La biografía de un cónsul, su acto de conciencia y la Europa de la Segunda Guerra Mundial
El cónsul portugués Aristides de Sousa Mendes, conocido por salvar a más de 30.000 personas del nazismo, tiene un museo en su honor. El edificio solariego que fuera su hogar y el de su extensa familia, la Casa do Passal, en Cabanas de Viriato (Carregal do Sal, Viseu), ha sido rehabilitado como espacio para la memoria, recuperando la figura de un hombre que sin pretenderlo se tornó relevante, y fue condenado al olvido por desobedecer las órdenes del gobierno de Salazar.
La acción que marcó su destino y el de miles de personas ocurrió en junio de 1940. En julio de 2024 fue abierto el Museo Aristides de Sousa Mendes (MASM).
Nacido en 1885 en Cabanas de Viriato, en el seno de una familia perteneciente a la pequeña aristocracia rural, Aristides de Sousa Mendes estudió Derecho en Coímbra y emprendió la carrera diplomática en 1910. Su trayectoria lo llevó por diversos destinos en África, América y Europa, hasta ser nombrado cónsul en Burdeos en 1938. Era un hombre conservador, católico y monárquico, un funcionario que sirvió a la monarquía, a la república y a la dictadura portuguesas, los regímenes políticos con los que convivió.
Desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 el trabajo en el consulado portugués en Burdeos no dejó de crecer. Pero es a partir de la rendición de Bélgica, Holanda y Luxemburgo en mayo de 1940 y de la caída de París el 14 de junio de ese mismo año cuando los que acuden en busca de un visado que les permita atravesar la España destruida por la Guerra Civil para entrar en Portugal, se multiplican.
Portugal, al igual que España, se había declarado neutral, pero ni tenía condiciones para acoger refugiados ni quería indisponerse con los alemanes. Así las cosas, las circunstancias para conceder visados eran sumamente restrictivas.
Por si fuera poco, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Portugal publica una circular, la famosa en esta historia Circular nº14, el 11 de noviembre de 1939, en la que prohíbe a todas sus oficinas consulares emitir visados destinados a apátridas, judíos, rusos o a los expulsados de su país, sin consultar previamente al Ministerio, cuya respuesta era previsible.
Obtener un visado era prácticamente imposible. Es ahí cuando a Aristides de Sousa Mendes se le pone delante la encrucijada de su vida: cumplir la ley, obedecer a un gobierno al que se debe como funcionario, o hacer lo que su conciencia le dicta. Sus familiares y los trabajadores del consulado contaron que, en medio de aquella vorágine, el cónsul, completamente bloqueado, se recluyó durante tres días. De ese aislamiento salió con una energía reforzada y una firme decisión: dar visados a todo el que lo solicite, sin preguntar nada.
Se comienzan a emitir visados masivamente, el consulado funciona veinticuatro horas al día. En los libros de registro, ahora expuestos en el museo e incluidos por la Unesco en el Registro de la Memoria del Mundo, se comprueba cómo la caligrafía empeora. Cada vez son menos exhaustivos los datos recogidos, en los últimos apuntes figuran apenas nombres y apellidos. Durante días, Sousa Mendes no hace otra cosa que firmar todo lo que le ponen delante.
Por estos registros se sabe que firmó por lo menos treinta mil visas en unos siete días, pero en el proceso por el que fue juzgado se le acusó de emitir de forma irregular treinta y ocho mil, de los cuales unos diez mil fueron para ciudadanos judíos.
Estos refugiados comenzaron a pasar a miles por la frontera de Irún a finales de junio de 1940, con destino a Portugal y visado del consulado de Burdeos. Las autoridades españolas advierten al embajador de Portugal en Madrid, Pedro Teotónio, que rápidamente percibe lo que está pasando y se presenta en Burdeos, donde le informa al cónsul de su suspensión y de que es llamado urgentemente a consultas en Lisboa.
Aristides de Sousa Mendes es sometido a un proceso disciplinario durante el cual, lejos de arrepentirse, se reafirma en su acción. Podía haberse acogido a la enajenación mental que el propio embajador Pedro Teotónio le atribuyó, fruto del intenso trabajo y la presión de las circunstancias. Sin embargo, Sousa Mendes se defiende hablando de “acto de conciencia”.
Es apartado de su cargo e impedido de ejercer cualquier profesión, también se le prohíbe salir del país.
Castigado por el régimen, vigilado de cerca por la policía política, nadie le quiere tener como amigo, ni siquiera como conocido, demasiado arriesgado tratándose de uno de los señalados. El miedo obra su papel y Sousa Mendes se ve solo y arruinado.
Sus hijos van abandonando Portugal, hacia Estados Unidos, Canadá, Reino Unido… Aristides va vendiendo objetos y mobiliario de valor de la Casa do Passal para subsistir. Hasta que no le queda nada. Hipoteca la casa, que es vendida en subasta pública y tiene que refugiarse en la capital, donde es ayudado por la Comunidad Israelita de Lisboa.
Muere en 1954, solo, en un hospital de beneficencia. Angelina, su esposa, había fallecido en 1948.
Aunque olvidado por su propio país durante la dictadura, el mundo no tardó en reconocer su sacrificio. En 1966, el Yad Vashem de Israel le concedió el título de "Justo entre las Naciones". En Portugal, el reconocimiento oficial no llegó hasta la democracia, siendo rehabilitado póstumamente en 1987 y ascendido a embajador. El honor definitivo llegó en octubre de 2021, cuando una placa con su nombre fue colocada mediante una ceremonia con honores de Estado en el Panteón Nacional en Lisboa, junto a las grandes figuras de la historia portuguesa.
Sin embargo, por expreso deseo de sus descendientes, sus restos continúan en el cementerio de Cabanas de Viriato, cerca de la Casa do Passal, bajo la custodia del gran Cristo Rey que el propio Aristides mandó traer desde Bélgica. Un hogar que acogió a una familia alegre, devota y numerosa en sus días felices y también cuando llegó la tragedia.
La Casa do Passal, un imponente palacete de estilo belga, llama la atención en medio de una villa de la Beira portuguesa. Está clasificada como Monumento Nacional. Quedó abandonada y en ruinas durante décadas, como un triste reflejo del destino de su propietario. Adquirida en el año 2000 por la Fundación Aristides de Sousa Mendes, ha sido objeto de una profunda restauración que culminó con su inauguración como museo en 2024.
Visitar el museo es una inmersión en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y en el papel que jugó Portugal como vía de escape del terror. El centro expositivo permite comprender la angustia de los refugiados y la coherencia de un hombre que se arriesgó a perderlo todo por "salvar a toda aquella gente, cuya aflicción era indescriptible", como él mismo declaró en el juicio que lo condenó.
Este nuevo museo se complementa con otro ya existente, Vilar Formoso Fronteira da Paz. Inaugurado en 2017 en la localidad fronteriza, se centra en la experiencia de los miles de refugiados que cruzaron la frontera hispano-lusa, muchos de ellos con los visados de Sousa Mendes, y sintieron por primera vez la seguridad de estar a salvo.
En la Casa do Passal hoy nos recibe una imponente escalera de madera noble, majestuosa como la de entonces. El museo se divide en nueve apartados repartidos en dos plantas, llenos de documentación gráfica y escrita y de objetos de los Sousa Mendes, que van narrando una biografía y la historia de Portugal y de Europa en la primera mitad del siglo XX. La tercera planta, que un día sirviera de capilla a la familia, hoy acoge la labor administrativa del museo.
El lugar que simbolizó su auge y su posterior caída es hoy el epicentro de su legado.
Pero más allá de enaltecer una figura, tanto el de Cabanas de Viriato como el de Vilar Formoso son lugares contra el desconocimiento de un pasado aún cercano, donde realzar el valor del comportamiento humano, de la acción consciente a favor de la vida.
El Museo Aristides de Sousa Mendes (MASM) abre de martes a domingo. La entrada general cuesta 5 euros, existiendo precios especiales para determinados colectivos y visitas especiales para centros de enseñanza.
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