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Vaya semanita
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Vaya semanita

Actualizado 30/01/2017
Alejandro Vélez

Cuando la semana que hoy empieza, lo hace con el saco de piedras a la espalda que supone la cadena de acontecimientos que aquí, allá y acullá se han producido, a uno le es difícil fijar el tiro.

Que si Sánchez decide volver a la puja por el trono a pesar de o empujado por la jugada Patxi. Esa de dividir a las fuerzas sanchistas a favor de la reina madre o quien la reina madre designe para cuando esté lista a dar el salto. Lo que se llama unas primarias tácticas.
Que si Errejónes e Iglesias, que si los afiliados del PP valen para elegir a sus líderes en un sitio si y en otro no. Que si A Trump le ha dado por esa extraña, desdichada e inquietante costumbre de que sus promesas electorales pasen a ser realidades ciertas. O que si se van a Madrid de tapas.
Pero así a lo charro, hay que decirle adiós al medallón de Franco. Con la sensación de que tecleando sobre esto solo puede haber una lectura política, porque la ley que le obliga a darse el piro al redondo tallaje de arenisca está hecha con la mente puesta hace casi ochenta años. Pues me niego.
Porque este que les importuna cree que la parte quizás más determinante que se rubricó allá por el veintinueve de diciembre del año setenta y ocho, fue conseguir que un país que se diera la mano y comenzara a caminar, unido, con la vista puesta hacia delante. Y aún creyendo que la ley hay que cumplirla aunque sea sesgada y unidireccional.
Otra cosa, y aunque no sea el momento es preguntarse porque esa ley que perm

ite amputar nuestra crónica patrimonial sigue vigente. O donde se le pone el coto a la memoria, y porque la regresión neurolegal no tira del calendario seiscientos años atrás o mil, ya que estamos.

Creo que la historia está para conocerla, saber de donde venimos y hacia donde dirigirnos. Y nuestro patrimonio para conservarlo como un tesoro donde habrá joyas que brillen más que otras, pero lleno de joyas al fin y al cabo.
Y créanme que he visto y oído barbaridades. Pero sobre todo he asistido incrédulo a la distorsión aplicada por muchos de los que firman que a nuestra Plaza Mayor la cincelen por sustracción, mientras consideraban un atentado patrimonial sin precedentes retirar cuatro arbustos o remodelar cualquier zona sin valor alguno.
Porque cuando la política se disuelve en ciertos temas, y uno es este, la razón salta por la ventana. Y así asistimos a manifestaciones aneuronales y de rentabilidad de parte. Unos por celebrar amputaciones, y otros que por cargo y responsabilidad deben de tener la decencia de defender el patrimonio de la tierra que gobiernan, silban sin pudor calculado intentando seguir con el flequillo impoluto, que estamos de meritorios y la foto tiene que ser amable, a ver si cae algo.
Con una semana como la que ayer acababa tengo la certeza que vivimos tiempos duales. Esos que magistralmente reflejaba Dickens en su "Historia de dos ciudades". Y es que a veces tengo la impresión que este es "el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y de la locura. La época de las creencias y de la incredulidad, la era de la luz y de las tinieblas. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación ...".

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