Es difícil compaginar el comportamiento normado con la torrentera de las emociones. Todavía lo es más cuando las normas son establecidas tras complejos procesos de deliberación que se llevan a cabo en el tiempo y cuando las efusiones surgen con un carácter dicotómico radicalmente excluyente. Es un avatar de cada día que me afecta personalmente en los más mínimos detalles de mi vida a los que estoy habituado a pesar de que a veces la contraposición me genere molestias. Sé que he sido educado para saludar cuando entro en aquella sala donde se encuentra quien me fastidia y aunque ello me desequilibra momentáneamente doy los buenos días. Así ocurre en la política siendo más complicada la superación de esa tensa disyuntiva.
En Brasil está en marcha un juicio político que puede llevar a la pérdida de la presidencia a Dilma Rousseff. La Constitución establece un procedimiento para la destitución presidencial que se ha seguido con sus más y sus menos en medio de una aguda polarización social. Los pasos se han seguido de acuerdo con el articulado constitucional aunque la causal aplicada es poco clara y desde luego no tiene nada que ver con la acusación de los enfurecidos sectores opositores, menos aún está relacionada con la supuesta incapacidad para gobernar y con el incierto liderazgo de Dilma, según sus adversarios políticos. El juego de la política entra en liza y la lucha por el poder se encrespa azuzada por el deterioro de la economía que sufre el país desde hace dos años y el clima de corrupción rampante.
Un escenario enrevesado que se complica todavía más por el increíble número de partidos políticos presentes en el Congreso (28) resultando cada vez más difícil la práctica coalicional tan exitosa durante veinte años. Poco importa, ¿o sí?, que quienes enjuician a la presidenta Rousseff en su mayoría tengan o hayan tenido cuentas pendientes con la Justicia -según Transpârencia Brasil en torno al 54% de los legisladores brasileños-. La lógica que impera es la de la posición afectiva construida a lo largo del tiempo. La misma que se asienta sobre el estrecho margen del triunfo electoral en los comicios presidenciales de hace dieciocho meses en que Rousseff obtuvo el 51,6% de los votos; una magra victoria que dio alas inmediatamente a alentar su caída por el mecanismo que fuera. Entonces las reglas son mera coartada de las pasiones.
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