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Entramados

Actualizado 21/01/2017
Rafael Muñoz

Entramados | Imagen 1

Mi abuela hacía pequeñas camas de tierra para alojar la luz.

Tazas, potes vacíos de yogurt, ollas viejas y dedales,

de los que brotaban todo tipo las plantas.

María José Ferrada

Los hechos son sonoros pero entre ellos hay un susurro. Es el susurro lo que me impresiona.

Clarice Lispector

Una red de mirada

mantiene unido al mundo,

no le deja caerse.

Roberto Juarroz

Cuando me acerco a la ciudad suelo hacerlo de la mano de eso que hemos dado en llamar tiempo: ventajas adquiridas que tiene a quien han puesto al borde de las cosas. Con ello he recuperado (en cierta medida) esa mirada infantil que se dispara hacia todos los lados, y mi ojos no dejan de encontrase con imágenes y sus (con)secuencias, vedadas para otros muchos a causa de las prisas.

Siempre me ha gustado mirar a mi alrededor; desde hace un tiempo el paisaje, la naturaleza, mantienen una relación y presencia más aguda con mi persona, pero el paisanaje humano sigue siendo mi debilidad: es así, no tengo ojos para otra.

En esas visitas capitalinas, suelo dibujar una suerte de travelings con la cámara subjetiva que tenemos sobre los hombros y, a veces, también encadeno y monto mis propias secuencias, a partir de los fotogramas que me ofrece mi ambular, y siempre al albur de mis deseos o necesidades. Mi cine-ojo, emulador del de Vertov, se va convirtiendo en un guion de incalculables posibilidades.

Lo que sí compruebo cuando me dejo llevar por estas sugestivas mutaciones e ingreso en ese sugerente juego que me proporciona el magín, es que en lo velado, lo difícilmente perceptible por la impericia que provoca su falta de práctica, es donde se encuentra la probidad de lo pequeño.

Bueno, no sé si me hago entender con la suficiente claridad, aquí, solo frente a la página en blanco. Afortunadamente siempre suelo encontrarme con alguna baliza cultural que me indica la ruta de lo que les quiero referir.

La belleza acontece donde las cosas están vueltas unas a otras y entablan relaciones. La belleza 'narra'. Al igual que la verdad, es un acontecimiento narrativo, escribe para el caso el filósofo Byung-Chul Han. La afirmación me hace sonreír cuando pienso en los resultados de algunos mis fotogramas mentales, que al montarlos me ofrecen terceras imágenes con significaciones muy estimulantes.

Han, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, apoya su afirmación citando a Marcel Proust en El tiempo recobrado:

la verdad solo empezará en el momento en que el escritor tome dos objetos diferentes, establezca su relación [?] y los encierre en los anillos necesarios de un bello estilo; Entramados | Imagen 2incluso, como la vida, cuando, adscribiendo una calidad común a dos sensaciones, aísle su esencia común reuniendo una y otra, para sustraerlas a las contingencias del tiempo, en una metáfora.

Historias mínimas es una película en estado de gracia. Dirigida por Carlos Sorín y filmada en la Patagonia argentina: espacios abiertos y desérticos donde la vida se achata a causa de la presencia horizontes lejanos e inmensos, donde el encuentro entre las personas, sus deseos, y sus pequeñas miserias parecen significar una carencia de entidad y presencia.

Pero el film pone ante nosotros el resultado de ese sorprendente ensamblaje del que venimos hablando, y que el realizador lleva a cabo con unos mimbres aparentemente anodinos: un abuelo en busca de un perro que le abandonó, una joven madre que también recorre kilómetros para recoger un premio concedido por una TV local, y un dicharachero comercial que lleva consigo una mutante y dulce torta para agasajar al hijo, o la hija (no lo sabe), de la dueña de una mercería, quizá con el deseo de entablar una relación.

Estas historias de presencia exigua, casi inapreciable, al rozarse entre ellas y con el espectador que las está viendo, producen esa mirada del tercer ojo, y descubrimos que existe la vida porque la gente pasa con/por ella.

Pero hay otros caminos que también admiten nuestra mirada lectora, como el que encontramos en las Vidas minúsculas de Pierre Michon. El autor, nacido en Cars, en la Creuse francesa, construye una road movie mental que transita por los vericuetos de la memoria recreada: ocho historias sobre los ancestros, la familia y las pasiones?; vamos, la vida y alrededores.

Materiales que le proporcionan al novelista, sin aparentemente quererlo, una potente reflexión sobre el sentido de la escritura, escondida entre las historias que nos ofrece a los lectores. Y que se evidencia en la hermosa frase que cierra su libro: Que en mis veranos ficticios, su invierno vacile. Que en el cónclave alado que tiene lugar en Cards sobre las ruinas de lo hubiera podido ser, ellos sean.

El juego de Michon es el de otros muchos tejedores de historias, sostener el mundo, la vida, manteniendo vivo el hilo que procura el contar, el ser contados. Pero con la sutil diferencia que solo algunos pocos orfebres de la palabra poseen, al ofrecernos nuevos significados para las palabras en razón de cómo se instalan en el texto.

[?] iba a buscar los Tesoros. Así llamaba yo a las dos cajas de hojalata ingenuamente pintadas y llenas de abolladuras, que antaño habían contenido galletas, pero que entonces escondían alimentos muy diferentes: lo que mi abuela sacaba de ellas eran objetos llamados preciosos y su historia, una de esas joyas trasmitidas que son la memoria de la gente humilde.

Complicadas genealogías colgaban con los abalorios de las cadenillas de cobre; había relojes detenidos en la hora de un antepasado; entre anécdotas que se desgranaba siguiendo las cuentas de un rosario [?].

Las palabras de Michon se demoran, a veces vuelven sobre sí mismas, y siempre parecen extenderse buscando nuevos significantes para ofrecerse ante el lector. Alojarse en ellas exige entrega por nuestra parte, pero el resultado merece la pena.

Imágenes: Carlos Sorín y Pierre Michon

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Rafael Muñoz

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