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COMARCA
Actualizado 14/07/2025 01:31:47
Adrián Martín

Por primera vez en la historia el camión no llegó a tiempo con los seis astados de la ganadería onubense de Villamarta

Moraleja vivió ayer una jornada insólita en el marco de sus tradicionales festejos taurinos en honor a San Buenaventura. Por primera vez que se recuerde —y así lo atestiguan los vecinos más veteranos—, la puntualidad que históricamente ha presidido el inicio de los encierros se vio interrumpida por un contratiempo logístico: la tardanza del camión que transportaba los seis astados de la ganadería onubense de Villamarta.

Llegada la una en punto, hora marcada para el estallido del chupinazo, el coso y las calles adyacentes bullían de expectación, pero el ganado aún no había hecho acto de presencia. La espera, tensa aunque festiva y con temperatura no demasiado desagradable al calor, se prolongó hasta las 13:18, momento en que por fin sonó el chupinazo de salida.

La carrera, discurrió con una limpieza impecable y una celeridad que apenas dejó margen para el resuello: dos minutos y medio de intensidad pura, en los que los seis ejemplares, bien hermanados en manada, completaron el recorrido sin que se registraran heridos ni incidencias de relevancia. Las calles de Moraleja ofrecieron estampas de gran belleza y plasticidad, con los mozos midiendo distancias, templando carreras y arriesgando en tramos comprometidos, siempre con nobleza y respeto hacia la embestida.

Finalizado el encierro, como manda la costumbre y el gusto popular, se procedió a la lidia de una vaquilla al estilo tradicional. A diferencia de la jornada anterior, la res de ayer se mostró brava, encastada y con un juego excepcional, protagonizando varias arrancadas que la llevaron incluso a franquear varias veces los barrotes del vallado, sembrando momentáneamente el desconcierto entre el público que se creía a resguardo. Sin embargo, lejos de enfriar el ambiente, aquellos sustos avivaron aún más el entusiasmo de la concurrencia, que respondió con aplausos y vítores a cada nueva acometida.

La bravura de la becerra animó a varios jóvenes a probar suerte con espectaculares saltos y quiebros, premiados por la ovación de un respetable entregado. Bastaba citarla con firmeza y temple para que respondiera con codicia, acudiendo franca al embroque, lo que dio pie a una faena improvisada pero vibrante.

Finalmente, y muy a pesar del respetable y de los mozos que aún ansiaban más lances, se procedió a encerrar la vaca tras haber agotado el tiempo reglamentario. No obstante, quedó patente que, de haber dispuesto de más minutos, la res habría seguido dando juego gracias a una casta que honra el hierro que porta.

Así concluyó una jornada que, pese a su inicio accidentado, dejó el sabor intenso de lo auténtico y la promesa de más emoción en los días venideros.

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