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La importancia de tener ilusión
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La importancia de tener ilusión

Actualizado 03/01/2017
Isaura Díaz Figueiredo

La ilusión está vinculada a los sentidos y es esa capacidad que poseemos las personas para reunir todas nuestras fuerzas y concentrarlas a favor de la conquista de un objetivo.

La palabra ilusión viene del latín illusio, - ionis, que significa "engaño", del verbo illúdere que quiere decir "burlarse de" y "jugar contra". De ahí que en español tenga que ver con engaño, idea irreal o distorsión de la percepción de los sentidos, que se hace patente en expresiones como "ilusión óptica", "ser iluso" o "hacerse ilusiones", entre otras. Porque así es la ilusión, es ese don que tenemos los seres humanos para creer en aquellas cosas que no vemos, pero que nos ayudan a vivir.

Sin embargo, también tiene un segundo significado, el más popular y arraigado en la actualidad, y que se refiere a algo positivo y optimista o a expectativas favorables depositadas en personas o cosas. Así, algunos diccionarios también la definen como la ilusión que implica alegría o felicidad que se experimenta con la posesión, contemplación o esperanza de algo (María Moliner) o esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo o viva complacencia en una persona, cosa, tarea, etc. (Real Academia Española).

La ilusión está conectada a emociones positivas. Cuando nos ilusionamos nos sentimos bien, nos sentimos plenos y motivados, cargados de energía, nuestra mirada cambia, nuestro estado emocional Desde pequeños recurrimos a las ilusiones para construir nuestro proyecto de vida, para diseñar nuestros sueños y fijar nuestras metas. Vivimos con ella porque es la fuerza que nos empuja a alcanzar nuestros objetivos. La ilusión es nuestra compañera de viaje. Con ella pensamos dónde nos gustaría ir, qué nos gustaría ser o a quien nos gustaría tener a nuestro lado. La ilusión nos ayuda a hacer realidad nuestros sueños.

La ilusión sirve para no rendirnos, para llenarnos de aliento y empujarnos a conseguir nuestros objetivos a largo plazo. Con el paso de los años parece como si el depósito de nuestras ilusiones se fuera agotando. Esta sensación está asociada a la experiencia. Las cosas no nos hacen la misma ilusión cuando las hacemos por primera vez, que cuando la repetimos muchas veces. Por eso las ilusiones hay que renovarlas Y QUÉ MEJR MOMENTO QUE LA LLEGADA DEL Nuevo Año y la mágica Noche de Reyes.

El problema de las ilusiones llega cuando no sabemos conformarnos, es decir, cuando construimos nuestro objetivo sobre expectativas de las que dependen directamente nuestra felicidad o nuestra autoestima y que, si no las conseguimos, nos hacen sentir mal. Por eso, debemos motivarnos, ilusionarnos sin despegar mucho los pies del suelo, siempre sabiendo que tenemos un techo, y si nos damos prioridad a conocer nuestras limitaciones, pueden estar seguros que por mucho llamen, nadie va escuchar sus gritos de auxilio.

Quizá con éste pequeño cuento veamos la importancia de la ilusión y las limitaciones que tenemos

CUENTO

EL HADA MONADA

El hada Monada se sentó en el césped cuajado de artemisas, bieiteiros y troviscos, e intentó acomodar su hermoso par de alitas en el tronco del árbol.

¡Tenía mucho que pensar! había decido que había llegado el momento de pensar sobre sus ilusiones, ¡y sus ilusiones! uffff eran muchas y muy diferentes. Ya había encontrando una posición cómoda, para que sus bellas alas no se arrugasen y comenzó a pensar en todo aquello que soñaba ser y hacer, grandes y pequeñas cosas, que le provocaban ilusión. ¡Eran tantas! ¿Estaría mal eso? ¿Sería acaso un error hacerse ilusiones por tantas cosas y tan diferentes?

La pequeña no lo sabía? ¿o sí?, pero no estaba segura de que eso fuera lo correcto. Siempre había pensado que la capacidad para ilusionarse era un don, una especie de regalo con el cual algunos nacen y otros no. Ella había nacido con ese don, porque si algo tenía, era justamente eso: todas las ilusiones del mundo de la fantasía.

Sin embargo, cuando sus sueños no se concretaban - que ocurría muchas veces - o el esfuerzo por lograrlos parecía no importar mucho a veces ni siquiera existía, Monada pensaba que ese don era una especie de peso con el que cargaban sus sutiles y hermosas alitas. Hoy comenzaba un nuevo año, decide sentarse bajo la sombra del árbol milenario, y comenzar a repasar sus pequeñas y grandes ilusiones:

? Un día de sol -eran sus preferidos- Bueno (esta es sencilla porque día más, día menos, el sol siempre sale) voy a seguir avanzando.

? Ser la mejor hada sobre la Tierra ( ésta ya resulta difícil), por cierto ¿Con qué varita se mide quién es mejor que otro?.

? No bajar jamás los brazos ? las alitas tampoco ? sean cuales fueren las adversidades ( pufffff más difícil aún). Hasta las pequeñas hadas, de vez en cuando se cansan de luchar, ¡que porras!

? Sonreír siempre y que mi sonrisa sea guía y consuelo para otros (poco real me parece, no siempre hay motivos para sonreír ¿verdad?).

? Ser feliz (nada original e imposible ) La lista de la pequeña hada Monadita ¡ seguía y seguía...!

El hadita decidió que debía hacer una seria revisión de sus ilusiones porque sentía que cada día, que no se cumplían sus "ansias" le provocaban mucha tristeza.

? ¿Estaré haciéndome vieja? ?se preguntó y al instante se dio cuenta de que la pregunta era tonta. No sólo porque las hadas no envejecemos, sino porque ser viejo no debería tener que ver con la tristeza.

Movió su cabecita de un lado al otro (para aquí, para allá) como intentando sacudir esas ideas que la hacían sentir poco feliz, y ¡de pronto! comienza a dispersarse el maravilloso polvo de las hada,s cubriendo toda la verde alfombra. Y como por arte de magia, cada pequeña partícula de polvo diseminada se convirtió en un globo.

De pronto, muchos globos, ¡tantos! como las ilusiones que la pequeña tenía.

? ¿Y esto? ?se preguntó sorprendida hadita Monada-. ¿Qué querrá decir?

Sin duda los globos algo tenían que ver con sus pensamientos, o mejor aún, con sus ilusiones. Comenzó entonces a inflar los globos, eran de diferentes colores..

Sin darse cuenta, con cada uno, sucedía algo similar a lo que ocurría con sus sueños o aspiraciones. Algunos quedaban pequeños y flojos, otros explotaban; unos estaban tirantes, otros rebosantes.

Unos se escapaban de sus manos, otros eran pinchados por los picos de entrometidos pajarracos. Algunos se desinflaban y otros se mantenían firmes y plenos. Había globos que subían ¡alto, alto!, pero antes de perderse en el cielo,-que tristeza me ocasionan - bajaban sin remedio y quedaban en el césped como adormecidos.

A otros les costaba subir y lo hacían muy despacito, pero llegaban muy altos y allí se quedaban. Era evidente que los globos se parecían mucho a las ilusiones y viendo lo que ocurría con cada uno, se dio cuenta de algo.

Cada vez que tomaba un globo en sus manos, y le daba todo el aire y amor posible, ya se tratase de un globo rosa, verde, azul o amarillo, no siempre era el mismo resultado.

El destino que cada globo tenia no sólo dependía del aire que le hubiese insuflado. La altura que alcanzasen, el tiempo que estuviesen en el cielo dependían de los obstáculos que encontrasen en su camino, entre otras tantas cosas.

Se preguntó entonces si valía la pena poner todo el esfuerzo en cada ilusión, teniendo en cuenta que el poder llevarlas a buen final, no dependía sólo de ella. Por un momento se desconcertó, y no supo dar respuesta a esa pregunta.

Se miró y miró a su alrededor y se vio llena de colores, de sueños y de posibilidades. Quiso imaginarse sin globos, sin ilusiones que cumplir y? no le gustó esa imagen. ¿ sería muy mezquino de su parte ilusionarse sólo con las cosas posibles de alcanzar? Sin duda lo sería, como sería también inútil creer que sin esfuerzo, firmeza y constancia, aquello que deseamos se puede hacer realidad.

Se puso de pie y recogió los globos que aún quedaban en el césped. Volvió a mover la cabeza de un lado hacia el otro. Y esta vez, el polvo de hadas, que tiene el poder de la constancia y de los valores que todo humano puede soñar, quedó adherido a su cuerpo y a sus alitas.

No podía ni quería desprenderse del mágico polvillo, brillante y luminoso. Como tampoco podía ni quería desprenderse de sus sueños. Era quien era también por esos sueños.

Descubrió que cada una de sus ilusiones, cumplida o no, pequeña o grande, importante o nimia, eran parte de su ser. Y jamás volvió a sentir que ese don era una carga. Aun cuando las cosas no salieran como lo esperaba, aun cuando sus sueños no se concretasen, sabía que ilusionarse es siempre un regalo.

Y hada Monada, aunque sus alas impregnadas del polvillo mágico, brillante y luminoso, eran un poco más pesadas, Monadita, nunca, jamás las sintió tan livianas como ahora.

Y colorin, colorado el cuento de la ilusión, no termina, comienza desde ¡ya! A hacerse realidad

Isaura Díaz de Figueiredo

3 de enero de 2017

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