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Viollet Leduc.
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Viollet Leduc.

Actualizado 31/12/2016
José Ramón Serrano Piedecasas

Desde la insignificante realidad escribo. Desde la madrugada. Desde la calle. Desde esa que unos pocos a esas horas transitan. Desde la que acoge a tres o cuatro navegantes viajando hacia algún "laburo" o alcoba desangelada. Desangelada por solitaria. Uno, más bien dos de aquellos, maldiciendo el matarratas ingerido y aún prendados. Prendados de las negras e inevitables mallas rotas, de los labios despintados, de las inmensas ojeras, de los vientres ajados, de los muslos fláccidos y cerúleos de alguna exótica mujer ya varada en estas playas sin remedio. Pórticos oscuros, trajinados por una tribu de varones rijosos, desencantados, repudiados. Hombres que dejaron, hace tiempo, mucho y mucho, de comunicarse con otros y lo que es peor, con otras. Resulta que una noche me caí en un cine madrileño, de los especializados en versiones originales, junto con un puñado de seis o siete espectadores, desperdigados por la sala, de edad incierta. Violette Leduc relata su miseria, su asco al macho (machoso), maldice a su madre arpía, su aborto, su desamor, su pobreza, su cuerpo y cara sin atributos, y, para su mayor desgracia, una sensibilidad muy suya, muy atribuida. Una caricatura de Genet deambula, por aquí y por allá, sin convicción. La Simone, la mandarina, la Beauvoir ínclita y viril, la apadrina, no como madre, más bien como padre incestuoso, desde el olimpo de las letras. Y un Maurice Sachs que muere en algún lager alemán, linchado por traidor y traficante de carne judía, aparece como símbolo supremo de una época oscura. Ella escribe y escribe para salvarse de un Sena acogedor, que la llama e interpela con poderosa voz y la ofrece una salida discreta y gratuita: ¡"Descansa Violette, descansa"¡ Murmuran sus aguas. Ella, sin embargo, resiste. Insiste en llamar a la puerta de la Ley como hiciera el campesino de Josef K. en Praga, años atrás, pocos. Y el Guardián, ¿se acuerdan?, le decía: "Ahora me voy y cierro la puerta". Añadiendo con ferocidad estentórea: "Esa puerta que sólo para ti estaba reservada, sin que nunca alcanzaras adivinar" Nunca y de nada nos informan, pienso. De nada que valga la pena para vivir, no solo para sobrevivir. Desde la pura emoción sólo se puede gritar. Al "habla" mejor amordazarla. Sólo cabe emplear una metáfora relampagueante, a lo Paul Celan, "increpar contra el cielo inmisericorde y mudo". Contra una imagen de escayola, contra las liturgias sacralizadas, contra los sacerdotes de la lengua, contra los que siempre se escaquean, contra los que están en contra, pero en secreto piensan, que estar "a la contra" quizás resulte, a la postre, conveniente. ¡Merde Violette¡ Muy pocos sois e incluso algunos de los que dicen que sois, sobran. En el atrio del atrio habéis alzado vuestras tiendas, sin pretensiones. Sólo pare decir: "somos". Los schlemilhs, los parias inocentes, al decir de Heine, sois y por eso somos. La canción es vuestra. La palabra es vuestra. Y si dejara de ser vuestra, esa palabra que ya es la nuestra, este mundo ya no merecería la pena.

PD. Viollet. Martin Provost. 2013

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