La sobrecarga de obligaciones en Navidad

Muchas veces me preguntan a qué se dedica la sociología y la verdad es que es difícil de explicar en una sola respuesta, pero si tuviera que elegir uno de los temas que más la definen sería el estudio de las convenciones sociales. En otras palabras, de cómo las reglas de comportamiento se fijan en días concretos hasta convertirse en ceremonias y donde, además, todos actuamos de la misma manera cómo si fuéramos hormigas adiestradas, a juzgar cómo coincidimos en nuestros rituales: cenas, comidas, turrones, mantecados y, por supuesto, regalos con la paradoja de que muchos de ellos, son más producto del compromiso que del deseo. ¿Cómo le vas a regalar a fulanito? O ¿qué le compramos a menganita? A pesar de que ni uno, ni otra nos tuvieran presentes el resto de los 364 días del año.

Decía Charles Dickens en su Cuento de Navidad, a través de un personaje muy irascible, Scrooge, el cual se quejaba del mensaje: "Feliz Navidad" porque era una estafa. Se preguntaba cómo era posible que se recomendara ser feliz, como si lograrlo dependiera de la fuerza de voluntad de cada uno de nosotros y no de nuestras circunstancias. La navidad entraña unos gastos y unos compromisos que actúan muchas veces como ataduras, de las cuales es muy difícil desprenderse. Además estas fechas implican enormes ejercicios de compostura, dado que a todos se nos pide ser actores por un día, como si de una obra de teatro se tratara. Todas las personas hemos de conseguir adaptarnos a las expectativas que imponen estas fechas. Por ejemplo, hacer desaparecer las tristezas si hay niños delante, a pesar de que en ocasiones haya sillas vacías, aquellas que nos recuerdan que no vivimos para siempre, y es evidente que hay ausencias que ganan las presencias, aunque debería ser al revés. Como dice un proverbio chino: para disfrutar del presente hay que saber no dejarse vencer por la melancolía, esa obstinada cizaña difícil de domar, cargada de espinas que impiden respirar.

Agatha Christie en Navidades mágicas: un triste ciprés, nos cuenta que, durante una cena de navidad, una familia cuando está reunida, empieza a notar un ensordecedor ruido de muebles en la planta de arriba, hasta que al subir al piso superior se encuentran con el cadáver de su tío. Cuando llega la policía y el inevitable y agudo Hércules Poirot, se da cuenta que todos los presentes tienen razones para desear su muerte. En esta novela el disimulo es el principal protagonista de la trama porque a todos les cuesta reconocer sus motivos particulares para el desafecto, un sentimiento al parecer incompatible con la navidad.

Regalarse una navidad a la medida es toda una proeza, significa nadar contra la corriente, aunque éste sea el mejor de los regalos que nos podamos hacer, y con una navidad que se ajuste a nuestros deseos, aunque también en ellos se incluyen las pantagruélicas cenas familiares, si así se quiere; pero en justa reciprocidad también debería ser legítimo poder escaparse allí donde el explorador David Livingstone en 1860, remontando el río Zambeze, descubrió unas grandiosas cataratas azules y profundas, a las que bautizó Victoria, en pleno corazón de África.