de internet ni de que no haya publicidad, es que el periodismo que se hace es a veces servil y en ocasiones no tiene ningún interés. Pasa en digital y en papel.

¿Cualquiera con un móvil puede hacer periodismo?

Rotundamente no. Cualquiera con un móvil puede ser una buena fuente, una gran ayuda, no hacer periodismo. Ahora, si alguien experto solo en tecnología digital puede hacer de periodista eso es que no importa ni la formación ni el ideal periodístico. Que es lo que buscan algunas empresas del sector, a las que les da igual publicar noticias fáciles, rutinarias y sin ambición. El buen periodismo no puede ser barato, requiere tiempo, recursos, dedicación y experiencia y formación.

¿Participarían sus cronistas bohemios en las tertulias?

Tengo la sensación de que serían muy activos en las redes social, en Twitter sobre todo, porque eran rápidos, ingeniosos y con mucho talento para la frase corta, lapidaria, y además eran osados. Aunque quizá hoy corrieran peligro con la ley mordaza. Lo que no creo es que participaran en las tertulias televisivas donde se grita y se opina de todo, aunque sin suficiente o ningún conocimiento. Seguro que en el caso de aceptar la invitación no tardaría en levantarse e irse, ante una manipulación, una trampa. Quiero pensar que se levantarían y se irían. Y creo que solo hablarían de lo que supieran, cosa que no suele ser habitual entre los tertulianos actuales.

¿Se dejarían presionar?

Siempre ha habido presiones a los periodistas y a los medios. Por parte de instituciones, gobiernos o empresas. Y hay presiones duras, a las que uno se puede negar, o incluso denunciar, y hay presiones sutiles, que son más difíciles de detectar. Pueden ser incluso más peligrosas: una buena relación de supuesta amistad, una fuente que siempre te ha dado buenas noticias y contactos solventes. En aquellos años de caciques y corrupción política las presiones eran iguales que ahora o mayores. Había cierres de periódicos, denuncias, incluso uno de los seleccionados en el libro, Pedro Barrantes, cumplió con el papel de hombre de paja, es decir, cobraba por cargar con las denuncias o culpas de otros ante la justicia. Pero todos mostraron un cierto arrojo en denunciar al poder y no les dolían prendas en la crítica, por sus textos podemos ver que no se dejaban presionar. Como ejemplo podríamos citar la carta abierta que Bonafoux mandó nada menos que a Cánovas del Castillo, entonces Presidente del Consejo de Ministros. Eran días de aprietos, incluso de hambre, y en ella declaraba solemnemente que "me revientan los conservadores en general y Cánovas en particular; pero que necesitando un destino y siendo don Antonio el único que puede concederlos, a él se dirige". Terminaba la epístola advirtiéndole al Presidente que "aunque me nombre alguna cosa, continuaré deseando que el señor Cánovas y sus ministros sean colgados cuanto antes de los árboles de la Plaza de Oriente".

A Cánovas debió hacerle gracia porque, contra todo pronóstico, concedió a Bonafoux lo que le pidió? puesto que era abogado, podía prestar sus servicios en la Oficina General de Aduanas de la Isla de Cuba. Sólo que perdió el barco y no pudo presentarse en el puesto asignado. Dudo que eso hoy fuera posible, es decir que un columnista crítico pidiera trabajo a Rajoy y al mismo tiempo le dijera que le revienta.

La historia ha sido injusta con ellos.

Quizá eso es muy español. Tanto estos cinco que he seleccionado para el libro como otros muchos, y los directores que los animaron e incentivaron, formaron esa Edad de oro del periodismo, un par de décadas como mínimo en la que hubo grandes nombres, grandes trabajos y grandes periodistas. Hubo una edad de plata de la literatura y una de oro del periodismo. Bien, en otros lugares sí son más generosos con su historia, con sus sabios, sus pioneros y se ocupan de estudiarlos en las redacciones y las facultades de periodismo. Estamos a tiempo de hacerles justicia.

¿No le parece exagerado decir que inventaron el periodismo o que ya practicaban el nuevo periodismo?

Fueron pioneros en el sentido de que estaban haciendo muy buenos trabajos en los mismos inicios de la profesión. Hacían periodismo tal y como hoy podemos entenderlo y por sus textos conocemos que tenían talento. Además adoptaban maneras valientes, investigaban, eran rigurosos, aportaron un lenguaje cuidado y humor, y aparentemente no se doblegaban. Tenían muchas de las cualidades, y recursos, que luego hemos observado y estudiado en el Nuevo Periodismo. Quizá nadie inventa nada porque la buena escritura viene de muchas lecturas y ellos lo que tenían era eso, buenas lecturas. Pero fueron cronistas y reporteros en la prehistoria del periodismo.

Usted es o ha sido periodista, reportero, cronista y ha realizado muchas entrevistas, ¿De cuál guarda mejor recuerdo?

Son muchas entrevistas que he realizado en mis más de veinte años de ejercicio profesional, y cada personaje lleva su aventura, cada una supuso una dificultad conseguirla, o una coincidencia. Y luego los encuentros, muchos fueron emocionantes, otros trabajosos. Entrevistar a Gabriel García Márquez en su casa de México fue uno de los momentos de más satisfacción en mi recorrido periodístico. El encuentro con Oriana Fallaci en Barcelona fue mágico, estaba ante uno de los referentes como reportera y como entrevistadora. Entrevistar a Charo López en su casa, después de años prendado de ella, fue otro momento grato. No olvido la primera entrevista que hice, fue a Francisco Umbral que se publicó en el desaparecido El Adelanto. No podría destacar un solo recuerdo ni un solo nombre. Quizá el encuentro con Felipe Alfau. Este es un magnífico escritor español también desconocido. Escribió un libro importante titulado 'Locos' y se fue a América. Resulta que ese libro fue destacado allí como uno de los libros del año. Cuando fui a hacerle la entrevista vivía en un geriátrico de Queens, un barrio de Nueva York. Tenía 90 años y aspecto de español antiguo, quijotesco, me dijo que estaba incomodo en aquel sitio porque estaba lleno de viejos. Se mostró sorprendido de que hubiera ido a verlo, "y haber tomado un aeroplano solo para hacerle una entrevista". Así lo dijo.

Es de Salamanca.

De Bogajo. Hay un dicho por allí que me encanta, y que suscribo, en su parte positiva, claro. Se dice 'eres más delicado que los de Bogajo'. Y si eso significa lo que dice el diccionario, es decir que delicado supone ser fino, pulcro, exquisito, sutil, diferente, refinado, distinguido. Y también ser tierno, suave, apacible, cortés, atento. Pues lo acato como carácter de la tierra.

Y estudió en Salamanca, ¿Qué recuerda?

Estudié el bachillerato en el Rodríguez Fabrés, interno, y luego en el Fray Luis de León. Después empecé Filología Moderna en la Universidad, pero acabé trasladándome a Madrid a hacer Periodismo. Pues muchas cosas recuerdo, es una relación con la ciudad, aparte de familiar, llena de sensaciones. Del colegio tengo grabado los días de paseo, desde el Fabrés, calle San Pablo arriba, hasta la Plaza Mayor. El ocio consistía en dar vueltas por los soportales, o quedar de una semana para otra debajo del reloj de la plaza. Y luego los bares. Y ya estudiando en Madrid y trabajando como periodista, las conversaciones con don Gonzalo Torrente Ballester en mis frecuentes regresos; quedábamos en la Plaza Mayo, tomábamos un café y luego le acompañaba hasta su casa. Esos paseos de su brazo es otro recuerdo intenso.

Su anterior libro fue una novela, éste un ensayo histórico-periodístico, ¿el próximo?

Sí. El crimen de Julian el Guiñote fue una novela basada en un desgraciado crimen que ocurrió en un pueblo de Salamanca, Valdelacasa. Entre medias hubo un libro de cuentos del que soy coautor, Muelles de Madrid. El próximo también será de no ficción, una investigación sobre un personaje excepcional y salmantino, Inés Luna, una mujer de la que todo el mundo ha hablado, a veces para mal otras desde la hagiografía, llena de luces y sombras que fue mal conocida en vida y muy manipulada tras su muerte.

¿En qué sentido?

Su hacienda fue mal repartida, a veces hasta la rebatiña, su memoria y últimas voluntades no respetadas, su casa olvidada y asaltada, y luego desde su propia fundación se la ha rodeado de un misterio y un secretismo que no le ha hecho ningún favor. Como si hubiera muerto dos veces. Tuvo una vida apasionante, con sus viajes por el mundo, sus riquezas, sus amistades más o menos peligrosas, también tuvo mucho de soledad y de rechazo a los convencionalismos, de no ser entendida ni por la aristocracia ni por la burguesía ni por el pueblo. La verdadera manipulación vino a su muerte, en 1952, no se respetó su voluntad, su casa.

Los tres son de investigación, ¿No le tienta la novela?

Alguna novela hay perdida en los cajones. Pero el género de la no ficción tiene muchas posibilidades. En América se le da más importancia que aquí. Te da la oportunidad de combinar el olfato, las herramientas y las técnicas del reportero con la sensibilidad, la mirada y el lenguaje del novelista para contar historias. Se trata de un arte que exige una minuciosa investigación de los hechos reales y una estructura de narración que permite al lector tener una visión amplia de lo ocurrido.

¿Es la mejor manera de contar la verdadera historia de Inés Luna?

Creo que es la fórmula más rigurosa para contar quién fue realmente Inés Luna, lo que le ocurrió, lo que hicieron con ella, y quizá cómo se habría revuelto con lo que se ha hecho de su legado, su memoria y su fama.

¿Descubre secretos de su vida?

Habrá que esperar a leer el libro. De momento me conformo con presentar y explicar a estos Cronistas bohemios.

¿Sigue habiendo bohemios?

Decía Enrique Gómez Carrillo, alguien que conoció mucho de bohemia, tanto la de Madrid como la de París, que los bohemios existen hoy, como existieron ayer y como existirán mañana, y explicaba que la bohemia no era una forma de vida, que era la juventud pobre que se consagra a las artes y llena su miseria con orgullo. Así que seguro que hay jóvenes en precario consagrados a las artes y orgullosos e inconformistas. De todas las maneras el término ha calado tanto que hoy resulta ser un cajón de sastre que vale igual para admirar que para condenar. Se llama bohemio a cualquier tipo que sea desastrado, extravagante y raro, y que además esté desocupado; pero también se emplea para designar a alguien independiente, intrépido y original. Bohemio se podría llamar hoy día a un romántico, a un soñador, a un idealista o a alguien que vive al margen de convencionalismos y conformismos sociales.

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