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LA SIERRA
Actualizado 21/01/2025 19:03:55
Vanesa Martins

Recorremos y conocemos de mano de sus protagonistas la Casa Museo Satur Juanela, que recuerda como vivían los antepasados de este conocido pueblo serrano

La Casa Albercana no solo es un lugar que se ha convertido en un museo, como muchos la llaman, sino un reflejo de cómo vivían los antepasados de esta localidad serrana. Ubicada en lo que hoy es un pequeño pueblo lleno de historia, esta casa fue construida en 1780 y rehabilitada hace 22 años para preservar su esencia.

Se trata de la Casa Museo Satur Juanela, que se ha convertido en un museo gracias a Satur y Mari, que homenajean de este modo a los abuelos sin perder la tradición.

La casa tiene cuatro plantas, y cada una de ellas guarda secretos y recuerdos que hablan de un tiempo que, aunque lejano, sigue presente en el corazón de quienes conocieron estas costumbres y que recorremos junto a su impulsor y protagonista.

En la planta baja se encontraba la cuadra, un espacio que compartían los animales con la familia. “Los cerdos, las cabras, la mula, las gallinas… todos tenían su lugar, pero lo que más me impacta al recordarlo es la armonía con la que convivían en un espacio tan reducido. Cada animal tenía su zona, sus propios rincones donde descansar y alimentarse. Pero no solo los animales vivían en esa planta. La casa no era solo un hogar, era un almacén, un refugio, una despensa de lo que el campo daba”, explica Satur.

Subiendo a la segunda planta, encontramos los dormitorios. “Aquí dormíamos mis abuelos, mis hermanos y yo. Recuerdo perfectamente cómo mi abuela me pasaba a la "sala de atrás" cuando estaba enfermo”. Esa sala, a pesar de su sencillez, era un espacio vital para la familia, donde se compartían tanto las alegrías como los momentos más duros. Los colchones de hoja de maíz eran duros y poco confortables, pero nos ofrecían el descanso necesario para el trabajo del día siguiente. Cuando la enfermedad llegaba, era allí donde los niños pasaban nuestros días, cuidados por los abuelos.

“Lo que no comprendí de niño, y ahora, a mis 62 años, entiendo mejor, es por qué dormíamos allí, en una cama más incómoda, cuando la sala de adelante, con colchones de lana y sábanas de lienzo, era mucho más cómoda”, explica. En esa sala, también se vivieron finales. “Mi abuelo murió allí, a los 98 años, y mi abuela, a los 102. La vida y la muerte, de alguna manera, se entrelazaban en ese lugar”.

Llegamos a la tercera planta, donde se encontraba la cocina. La Casa Albercana tiene una peculiaridad: su cocina no tenía chimenea. “El humo, en lugar de salir por una chimenea tradicional, se aprovechaba de una manera especial, saliendo entre las tejas de la casa. El humo, en la vida de los albercanos, era un bien preciado. No solo se usaba para cocinar, sino también para secar las castañas y ahumar los embutidos, dos de las riquezas que más destacaban en nuestro pueblo”.

Y no hay que olvidar uno de los días más grandes: el día de la matanza. “Era un día esperado, un día de fiesta y de trabajo. El cerdo, que se criaba en la casa, era sacrificado, y su carne se conservaba de muchas maneras. El trabajo duro se transformaba en un festín, en un acto que unía a la familia y al pueblo. Los hombres subían el cerdo por las escaleras hasta el saladero, donde el frío y el humo ayudaban a conservar la carne. Pero la matanza no solo era para alimentarse, también era una tradición que fortalecía los lazos familiares y comunitarios”.

Por último, en la planta más alta se encontraba el sobrao. Lugar donde se guardaban muchas cosas y donde el abuelo Sátur tenía su propio taller.

Al final de cada visita a la Casa Albercana, después de recorrer sus pasillos y conocer su historia, los turistas reciben un pequeño convite. Un licorcito y los dulces de la abuela Josefa, hechos según su receta secreta, con amor y dedicación. “No hay mejor manera de cerrar una visita a este lugar que con el sabor de la tradición en el paladar. Y con la emoción de saber que esta casa, que fue testigo de tantas vidas, sigue viva, sigue contando su historia, sigue siendo un homenaje a mis abuelos, a todos los abuelos que con su trabajo, su esfuerzo y su amor, nos dejaron un legado invaluable”, concluye Satur.

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