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La ficción es la mirada
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La ficción es la mirada

Actualizado 19/11/2016
Rafael Muñoz

La ficción es la mirada | Imagen 1

A las gentes que habitan los clubes de lectura, porque de ellos es la república de las palabras.

Se aprende a pensar viviendo y leyendo, porque no se vive por la mañana y se lee por la tarde, en una forzada y absurda contigüidad, sino que se piensa lo que se vive y lo vivido se relaciona con lo que se ha leído. Pero pensar y vivir no son verbos antagónicos, como tampoco deberían serlo vivir y leer, y menos todavía pensar y leer.

Jaime Fernández Martín

Secuestrado el tiempo para pensar, cualquier información descontextualizada no deja de ser una anécdota y será pronto olvidada.

Si en la era de la imagen nuestros ojos se hacen responsables, ¿nos ayudará la literatura a crear el sentido ausente que deseamos?

Noelia Pena

Escuchaba el otro día hablar al realizador Víctor Erice en el largometraje colectivo Celebrate Cinema 101. Un corto documental rodado en vídeo de forma improvisada titulado Preguntas al atardecer, donde también toman la palabra los directores como Mekas, Bellocchio y Sokúrov, entre otros.

En una conversación tan estimulante, y no sólo por tratarse de un autor poco dado a las entrevistas, sostenía que la ficción está en la mirada que proyectamos sobre las cosas. Afirmación que uno revalida, y que sin duda tiene autoría compartida en el espacio de la lectura y otras artes. La duda que a muchos nos acomete es si en general se entienden las prácticas culturales como herramientas para el descubrimiento y el aprendizaje y no como mero esparcimiento.

Es verdad que hay una identificación excesiva de la cultura con el entretenimiento, pero la cultura no es una actividad del tiempo libre sino lo que nos hace libres todo el tiempo. Hay una poderosísima industria del entretenimiento y eso nos hace perder de vista el sentido emancipador, el sentido de crecimiento personal y social que la cultura, y lo fundamental que es en este sentido la capacidad del lenguaje, afirma la escritora Luisa Etxenike.

Como la cultura también se vende en estas fechas prenavideñas tomando cuerpo en productos culturales, entre ellos el libro, y según marcan los designios de esos grandes almacenes que van pautando las estaciones de nuestra vida-consumo, quizá se hace necesario fijar la mirada en los lectores, dejando el protagonismo del objeto libro a esos contenedores de ventas de una felicidad que, para ser alimentada, te exige una nueva compra.

Para ser más claros, tal vez convenga acercarse a las bondades de la lectura pensando más en sus receptores, y no tanto en el número de ventas de ese título recién adquirido a causa de la lista de premios al peso que atesora, que a buen seguro solo nos cambiará la vida (del salón), al descansar en el mueble nórdico que tantos desvelos nos costó montar.

Y por qué no comenzar con una aproximación a eso que llamamos de manera un tanto ambigua el lector, o buen lector, o si lo prefieren y me apuran ¿el lector literario?

En esta difícil tesitura que supone fijar una definición que pudiera resultarnos útil a todos, acuden en nuestra ayuda algunas reflexiones de un autor de cabecera que no consigo sacarme de la misma, y que se me ha convertido en una especie de nuevo libro de arena, como el que ya escribiera su amigo Borges.

Afirma que todo buen lector lee como si la literatura fuera anónima; así parece, cuando subyugados por lo que se nos cuenta, olvidamos de una vez por todas que el autor tiene en su haber un premio de incierto prestigio, dejamos de perseguirlo para conseguir su firma y una dedicatoria necesariamente estereotipada, y olvidamos aquella entrevista televisiva donde pontificaba sobre temas ajenos a lo literario. Es, entonces, en ese tiempo dedicado a su lectura, cuando descubriremos que solo no interesa el diálogo con su historia, en esa arrebatada y temporal suspensión de la incredulidad.

Pero si fuera el caso que todavía tuviéramos alguna duda sobre la intimidad que desata la lectura, el autor de marras nos asalta de nuevo dejando claro que el lector entregado subvierte el texto, lo desbarata y agita, porque ese lector ideal no reconstruye lo que está leyendo, lo recrea.

Alberto Manguel, de él hablamos, propone otros perfiles de ese hipotético lector, y tengo interés en recordar aquel que se relaciona con ciertas imágenes de san Jerónimo, donde nos lo muestran detenido frente a su traducción de la Biblia, y que llevan a nuestro autor de referencia a decir que el buen lector debe aprender a escuchar; para horadar en el texto (decimos nosotros), avanzar con él, y La ficción es la mirada | Imagen 2descubrir entre esas líneas un significado propio.

No trato de irme por las ramas palabreras citando frases más o menos exploratorias sobre el lector y la lectura. Solamente quiero que se pregunten si no han vivido una escena pareja a esta que recrea la especialista Cecilia Bajour referida por el gran Roland Barthes:

¿Nunca os ha sucedido, leyendo un libro, que os habéis ido parando continuamente a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no os ha pasado eso de leer levantando la cabeza?

Escuchar lo que un texto nos dice o dialogar directamente con él, nos recuerda también esa otra imagen del histórico inicio de la lectura silenciosa, que san Agustín observa en el obispo de Milán y relata sorprendido en sus Confesiones, cuando todavía era el tiempo en que toda lectura era sólo oral.

Y este paso de coloso, que nos llevó a una nueva dimensión de la lectura, cual es la de interiorizar el diálogo con el autor, me lleva a preguntarme si la lectura social que realizan los llamados clubes de lectura no recupera, encarnando una nueva y rica faceta, esa antigua escucha, esa mirada grupal que representaba la contemplación de imagen cinematográfica, mediante la conversación pública compartida entre lectores de sus lecturas individuales.

Y si en ese cruce extraño y fascinante que tienen los textos en la cabeza del lector, o en el intercambio hablado sobre lo leído, o cuando la mirada se pierde más allá del texto y se nos vuelve hacia los adentros, no se convocan las hermosas palabras de Simone Weil manifestando que la cultura es la formación de la atención.

Me pregunto ahora cómo podríamos enhebrar todas estas reflexiones sobre la lectura y los lectores con su formación lectora o competencia literaria.

El escritor y crítico literario Víctor Moreno nos echa un capote reflexivo en este difícil y controvertido paso cuando habla de la mediación lectora: permitir el encuentro directo, el cuerpo a cuerpo, sin obstáculos y sin mallas ortopédicas, entre el lector y el texto. La transacción entre texto y lector tiene que ser totalmente espontánea y libre de ataduras. Cuando se dé el impacto directo entre ellos, será, entonces, cuando estaremos ante un abanico de posibilidades para acceder a una exploración textual rica en matices de cualquier tipo, incluidos los aspectos formales de los textos.

Escuchar para poder escucharse, dejar y dejarse hablar para construir y construirse. Esto es, ofrecer una escogida selección de textos para su lectura, y permitir hablar sobre ellos a sus actores, para que vayan construyendo una tesela cultural multiforme (preguntas, reflexiones, inferencias?) en los espacios (públicos o personales) donde tome cuerpo y presencia, paso a paso, día a día, la ficción de la mirada.

La ficción es la mirada | Imagen 3

Las imágenes corresponden a las películas El espíritu de la colmena, de Víctor Erice; Cine-ojo, de Dziga Vertov; y El perro andaluz, de Luis Buñuel.

Rafael Muñoz

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