La provincia charra celebra una notable recuperación en su cosecha de miel, superando desafíos previos y consolidando el liderazgo de la comunidad, que se mantiene como segunda productora de España y primera en número de explotaciones
La apicultura en Castilla y León no es solo una tradición ancestral, sino un sector vibrante y estratégico para el desarrollo rural y la conservación de la biodiversidad. La comunidad autónoma brilla con luz propia en el panorama apícola español, demostrando una formidable capacidad productiva y un dinamismo que se refleja en el crecimiento constante de sus explotaciones, augurando un futuro prometedor para esta actividad esencial.
Castilla y León se erige como una auténtica potencia en la apicultura española, marcando la pauta a nivel nacional. Según los datos más recientes de la Junta de Castilla y León, la región cuenta con la impresionante cifra de un total de 425.158 colmenas. Estas cifras subrayan un crecimiento espectacular: entre 2010 y 2024, las explotaciones apícolas han experimentado un incremento del 57%, una clara señal de la vitalidad del sector.
En términos de producción, la campaña de 2023 arrojó 4.397,3 toneladas de miel en Castilla y León. Si bien esta cifra fue un 9% inferior a la del periodo anterior, la comunidad demostró su resiliencia manteniéndose como la segunda potencia productora de miel en España, solo por detrás de la Comunidad Valenciana, y aportando un significativo 16% al total nacional.
Dentro del próspero panorama de Castilla y León, Salamanca resplandece como uno de los grandes baluartes de la apicultura. Aunque a 1 de enero de 2024 se registraron 221.534 colmenas censadas, marcando un mínimo histórico tras un descenso desde las 277.225 colmenas de 2019, la provincia ha demostrado una capacidad de superación admirable. De hecho, se estima que el parque apícola salmantino real ronda las 270.000 colmenas, atendidas por unos 350 apicultores.
El año 2024 ha traído consigo noticias excepcionalmente positivas. Los apicultores castellanoleoneses, y muy especialmente los salmantinos, celebran una mejora sustancial en sus cosechas. En Salamanca y la zona sur de la comunidad, la campaña se considera buena.
La relevancia de las abejas trasciende con creces la producción de miel, polen, cera o propóleo, productos valiosos por sí mismos. Su papel más crucial, y a menudo subestimado, es su incansable labor como agentes polinizadores. Este servicio ecosistémico es absolutamente fundamental para el mantenimiento de la biodiversidad global y, de manera muy directa, para la producción agrícola que sustenta nuestra alimentación.
Las abejas, al transportar polen de flor en flor mientras recolectan néctar, facilitan la fertilización y, por ende, la producción de frutos, semillas y nuevas plantas. Se estima que más del 75% de los cultivos alimentarios del mundo, incluyendo una vasta mayoría de frutas, verduras, frutos secos y semillas oleaginosas, dependen en algún grado de la polinización por insectos, siendo las abejas melíferas las campeonas indiscutibles en esta tarea por su eficiencia y organización. Sin su intervención, la variedad y cantidad de alimentos disponibles se reduciría drásticamente, afectando la seguridad alimentaria y la economía agrícola.
Pero su impacto va más allá de los campos de cultivo. La polinización es igualmente esencial para la conservación de la flora silvestre, permitiendo la reproducción de innumerables especies de plantas que forman la base de los ecosistemas terrestres. Estas plantas, a su vez, proporcionan alimento y refugio a una multitud de otros animales, contribuyendo al equilibrio ecológico y a la resiliencia de los hábitats naturales. Por ello, la salud de las poblaciones de abejas se considera un bioindicador de la salud del medio ambiente. Proteger a las abejas y fomentar una apicultura sostenible no es solo una cuestión de interés sectorial, sino una inversión vital en nuestro planeta y en nuestro futuro.