SOCIEDAD
Actualizado 16/03/2024 21:29:19
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El pregón fue pronunciado a última hora de la tarde del sábado en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal

Con permiso, lo primero: deben saber que no me resultó nada fácil aceptar esta encomienda; y lo digo con toda franqueza pues yo nunca he vivido la Semana de Pasión en Ciudad Rodrigo, es más no conozco otra Semana Santa que no sea la de Zamora, mi tierra. Y por eso, para un zamorano resulta muy comprometido pregonar una Semana Santa que no es la suya, que no la conoce, aunque tenga con esta ciudad, como es mi caso, un vínculo de tantos años y con sus gentes un afecto tantas veces manifestado que culminó al distinguirme como Hijo Adoptivo. Confío que esta alocución, mis palabras, no les defraude a todos ustedes.

Y hablando de palabras, aquí me tienen presto a comenzar.

¿Y cómo debe afrontar un cristiano la difícil papeleta que supone pregonar la Semana Santa, con lo delicado que resulta escribir sobre la Pasión de un Dios que se hizo hombre?

Desde un primer momento, desde el principio, entendí que había que hacerlo desde la gratitud por recibir el don de la fe, por el hallazgo de Cristo, por la fe en Cristo. Por eso he repasado el mejor escrito que existe sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; la historia mejor contada, la más bella y perfecta narración sobre su vida: los Evangelios.

Preparar este pregón, profundizar en la Historia de la Sagrada Pasión, me ha ayudado a conocer más a Jesucristo, a comprender mejor su sacrificio y el amor infinito que tiene hacia el hombre, hasta el punto de morir por nosotros para ofrecernos la vida eterna.

Y, además, me ilustrado en las particularidades de esta Semana Santa con la Memoria que se escribió para ser declarada Fiesta de interés turístico en Castilla y León por parte de su Ayuntamiento y que me ha ayudado a descubrir sus cofradías y sus procesiones. Con algunas de las cuales me he reconocido pues me han recordado a otras tantas de la Semana Santa de Zamora, El Silencio, La Soledad o El Paso de la Agonía.

Miren, quiérase o no, cada primavera, las calles de las ciudades y pueblos de España se llenan durante nueve días de túnicas, caperuces, cruces, hachones, marchas fúnebres, imágenes y sonidos para expresar emociones y espiritualidad. En las calles de nuestras comarcas se siente el fervor religioso, la devoción de un pueblo, la tradición familiar y que, armonizadas, sirven para escenificar una celebración auténtica que hunde sus raíces en la Edad Media.

Sobre ese devenir de siglos se cimentaron unas procesiones que han logrado transformar la madera en carne y hacernos volver a vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús como debió acontecer hace más de dos mil años; y que junto a iglesias románicas, vetustas casas y empedradas calles hacen estremecer al que lo contempla desde la fe.

¿Puede haber farinatos presenciando los desfiles en la Plaza Mayor sin fe? ¿Puede haber nazarenos arropando el encuentro de Jesús con su Madre la mañana del Viernes Santo sin fe? ¿Puede haber mujeres postrándose ante la imagen de La Soledad sin fe? ¿De verdad podemos creer que no es la fe lo que sacude a los hermanos del Silencio portando el Incensario?

Para oficiar la Semana Santa se precisa la fe. Muchas personas valoran las procesiones por su aspecto exterior y por la compostura en sus formas, y es importante, pero no determinante. Las procesiones no pueden considerarse una atracción turística, que entiendo podría contemplarse, sobre todo por la repercusión mercantil que ello conlleva; son, deberían ser, antes de nada, una manifestación nacida de la fe cristiana, del fervor popular, una expresión para impulsar la piedad en los fieles y que ayuden a los no creyentes a serlo.

Alguno habrá que no lo crea, que duda cabe. Lo que diferencia al cristianismo del resto de las religiones es la creencia, la fe, en que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros: solo el cristianismo afirma que Dios llegó a convertirse en un ser humano y que lo hizo no para presentarse en Su gloria sino para adoptar forma de siervo y morir en la cruz.

Entiendo que, en los tiempos actuales, y en los pretéritos, ante las desgracias, catástrofes, penurias ó enfermedades que nos asolan, nos preguntemos ¿Dónde está Dios? Todos aquellos que creemos, que tenemos fe, podríamos responder que, desde hace siglos, colgado de una cruz, de una cruz que ya había arrastrado por todo el dolor y vergüenza que soportamos los seres humanos. Y en España, en Zamora y en Ciudad Rodrigo así debemos entenderlo. Como cristianos, nuestra forma de conmemorar la Pasión y Muerte de Jesucristo, no se explicaría sin la conmovedora grandeza de su Resurrección: el Crucificado resucitado debe ser el modelo de todo hombre.

Por supuesto que la Resurrección de Cristo es la piedra angular de la fe cristiana hasta el punto de que, si no fuera cierta, no tendría ningún sentido profesarla. Y cierto es que el sepulcro fue hallado vacío. Y cierto es que aquel día, durante algunas horas, hubo personas que vieron a Jesús sosegado, transmitiendo vida, aún con las huellas de su martirio; hoy, tantos siglos después, cuanto aconteció ese primer Domingo de Resurrección, nos recuerda que Dios nos ama muy por encima de lo que podemos concebir, que no todo acaba con la muerte y que, principalmente, el Bien acabará prevaleciendo sobre el Mal: con la expiración de Cristo, la Cruz, símbolo de nuestros fracasos y amarguras, se ha transformado en un nuevo comienzo, donde ya brilla el esplendor victorioso del alba en el primer día de Pascua.

Pero no me quiero anticipar, el Evangelio me lo advierte….

Viernes de Pasión.

Procesión de La Dolorosa. Ya desde este día, los mirobrigenses quieren centrar sus miradas en la Pasión de Cristo pues para entonces el Hijo de Dios llega a Jerusalén y su Madre, cuando atardece, se asoma a recibirle porque sabe el dolor que espera a su Hijo…

Y aquí, recorriendo el itinerario por las calles que conforman las piedras de palacios casas y templos, los vecinos de Ciudad Rodrigo, alejados de cualquier laicismo, se asoman a la calle para alumbrar el caminar de esta Madre Dolorosa, que ya presiente la angustia que precede a las injurias, a la tortura y a la muerte que le aguardan a su Hijo en los días venideros y por eso, en la calle o en los balcones, las gentes la contemplan con ternura y la acompañan en procesión con cera entre las manos. La liturgia ya ha comenzado y con ello la narración de amor más bella de la historia.

La Virgen María inicia su transitar con el corazón partido de dolor porque ya sabe que Él está condenado. El gran dolor de esa Madre fue asistir al sufrimiento de su Hijo mientras le acompañaba en su desgarrador camino a la Cruz, presagiando la sangre que verterá la mañana del Viernes Santo en la colina del Gólgota.

Virgen bendita, Virgen de los Dolores, que quisiste seguir a tu Hijo durante todo el Calvario, que quisiste consolarle añadiendo más dolor a tu dolor, que sufriste más que ninguna madre sufre por serle fiel hasta su muerte. Ahora te contemplan desde las calles de esta ciudad milenaria, con la tristeza que provocan tus ojos doloridos y colmados de llanto sostenidos sobre unas andas y alumbrados por faroles plateados.

Aquel otro día, en Jerusalén la tarde del Viernes Santo, casi todos habían dejado solo al Señor, pero quedaba su Madre al pie de la Cruz. Y cuando los fariseos se deshicieron de Dios, algunos hombres buenos lo bajaron de los maderos, le retiraron los símbolos de la crucifixión, la corona y los clavos, su Madre los recogió y siguió al Hijo hasta la tumba prolongando la agonía de una Madre que no terminó en el Calvario.

Santísima Virgen de los Dolores: ahora sabemos que la iglesia tuvo y tiene una mujer como mediadora entre los hijos y el Hijo, esa que reúne la suprema perfección de la mujer, la Virgen Madre.

Domingo de Ramos

Procesión de la Borriquilla. En el comienzo de la primavera la bendición de los ramos y el laurel augura ya la gloria, aunque la ofrenda de Cristo esté cercana, y todo cuanto estaba anunciado se iba a cumplir pues solo el Redentor sabía que debía obedecer al Padre e iniciar el camino hacia su Muerte y con ella, nuestra redención. Pero hoy celebramos este domingo, cuando Jesús llega a Jerusalén, con alegría y deleite pues en Judea se presentía que iba a ser proclamado Rey y así lo conmemoramos nosotros a lo largo de los siglos.

En el día de las palmas, Jesús, como Hijo de David, es el Señor que entra en Jerusalén, es el Rey que entra en la ciudad aclamado popularmente, pero llevando como cabalgadura un asno porque es el Rey de los pobres, es un Rey humilde y es, hoy, ante todo, el Rey de los niños que le vitorean más que nadie.

Pasan los tiempos y las generaciones, se transforma la ciudad y las costumbres de sus gentes, se modifican la ceremonia y la fisonomía procesional, sin embargo, los niños siempre serán niños todos los Domingos de Ramos y Jesús, desde su borrico, percibe ternura en esos ojos infantiles y sabe que ellos, los niños, le ayudarán en el Camino.

Me gusta presenciar varias veces esta procesión en Zamora, me gusta observar a los niños mientras caminan por la fila desordenada, hay que saber leer en sus sonrisas y evocar en sus caras las de nuestra infancia. Y por eso me coloco en las aceras para ver pasar a niños a los que nadie arrebató aún la ilusión en los ojos, los veo andar llenos de vida y porvenir y me digo “nunca volveré a ser como ellos; lo fui, pero ya no lo seré jamás”. Sin embargo, gracias a este día, a esta procesión, vuelven a mí los recuerdos de la infancia, de las personas a quien tanto quise y de las veces que recorrí este itinerario yendo de la mano de seres queridos.

Así, Cristo ya “está” en Miróbriga, la ciudad que no le ofrecerá un trono y si un sepulcro, acompañado de palmas y ramos de olivos, entre himnos de alegría y esperanza. Farinatos, nunca permitáis que Ciudad Rodrigo se quede sin el único día de alegría antes de la Pascua de Resurrección, nunca renunciéis a que vuestros hijos se queden sin participar en este maravilloso Domingo de Ramos, sin desfilar en esta familiar cofradía.

Procesión de la Oración del Huerto. Dice el Evangelio que Jesús llegó al Huerto de Getsemaní con los apóstoles para orar presintiendo el inicio de su Pasión. Tal fue su angustia ante el sufrimiento que sabía le esperaba y la tristeza por verse solo, con los discípulos dormitando, que las gotas de sudor tornaron en goteo de sangre. Y en los peores momentos del trance, Lucas nos dice que un ángel se le aparece entre los olivos ofreciéndole un cáliz para confortarle en aquellos terribles pasajes y animarle a persistir en la oración.

Quienes creemos en Cristo, en su Cruz y en su Resurrección, sabemos que, con esta imagen, en el Huerto de los Olivos, Él nos muestra el valor de la oración a pocos días de iniciar su calvario y por eso, cuando la tristeza y la congoja nos turben, más debemos volvernos hacia Él a través de la oración.

Y debemos sentir el dolor de su corazón, reflejado en el rostro angustiado, observándose solo, desamparado en el campo, entre los olivos, para entender el dolor grande que hoy sufren las gentes de las campiña, hortelanos y ganaderos, ante el abandono que soportan.

Ciudad Rodrigo se llena del verde esperanza de las túnicas del cofrade porque la Semana Santa también es un tiempo para retomar el ánimo y la esperanza. El siglo XXI es el siglo del miedo, el tiempo de la desesperación, sobre todo para quien trabaja huertas y pastos, por eso buscamos en esta procesión, en ese paso que representa el desconsuelo del hombre, la esperanza en el futuro.

Martes Santo

Procesión de las Cinco Llagas. Con seguridad debe notarse una climatología fría y húmeda en la noche del Martes Santo a pesar del calor que desprenden cera y parafina de las teas, seguramente porque la gente que concurre lo hace muy en silencio, estremecida ante el estremecido sacrificio del Cristo de la Buena Muerte.

Cristo crucificado no puede mantenerse erguido y lo mueven inclinado sobre las sinuosas calles, lo descienden para estar más cerca de nosotros, casi muerto, haciéndonos sentir el dolor y el crujido a su paso, sin hablar, sin lamento, tan solo nos mira y lo hace más cercanamente que en ningún otro día de la Pasión, a nivel del suelo.

Transita la Procesión de las Llagas por las angostas bocacalles, con Cristo adherido al leño mal cepillado, con el cuerpo, a través de la espalda macilenta, solidario con la madera de la cruz tendida y la gente, en un silencio mustio, observa como Cristo, con la vida extinguiéndose como se extingue la humilde tea que le alumbra el camino, se acerca a los caserones para cumplir los Ejercicios de las Llagas, para que las gentes de Miróbriga, entre tenues luces iluminando las tinieblas del Martes Santo, se acerquen al rezo y al recogimiento ante la meditación de esas Cinco Llagas.

Ciudad Rodrigo necesita ver de cerca a ese Cristo diezmado, a ese hombre que ha sufrido, para comprender la bondad de su muerte. Porque el culto a las llagas no es otra cosa que evocar el sufrimiento terrenal del Señor, porque los estigmas representan la certeza de la salvación de Cristo en la Cruz y por ende la de nuestra redención a través de la fe.

Miércoles Santo

Procesión de Nuestra Señora de las Angustias. La existencia del cristianismo empezó con Jesús en brazos de su Madre aquella fría noche del establo y en la tarde de Miércoles Santo, Ciudad Rodrigo le pone de vuelta en esos mismos brazos. Y sus gentes se vuelven hacia su Madre participando de su dolor con el Hijo ya descendido. La Cruz vacía y aún plantada ampara a Nuestra Madre, a esa madre angustiada, con el cuerpo inerte del Salvador bajo sus brazos y con las mujeres a su alrededor, muchas de ellas madres que también tuvieron madres y abuelas y que dejaron su linaje para seguir acompañándola en esta procesión.

Desde 1982 la mujer recibió su relevancia procesional. En esa dolorosa tarde se armonizan las pisadas de las hermanas y de los hermanos de la Cofradía en las calles de Miróbriga, pero es la procesión de las mujeres, de las madres. Porque las mujeres no solo amaron a Jesús, y muchas le siguieron hasta la muerte para asistirle, ante todo quisieron consolar a la Virgen María pues ellas, mejor que nadie, sabían la angustia que había soportado.

Todas las madres lloran y sufren cuando injurian a sus hijos. María sufre más que ninguna madre, no solo porque su Hijo era Dios, también porque nosotros, sus hijos, le condenamos. Y está ahí, en la puerta de la iglesia de la Tercera Orden, bajo la Cruz que su Hijo llevó hasta el lugar donde le habían de clavar, con tantas lágrimas derramadas, que hacen falta todas las mujeres y los hombres de Ciudad Rodrigo para mantenerla serena.

Camina la Virgen de las Angustias despacio para recorrer esta villa, portada sobre una carroza, escuchando las plegarias de sus fieles que en Ella ven el refugio de los que no creen. Y antes de dejarla en el gran templo, mujeres y hombres, la rezan entonando su oración más amada en forma de Salve, contemplando como su Hijo ya descansa sobre el regazo de su Madre. Y le piden a la Madre de las madres que les dé la fortaleza que Ella tuvo para superar tantos momentos de dolor y aflicción.

Jueves Santo

Procesión de la Santa Cruz. Cristo inicia la Pasión para irse de este mundo, pero no nos abandona, nos deja su trono, la Cruz, la Santa Cruz. Y la Cruz tiene sentido entre nuestras vidas pues para llegar a la gloria hay que pasar por la Cruz, que nunca será el desenlace de un fracaso y si el comienzo de la victoria pues con ella aprendemos a amar lo que Dios ama.

La Semana Santa es la conmemoración religiosa de la Pasión de Jesús de Nazaret cuyo símbolo es la Cruz. Los cristianos no podemos profesar la fe en Cristo sin la fe en la Cruz y en verdad todo está en la Cruz y este testimonio debería simbolizar no solo la Semana Santa, también todos los días de nuestra vida. La Cruz ha de ser el centro del orbe, porque la necesitamos, porque somos pecadores y a ella debemos aferrarnos para implorar indulgencia. Orientar nuestras vidas a la Cruz es la senda de la salvación y adoramos la Cruz porque siempre acaba en la Resurrección, en la vida después de la muerte.

Como acontece en Zamora durante la Procesión de Cristo Yacente, también en Ciudad Rodrigo tiene que estremecer ver pasar a esos cofrades soportando las colosales cruces y como hice allí, en mi tierra, cuando cargué la Cruz de mayordomía, lo que debemos implorar, es convicción para cargar con amor esa otra cruz, nuestra cruz de cada día, y, ante todo, que no se nos derrumbe la fe en Dios y en la humanidad durante toda la vida.

El paso En el Monte Calvario, el trance final del drama de Jesús, la hora suprema, hora de nona, la vida acabándose mientras su Madre, al pie de la Cruz, contempla y escucha la sangre que gotea por el santo leño; pobre Madre, que agonía tan enorme también la suya. A su lado Juan, el único apóstol que le acompañó hasta el Gólgota, elevando la mano para recoger los últimos estertores de su vida. Y junto a ellos, Marta aferrada a la Cruz y extenuada ante la injusticia del tormento.

Procesión de la Agonía. El Cristo amarrado a la columna nos anuncia que la Pasión comienza sin remedio. Los tambores y trompetas de la Cofradía advierten que no debemos renunciar nunca a esa oración de perdón que le ha de llegar al Padre cuando presenciamos la imagen de su hijo azotado, atado a la columna y que nos dice que Jesús ya está en el camino hacia el Calvario definitivo. Padre, perdónanos por haber condenado a tu hijo.

En este Cristo Amarrado presenciamos los dolores de su cuerpo escarnecido y sangrante, trabado a la columna que sujetan las amarraderas cargadas por los costaleros que abrazan las maderas. Y ellos superan el quebranto en sus hombros como El superó el escarnio y los golpes de los sayones para redimir el pecado de los hombres. Y esos hombres ahora llevan su trono salvador en unas andas al ritmo acompasado de los tambores...

He aquí el hombre, pronunció Pilatos antes de dictaminar su marcha al Calvario para iniciar nuestra redención. Así presentó, el gobernador romano de Judea, a Jesús de Nazaret, ya azotado, ante la muchedumbre que exigía el destino final del reo y de esta forma Jesús salió con la corona de espinas y el manto púrpura…

La escena se repite en esta mañana y al comenzar la procesión desde la iglesia de San Agustín, suenan, como una punzada en el corazón, los sonidos atronadores de trompetas y tambores, los únicos instrumentos de la milicia romana que acompañaron a Cristo hasta el Calvario, y nos anuncian que los días de lamento llegan sin remedio. Jesús inicia el itinerario final apremiándonos a que también nosotros carguemos con la cruz de cada día para seguirle y nos anima a que, a pesar de las muchas veces que tropecemos, las caídas no deben detener nuestro camino.

Hay penitencia en las filas, porque la Vía Dolorosa siempre proclama penitencia y meditación a lo largo de todas sus estaciones, a lo largo del camino que Nuestro Señor recorrió hacia el Calvario. Y en este momento tan señalado de su Pasión, nos acercamos a Él para evocar los momentos de la agonía y de cuanto sufrió desde el pretorio de Pilatos hasta el lugar donde morirá para redimirnos, para salvarnos…

Ciudad Rodrigo quiere estar en los momentos más inhumanos cerca del Hijo. Y observa como el sufrimiento en el hombre, en Jesús, tiene un límite y, amargamente, ve como nadie evita que caiga al suelo. Jesucristo, con el cuerpo abatido como hombre, ha caído porque la carne rota y consumida no puede sostenerle y los mirobrigenses observan como es azotado por los sayones, pero también advierten la humanidad de Simón de Cirine en su auxilio mientras el golpeo de la milicia romana que lo conduce resuena por el recinto amurallado camino del monte de la Calavera.

Procesión del Silencio. En la noche del Jueves Santo la música es el silencio. Hoy, en la ciudad, ya están todos. Ya han regresado los mirobrigenses que un día se vieron obligados a marchar. El Santísimo Cristo de la Expiración les ha convocado. La devoción por esta procesión y los sentimientos del recuerdo se aúnan en cofrades y público.

Y lo hacen, lo hacemos, ante Cristo crucificado para pedir perdón por nuestros fracasos, por nuestras amarguras pero también para que su amor nos llene de esperanza en la vida. Y lo hacemos por nosotros y nuestras faltas, por aquellos que ya no podrán caminar más en la fila de la procesión y hacemos votos para que un día nuestros hijos y nietos, también ofrendan este silencio que, en Ciudad Rodrigo, como en Zamora, se convierte en plegaria de perdón.

Hermanos del Silencio mirad al Señor y encontrar respuestas entre la conmovedora sordina que os envuelve. Situaros frente a Él, colgado, suspendido entre el cielo y la tierra, miradlo pues orar no es otra cosa que mirar al crucificado. Y prometer desde la convicción de la fe.

Callaron ya los hombres en la penumbra de la tarde y, entonces, la promesa de los hermanos rasga el cielo retumbando sobre las piedras de la ciudad:

Sí, prometemos !!...

Los cascos de la caballería ponen en aviso a los mirobrigenses. Las esquilas y los tambores silencian a la blasfemia como aquel látigo hizo en el templo con el pecado y solo las piedras de la ciudad pueden hablar, pero no lo hacen, vibran cuando ven pasar a un Dios hecho hombre en este mundo que se va de él muriendo en la Cruz.

Se acerca el fin y el silencio es sepulcral, solo el repique doliente de una campanilla de Viático quiebra la noche anunciándolo; la cara lívida y pálida de Cristo parece temblar con el paso de la carroza mientras la móvil luz de las velas en los faroles ilumina su caminar. Y al final, en la Catedral, con el olor a incienso quemado, la última oración, el último Padrenuestro, suplicando misericordia, perdón, piedad, porque asumimos nuestra maldad y necesitamos su amparo, antes de iniciar la noche más triste de los tiempos.

Viernes Santo

Procesión del Santo Encuentro. Amaneció el día para mostrar el último tramo de esta Vía Dolorosa y Jesucristo marcha solo, pero Miróbriga no lo permite: la procesión ha hecho estación en la Plaza Mayor.

Sale la Verónica de la muchedumbre, sin miedo a los soldados y a los cabecillas judíos, para mostrarse ahora como salió entonces en ayuda de la persona que sufre y nos enseña su valor, no se oculta y con su lienzo blanco se acerca a Jesús.

La verónica enjuga, limpia, llena de piedad, el rostro del Maestro, sucio por los salivazos, por la sangre, por las lágrimas y por el polvo del camino y Jesús quiso recompensarla dejando impresa en el lienzo, milagrosamente, la imagen de su rostro como recuerdo de su inmolación.

En nuestra vida, en mi vida, a veces he tenido ocasión de enjugar lágrimas y sudor de personas que sufren, asistiendo a un enfermo o a un herido en el quirófano de un hospital o de una enfermería, e intentando aliviarlo, quizás nosotros también hemos limpiado, figuradamente, su rostro.

En la subida al Calvario Jesús encuentra a su Madre. Sus miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de dónde viene. Sabe cuál es su misión por eso es Madre Dolorosa. María sabe que es la madre del Redentor. Para todos los hombres y mujeres de este mundo, el encuentro de Jesús con su Madre allí, en el camino del Calvario, es un acontecimiento hondísimo pues Jesús se ha privado de la madre para que nosotros tuviéramos una madre.

El intercambio de miradas entre Hijo y Madre es intenso, profundo, pleno de amor y de ternura, también de tristeza, porque la mirada es el lenguaje más hondo e íntimo entre dos seres que se quieren. En este encuentro no hay palabras, la única palabra es la recíproca mirada que expresa el recóndito dolor que Hijo y Madre viven antes de la crucifixión en el Gólgota.

Procesión del Santo Entierro. Las últimas palabras que Nuestro Señor pronunció en la cruz, antes de expirar, venciendo, con esfuerzo, el dolor y el agotamiento, fueron: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu. Las palabras de este Cristo agónico se hicieron hermandad y se convirtieron en un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual.

Dice la historia que Jesús fue clavado en la cruz sobre las nueve de la mañana, que falleció sobre las tres de la tarde y que fue enterrado hacia las seis por José de Arimatea. En Ciudad Rodrigo, sus hijos quisieron cumplir la Ley y entierran a Jesús esa misma tarde. Y en esta tarde del Viernes Santo, en balcones y calles, se junta un tumulto sencillo, una confusión pacífica, como preámbulo al solemne rito funerario del Salvador.

En ese ambiente de presagio primaveral, en medio de una multitud llena de vida, aparece desde la Catedral un séquito de muerte y aflicción rememorando los días de la Pasión; las buenas gentes se asoman para ver pasar esta carrera de duelo en el Viernes Santo y agachan la cabeza al presenciar el paso de Jesús muerto y tendido sobre la urna. Pasa y está solo. Le han retirado ya los símbolos de su crucifixión y su Madre los ha recogido; la cara cerúlea de Cristo muerto nos hace estremecer al paso del catafalco.

Es tarde de velar a Cristo descendido de la Cruz y recogido en la urna del sepulcro, pero también de acompañar a esa Virgen doliente que ha quedado herida por una profunda pena, aunque conforme y rendida a la voluntad de Dios porque este día se puso fin al pecado. Ciudad Rodrigo ha dejado enterrado a Cristo y el pueblo se vuelve a su Madre.

Procesión de La Soledad. Nuestra Señora de la Soledad, no solo es la Alcaldesa Honorífica de Ciudad Rodrigo, sobre todo, tengo entendido, es la imagen con mayor devoción de los mirobrigenses, como también acontece en Zamora con nuestra Santísima Virgen de la Soledad. Por ello, junto a sus cofrades, se unen a la procesión multitud de fieles con piadosas velas acompañando a la Virgen desde un sentimiento y fervor popular para alumbrar el triste caminar de Ella, pero también buscando el refugio gozoso de esta semana de tanto desconsuelo.

La imagen de la Santísima Virgen en el pórtico de la Catedral mantiene el luto y la contrición en esta ciudad. Hoy, viernes noche, se respira un desabrigo infinito, como el que siente María ante la ausencia definitiva del Cuerpo de su Hijo y todo Ciudad Rodrigo participa de la soledad de la Madre.

Unas horas antes enterraron los hombres buenos a Jesús y ahora las mujeres, que fueron las últimas en verle con vida, son las primeras en rezar a la Madre su soledad. Porque esta es la procesión de las mujeres, como en Zamora.

Y allí me veo ahora, en la noche del Sábado Santo, en la puerta sur de la iglesia de San Juan con la sublime emoción de ver salir de nuevo a la calle a la Santísima Soledad; confieso que en ese día es cuando más me fijo en Ella y veo a la madre que nos ama, a la madre que llora, a la madre triste, a la madre que no nos abandona.

Pero la veo y la presiento más yerma en su duelo que unas horas antes y sus lágrimas son más elocuentes que cualquier palabra que yo pueda decir; contemplo su silueta más debilitada que nunca, su mirada lánguida postrada sobre las flores, incluso me parece más desconsolado su lloro. Y la presencio sola, sola, sin nosotros, los afligidos que, sin embargo, encontramos aliento en sus manos. Se levanta la Soledad empujada por los acordes de la Marcha Real que ahora vibran más emotivos que nunca. Arranca la procesión y camina la Virgen escoltada por cientos, hoy ya miles, de mujeres ocultando su pena en la capucha oscura y envueltas en el velo de una tenue capa, intentando enjugar las lágrimas más brillantes de la Semana Santa de Zamora. Los tambores y trompetas nos dicen que la procesión ya se ha ido, pero yo me quedo, nos quedamos, un rato viendo el lento avanzar de las damas, esas mujeres que representan a todas las mujeres de la tierra que lloran por estar solas…

Como, seguro, también sucede aquí, en Ciudad Rodrigo.

Domingo de Resurrección

Procesión de Jesús Resucitado. La Semana Santa, además de ser tiempo de muerte, es sobre todo época de vida y la vida estalla en la mañana de Resurrección. Quedó comprobado que Jesús había muerto, lo atestigua el Centurión que informa a Poncio Pilato y lo documenta la Historia a través de sus páginas, de ahí la grandeza de su gloriosa Resurrección, porque Cristo resucitó … Lo proclama el Evangelio: la piedra que cierra su tumba se movió; las mujeres descubrieron el sepulcro vacío; y existen testimonios de sus apariciones: a Magdalena, a los discípulos…

Y en Ciudad Rodrigo las gentes se reúnen contagiadas de la esperanza y la alegría de la Resurrección para dar fe de cuanto aconteció aquel día en Galilea. El aire, limpio y benigno, de este Domingo de Aleluya se presta para recibir a un Cristo pleno de vida y elevado en unas modestas parihuelas camino del encuentro con su Madre.

La procesión ya marcha por distintos y ladeados recorridos, uno aún de tristeza camino de la Plaza Mayor y otro jubiloso para recorrer la muralla antes del encuentro. Está la mayor de las plazas mirobrigenses repleta de un gentío ilusionado y ahí, como sucede en otras tantas ciudades de España, la Virgen se encuentra con su Hijo, al que recibe con los brazos abiertos: el Amor de la Madre ha vencido al Dolor de una Madre.

Otra primavera más se ha hecho el milagro de la Resurrección y con él, en la mañana del domingo de Pascua al son de la música festiva, se celebrará el encuentro de Jesús Resucitado con María, el triunfo de Cristo, su exaltación como victorioso Rey sobre el pecado, el hito que cambió la historia del mundo.

Este domingo concluye la semana de Pasión con el encuentro glorioso, donde el luto se torna azul, donde se reúnen Madre e Hijo resucitado, donde la alegría de la Resurrección se desborda en los corazones de los españoles y de los cristianos del mundo; esa alegría que no debemos olvidar a lo largo del año y que debemos manifestar todos los días.

Con la emoción desbordada por la consagración de la fe, se cerrará, un año más, la Semana Santa, en la que el Domingo de Resurrección despierta el letargo de los pueblos y nos evoca la Luz que ilumina nuestro caminar y da sentido a nuestras vidas.

Ustedes sabrán dispensarme si no he sabido exponer los sentimientos y emociones de su Semana Santa, disculpen mi atrevimiento por presentar una perspectiva de la Semana Santa de Ciudad Rodrigo sin haberla presenciado ni participado en ella.

Eternamente agradecido por su presencia y atención les doy las gracias de corazón.

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