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Dar posada al peregrino en Fuenterroble
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Teresa, la jardinera de la luz

Dar posada al peregrino en Fuenterroble

Actualizado 16/10/2016
Redacción

La conocemos como 'la andariega' porque sus pies recorrieron muchas rutas y dejaron una impronta imposible de borrar

La conocemos como "la andariega" porque sus pies recorrieron muchas rutas y dejaron una impronta imposible de borrar. Teresa de Jesús, no sólo fue peregrina a lo largo de innumerables caminos del entonces reino de Castilla, fundando conventos que la Orden Carmelita que ella reformara necesitaba para acoger al mayor número posible de mujeres que querían profesar. Bien podemos decir, que toda su vida fue una continua peregrinación en pos de llegar allí donde el más grande de los amores que en ella habitaba, la esperaba. Y es que Teresa sentía que caminaba de la mano de Jesús de Nazaret, hombre en la Tierra; Dios en el Cielo, a donde aspiraba llegar, después de realizar la tarea que sentía que debía llevar a cabo: acercar su amor y palabra donde fuera menester. Era un mundo, el del XVI, donde los poderosos, sobre todo varones, dominaban al resto de sus semejantes; y muchas veces en nombre de un Dios, que la carmelita sólo entendía a través del amor y la justicia; de la misericordia y la igualdad.

También tuvo que hacer un largo y profundo recorrido interior, donde su cayado era la confianza y amor a Dios, y donde sus pisadas eran firmes para apaciguar miedos y dudas y salir al encuentro de un Amor divino tan fuerte que la abrasaba en cuerpo y alma. Su pluma, como sus sandalias por esos caminos, fue marcando la senda con palabras que dejaron huella en todos los que de su vida han sabido, siguiendo un recorrido interior para llegar a la luz y transmitirla.

El día de su festividad, 15 de octubre, Teresa de Jesús, llega de la mano de Lazarillo de Tormes, a Fuenterroble. Qué mejor sitio para vivir con plenitud el espíritu de los caminos, de las pisadas que tantos peregrinos dejan en ellos, que este pueblo, emblema y nudo de la ruta del sur del Camino de Santiago, e inmerso en plena trayectoria de la Ruta de la Plata. Antigua zona de paso de arrieros, tuvo un museo que les hacía los honores, y que ahora que tan tradicional oficio ha desaparecido, se ha transformado en otro dedicado al peregrino. Por este pueblo han pasado muchos a lo largo del tiempo. Por eso el párroco de Fuenterroble, Blas Rodríguez, ha sabido gestionar de forma magistral esta singular y muy humana tarea de hacer camino, dotando a la localidad de un Albergue del peregrino, que la ha convertido en un alto obligado para todo aquél que se pone en marcha para recorrer esta afamada y entrañable ruta, al decir de todos los que la han llevado a cabo. Y "Teresa, la jardinera de la luz", no iba a ser menos.

De esta particular obra de teatro que el grupo Lazarillo de Tormes ha paseado por tantos caminos, se han podido decir muchas cosas, pero sin duda la que siempre es novedosa, porque siempre es verdad a la vez que diferente, es la singularidad que en cada representación nos ofrece. Como bien dice de forma reiterada en su presentación su productor Javier de Prado, cada puesta en escena es única, como cada uno de los espectadores que a ella acuden. También se convierte en único cada altar donde se representa, porque en todas las iglesias de las que forman parte, recogen la fuerza y energía de muchas vidas, continuo peregrinar, porque como bien decía Teresa: "siempre estamos de camino". Don Blas ha entendido a la perfección esta condición de la existencia humana, al igual que lo hizo nuestra monja, y en esta ocasión, se convierte y convierte a su pueblo, en anfitriones de primer orden para que esta jardinera de luz que iluminó y sigue iluminando tantas vidas, convierta con su presencia la maravillosa iglesia de Santa María la Blanca de Fuenterroble, en la del convento de carmelitas de Alba de Tormes, última y definitiva posada antes de emprender el más deseado de los caminos, aquél que la condujo hasta la luz definitiva.

A través de la calzada romana que llega a Fuenterroble, se aproximan al pueblo las hermanas carmelitas de Teresa de Jesús, cansadas de tan largo trayecto en su vieja carreta tirada por sus nobles mulas para aproximarse a una bella construcción gótica del siglo XV, flanqueada de una hermosa torre, en la que ellas no ven más que un convento en tierras de Alba donde su madre las espera, peregrina de tantos viajes, para despedirlas antes de iniciar el más feliz de su vida. Han consultado los miliarios que al borde de la calzada les informan de que ya queda poco y como espectadores que animan a los que se acercan a la meta, estas legendarias señales les recuerdan que ésta ya está cerca, y que cumplen así satisfechos su tarea de siglos, la de anunciar que el recorrido se acaba y que su fin tiene sentido. Dentro de la iglesia un precioso Resucitado de madera, en lo alto del altar, convierte sus brazos abiertos y acogedores en marco y espectador de lo que allí va a acontecer.

Todo el recorrido vital que conforma el camino de la existencia de esta admirable mujer pasa por delante de nuestros ojos gracias a un bien trabado guión elaborado por el gran Denis Rafter. Magistral profesional de la escena, en apenas una hora, nos lleva al siglo XVI para pasearnos de la mano de unas monjas, hermanas de Teresa, por toda su vida. Mientras la defienden a ultranza ante un dominico, voz de la Inquisición, que quiere aniquilarla con falacias e injurias, tenemos la oportunidad de recorrer una vida, una época y un legado cultural y espiritual que nos sorprende por desconocido o mal aprendido. Nos convertimos así, en peregrinos admirados, a través de una figura de mujer, a la que deseamos finalmente que haya llegado a la meta para ella dispuesta, con todos los honores que se merecía y sigue mereciéndose. Descubrimos toda la altura de cualquier acto de misericordia porque entendemos gracias a su historia, que lo que une los corazones de los hombres es sentirnos iguales en nuestras miserias, como lo hizo un Jesús que compartió las suyas con nosotros. Necesitamos ver descansar a una Teresa cansada de caminar, y que a lo largo de su vida, dio alimento, calmó mucha sed, arropó a los que tenían frío, enseñó, oró, consoló y dio consejo a los más perdidos, sin olvidar a los que se iban para siempre, sin haber conocido la felicidad de este mundo.

Un "Vía Lucis" concentrado en el tiempo y el espacio, tiene lugar en el altar mayor de santa María la Blanca de Fuenterroble de Salvatierra en la tarde-noche de este 15 de octubre. Teresa de Cepeda y Ahumada, Teresa de Jesús para su Orden de Carmelitas Descalzas, muere a la misma hora de hace 434 años en el convento de Alba de Tormes, en un día en el que otro viaje en el tiempo tiene lugar. Aquel día, 4 de octubre se convierte en 15, por el cambio que se produce en el calendario, que pasa del antiguo romano al actual gregoriano. Teresa de Jesús sigue estando de camino por las hojas del tiempo, aún en el día en que su paso por la tierra da el salto hacia el camino más alto por ella deseado, el de llegar a la Gloria para estar en brazos de su amado Jesús de Nazaret. Junto a sus hermanas carmelitas en sus pobres hábitos de paño de lana de oveja, polvorientos de tanto viaje, unas mudas figuras de madera son testigos de tan trascendente hecho. Son las que rústicamente representan momentos esenciales para el "Vía Lucis" que nuestro carismático padre Blas lleva a cabo todos los años en la primera semana de Pascua entre Beleña y Fuenterroble. Así Santiago Apóstol, patrón de peregrinos, junto a la Magdalena, santo Tomás, san Pedro y san Pablo, o incluso la misma Madre del Redentor entre otros, forman parte de un cuadro escénico en el que de manera casi indescriptible por lo emocionante y verosímil, un grupo de actores nos trasladan al momento en que unas desoladas monjas junto a un convertido padre dominico presencian la blancura cegadora de una luz que ilumina la verdad de todo lo narrado a lo largo de esta obra, "Teresa, la jardinera de la luz".

Como el nombre de este significativo pueblo de peregrinos, ha sido fuente para muchos y ha sabido echar raíces de árbol, siendo, paradójicamente, viajera incansable como lo fue la magnífica figura que nos da a conocer. La Virgen Blanca, símbolo de indudable riqueza jacobina, contempla desde un rincón del altar como su enamorado hijo mira a una Teresa que envuelta en luz habla por última vez al mundo que abandona, para iniciar el recorrido que la conducirá definitivamente hacia Él. Las últimas notas que salen del órgano del maestro Salinas, devuelven a la realidad a unos espectadores que rompen con sus aplausos la fuerte emoción de tan mágica escena.

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