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La bolsa de las palabras
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La bolsa de las palabras

Actualizado 14/01/2017
Fructuoso Mangas

Curioseando en la bolsa de las palabras que voy rellenando de pequeñas cosas secundarias sueltas me encontré con dos o tres cosillas sin importancia pero que, únicamente a nivel de vocabulario, me irritan sobremanera y por eso les doy aire aquí para quitármelas de encima.

La Haya en holandés es Den Haag, los alemanes se refieren a Aquisgrán como Aachen y los franceses como Aix-la-Chapelle; en serbocroata Croacia es Hrvatska y los periódicos, me refiero a los de España y en castellano, no hacen funambulismos y utilizan, como parece lógico, las denominaciones que tienen en nuestro idioma desde hace siglos. Como que escriben Albania y no Shqipërisë. Hasta dicen Grecia en vez de Ελλάδα, que sería un detalle de buen estilo y mejor cultura. Pues no, Grecia y se acabó, como ha sido desde hace mil años. Y, por cierto, nadie se da por mal aludido ni mal señalado.

Decimos Marsella y no Marseille, Ginebra y no Genève y si te llega uno de tus amigos de toda la vida y te dice (en mal francés y peor inglés) que viene de pasar el fin de semana en London o que su hermano sigue en Bordeaux o que planea irse de vacaciones a New York, le mirarías como a un tipo extraño y empezaría a preocuparte su equilibrio mental. Y nos quedamos tan tranquilos, sin sobresaltos de nadie, si decimos Colonia o Múnich en vez de Köln o Munchen, que aparentemente sería más exacto si se olvidara el dato decisivo de que estoy hablando en castellano y no en alemán. Y llamo Brujas (¡qué mal rollo!) a lo que en flamenco se dice Brugge y en francés Bruges, que hace referencia a los antiguos puentes ¡no a ninguna bruja! Y nadie levanta la voz, ni siquiera una ceja de extrañeza porque estoy hablando castellano y lo que he dicho es perfectamente correcto. Pero resulta que no debo decir Gerona o Pasajes de San Juan o Rentería. Ni siquiera La Coruña. Lo siento, en vocabulario castellano despolitizado no es lógico ni correcto. Ahora, si la política manda otra cosa por otros motivos de más alto valor, pues?

Aquí, donde hasta las revistas del corazón traducen al castellano los nombres de la Familia Real británica y les llaman Isabel, Carlos, Guillermo y Enrique, en lugar de Elizabeth, Charles, William y Harry, resulta que hemos terminado adulterando el castellano en la toponimia nacional a golpe de decreto.

Seguro que a estas alturas ya habrá algún estirado escudándose en la RAE y habrá encontrado alguna resolución de sus apolillados próceres respaldando la mutación y el abandono de nuestra nomenclatura, pero seamos serios. Si hablo en castellano digo Lérida y si hablo en catalán digo Lleida, con la misma honra y regla en los dos casos, cada idioma es cada idioma y en su mutuo respeto está su alto honor y su gloriosa honra. Y esto es así lo diga Agamenón o su porquero, don Antonio Machado dixit.

Y si leo un texto en la preciosa y musical lengua gallega leeré, con la pronunciación más fiel que me sea posible, Ourense como lo más normal del mundo mundial. Pero al poco rato en una conversación en castellano diré Orense para referirme a tan hermosa ciudad. Todo normal y cada idioma con lo suyo.

Los idiomas son vivos, inteligentes, cambian, recambian, tienen caprichos, son libres, van y vienen y hay que conocer su ritmo y sus compases, su aire y sus misterios para utilizarlos bien como medio perfecto de comunicación inteligente y noble.

Y hablando ya de la segunda cosilla que saco del bolso de la lengua, esto debiera tenerlo en cuenta la presidenta y hasta la responsabla de las toponimias, me refiero a la pacienta de la habitación 14 que es una estudianta muy independienta o lo que sea. Por cierto una residenta ha preguntado por él, perdón, por ella, y ha dejado una nota diciendo que la presidenta nos espera en la capilla ardienta. Tengo la impresión de que el policío le había confirmado al juezo y a la fiscala que la vigilanta tenía dos testigas contra el taxisto, aunque todo aquello parecía un poco machisto y la presidente ya lo había dicho ayer.

O al menos eso me parece a mí que no soy más que una mujer independienta y bastante ignoranta en ese campo (también puede decirse "campa", pero no en este contexto, claro; confieso que ya no sé si hay aquí un problema pendiente o un problema pendienta o un problema pendiento o, quizás, una problema pendienta que sería lo más correzto o yo qué sé?)

Y es que los idiomas deben ser libres para serlo de verdad, vuelan alto, no se sujetan y siguen sus propias corrientes de aire, no soportan ser esclavos de ideologías ni consienten ser manipulados por nadie. Sin olvidar que el investigador de cualquier campo que se acerque al pasado, de la lengua o de lo que sea, con sus juicios o prejuicios de hoy, corre alto riesgo de malinterpretarlo todo y hasta ver pecado injusto donde sólo había inocencia honesta.

La ignorancia, a poco atrevida que sea, es muy vengativa contra quien se la consiente. Se multiplican los ejemplos en todos los órdenes de la vida diaria, desde la toponimia hasta el género de las palabras.

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