Hay términos que arrastran simultáneamente una enorme carga emocional junto con una gran capacidad explicativa del acontecer. Cierto es que tanto su uso como su significado varían en el tiempo, pero alguno de ellos mantienen su carácter. Probablemente sea así por la complejidad de los hechos que definen, su alta intensidad emotiva y la necesidad de establecer un marco interpretativo que posibilite la existencia de opciones claramente definidas para reclamar apoyo o aquiescencia social. Cuando utilizo el término golpe de estado para tipificar una determinada situación soy consciente de distintos aspectos cuya secuencia es numerosa e imposible de abarcar aquí: desde su origen en la ciencia política moderna, el 18 de brumario, a la elaboración por Curzio Malaparte de su manual escrito en 1930.
En España hay una larga tradición que también se extiende al ámbito de la batalla semántica. Al golpe de estado de julio de 1936 se le denominó alzamiento para dulcificar el duro simbolismo que esconde el término. Por ello, el asunto es viejo y cercano. Traigo esta circunstancia a colación por cuanto vuelve a tener actualidad en estas semanas en la política latinoamericana. Brasil y Venezuela son dos ejemplos de ello. Hace pocos años se habló así mismo de golpes de estado en Honduras y en Paraguay. Para estos dos países, a los que ahora se suma Brasil, la salida presidencial ha sido inmediatamente catalogada de esa guisa por los seguidores de los presidentes y de la presidenta concernidos. Una forma inequívoca de militancia lícita, pero intelectualmente inadecuada.
Propongo una definición sencilla para este acto cargado de tan alto grado de significado. Primero quiero recordar que la política se refiere al manejo del poder en el ámbito público y que ello conlleva la gestión del conflicto que existe en la sociedad. La evolución registrada comporta la aceptación generalizada de ciertos principios como es el de la legitimidad legal racional y el explícito acatamiento de que debe haber un monopolio de la fuerza que esté sometida a la ley. Así, un golpe de estado supone la quiebra de un determinado ordenamiento institucional por medio del uso de la fuerza torciendo la voluntad de quien hasta entonces detenta el poder. La fuerza se empleó en Honduras, pero no en Paraguay ni en Brasil. La fuerza la tiene el gobierno en Venezuela; si ganara la calle hoy, no sería un golpe de estado sino una revolución.
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