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LOCAL
Actualizado 04/03/2024 15:25:47
Redacción

El equipo de sacerdotes y voluntarios que forman parte de este servicio diocesano realizan un acompañamiento tanto dentro como fuera de la cárcel

Atmani Abdelaziz llegó a España en patera, recorriendo los 500 kilómetros que separan su país de las islas Canarias. Hizo esa travesía dos veces. En la primera, fue interceptado y expulsado de nuevo a Marruecos. Allí apenas tenía dinero para alimentar a sus hijos o pagar el alquiler, e incluso llegaba a pedir en la calle. Esa situación le llevó a arriesgar la vida de su familia en busca de un futuro mejor. En el segundo viaje, todos se subieron a la patera: su mujer y sus cuatro hijos, el más pequeño con dos años.

Atmani llegó a España en patera junto a su familia. Él ha pasado tres años en la cárcel, y en la actualidad, vive junto a su familia en uno de los pisos del proyecto de reinserción social del sacerdote y responsable del Servicio diocesano de Pastoral Penitenciaria, Emiliano Tapia. “Estuvimos cuatro días en el mar, para buscar una oportunidad en España. Yo soy buena gente”, relata. Actualmente, está a la espera de obtener los papeles de residencia para poder trabajar, pero debido a su tiempo en prisión, legalmente tiene que esperar algunos años. Sin embargo, su mujer ya puede empezar a trabajar y lo hará en la empresa de Catering Algo Nuevo, que pertenece al proyecto de Tapia.

“Subirse a la patera es una decisión muy difícil”, admite Atmani Abdelaziz. pero se embarcaron “porque allí no estábamos bien, de lo contrario, no nos hubiésemos arriesgado en el mar, porque muere mucha gente”, subraya. En una ocasión, según el mismo recuerda, en un centro de extranjería de España le dijeron que “era peligroso para España”, pero él contestó que no, “yo soy buena gente”. Su único objetivo era dar una vida de esperanza a su familia. Lejos de la pobreza de su país.

El testimonio de Atmani da voz a muchos otros que han vivido su situación al llegar a España, y cuya única salida ha sido conocer a las personas que forman parte de Pastoral Penitenciaria, un equipo que en Salamanca está integrado por ocho personas, tres de ellos sacerdotes y capellanes de Topas. En su carta pastoral de Cuaresma, el obispo de Salamanca, Mons. José Luis Retana, realiza una llamada a la comunidad diocesana, para vincular, su “camino de solidaridad samaritana”, con la Pastoral Penitenciaria. Y por ese motivo, este equipo se pone a disposición de las parroquias, comunidades, colegios, cofradías o movimientos, para hablar sobre la situación en las cárceles y la vida de los que se encuentran en ellas.

Además, recuerda que es una tarea del antes, durante o después de la cárcel, “con quienes quieran unirse en esta misión tan evangélica en el cuidado y acompañamiento de las personas privadas de libertad”. Mons. José Luis Retana considera que es un buen ejercicio cuaresmal, “para seguir los pasos de Jesús sufriente”.

El director de Pastoral Penitenciaria, Emiliano Tapia, recuerda que su equipo es reflejo de esa tarea del Evangelio, “de anunciar la liberación de Jesús, acompañando a personas privadas de libertad dentro de la cárcel”. Y también, plantearse, “qué pasará cuando terminen la cárcel, y cómo acompañarles fuera de ella”. Y como él mismo detalla, tanto dentro como fuera de prisión, “intentamos acompañar y anunciar con distintos gestos, signos y acciones, todo lo que significa poner un poquito de luz y de liberación de humanidad en estas personas”.

Derechos fundamentales para las personas

Gran parte del tiempo de este sacerdote lo dedica a las personas que salen del centro penitenciario, ya sea por permisos o al quedar en libertad. “Con una casa de acogida, no solamente para personas de la cárcel, sino también para otras que vienen de la calle, de conflictos sociales, de consumo de drogas o de problemas de salud mental, entre otras”, como explica. En el barrio de Buenos Aires, la casa parroquial de Santa María de Nazaret está disponible para estas personas desde hace 26 años. “Además, disponemos de cuatro pisos, uno de ellos subvencionado por la diócesis, donde facilitamos esos derechos a los que no han tenido acceso, tanto dentro como fuera de la cárcel: derecho a techo, a comida o al apoyo sanitario, entre otros”, subraya.

Otro derecho en el que se centran desde este proyecto es el trabajo. En concreto, tienen varias áreas de trabajo, como las huertas, “donde muchas de estas personas recuperan hábitos”. Desde la casa parroquial, se coordina la atención de una media de 20 a 26 personas. Y cuando ya pueden incorporarse al mercado laboral, también gestionan el catering Algo Nuevo, donde en la actualidad trabajan en torno a ocho personas que han salido de prisión. Además, colaboran en tareas cotidianas de una casa, como la limpieza o la cocina.

Emiliano Tapia también destaca el seguimiento personalizado a cada una de estas personas, “en todos los ámbitos que necesita”. El objetivo principal es que “recuperen sus vidas”, matiza este sacerdote diocesano. Y considera que, como ha detallado el obispo en su carta pastoral de Cuaresma, “es fundamental que la comunidad tome conciencia de la realidad del mundo de las personas privadas de libertad, tanto en el antes, como después”. Y el equipo de Pastoral Penitenciaria se pone a disposición de la diócesis para dar testimonio de su servicio allá donde se le requiera.

38 años en la cárcel

Desde hace siete meses, Fernando vive en la casa parroquial de Buenos Aires. Ingresó en la cárcel a los 16 años y ha salido con 55. De esos 38 años de su vida en prisión, 32 los ha pasado en aislamiento. Así lo relata él mismo, que reconoce que viene de una realidad muy compleja: “Porque estar casi 39 años en la cárcel es muy complicado, me ha generado algunos problemas de salud importantes”.

A Fernando le cuesta estar solo, “y en los espacios abiertos no puedo estar porque tengo ataques de pánico”. Y son comportamientos, según él mismo reconoce, que entran dentro de la normalidad tras pasar tantos años en prisión, y en aislamiento. “Intento participar en lo que puedo, en la medida de mis posibilidades, pero es un poco complicado, porque tengo unos tiempos”. Como él mismo indica, “en la cárcel he estado prácticamente toda mi vida tumbado sobre un colchón, y cambiar esta dinámica es muy complejo”. Fernando también reconoce que no conoce un oficio, “no he trabajado nunca”.

En prisión leía muchos libros, como él mismo relata, y tras pasar por 52 cárceles distintas, admite que no tiene hábito del trabajo, “y la incorporación a la sociedad está siendo difícil”. Para Fernando es importante compartir casa con personas que han vivido una situación similar a la suya, “tiene un valor enorme”.

Palabras de gratitud

Una historia muy similar en años de condena es la de Leo, que ha pasado 24 años de vida en prisión. “Llevo con Emiliano siete años, y no tengo bastante gratitud para agradecer lo que han hecho por mí, no solo él, sino también mis compañeros, educadores o psicólogos”, apunta.

De los 24 años que estuvo en prisión, 16 estaba en primer grado. Y cuando salió, fue de un lado para otro, “estuve con mi hermana, pero no pudo ser”, luego se fue a Segovia y a Ávila, e incluso llegó a vivir en la calle, “pero contactaron con Emiliano y me vine aquí”. En la casa, ayuda en lo que puede, “si hay que limpiar, limpiamos, en lo que nos pidan”. Y para Leo, lo más duro de la cárcel fue estar en aislamiento.

Marcos García es diácono permanente y capellán de la cárcel en el Centro penitenciario de Topas. Dentro de prisión es el responsable del equipo de Pastoral Penitenciaria. “En la cárcel no entramos a título personal, sino en nombre de la Iglesia”, subraya. Y como destaca, “allí descubrimos a la persona, que es mucho más que lo que haya podido hacer en un momento determinado de su vida”.

Celebración de la eucaristía

Una de las tareas principales allí es la de escuchar, como describe este diácono permanente de la diócesis, “escuchamos su situación, su historia, sus problemas, sus expectativas, y los dones que ellos tienen para poder crecer”. La eucaristía la celebran los sábados por la mañana, y los domingos, “de una manera sencilla, en grupos pequeños, de una manera muy compartida y dialogada”.

El Servicio diocesano de Pastoral Penitenciaria también trabaja con varios grupos, incluidos los de mujeres, así como los del módulo donde se recuperan de adicciones a la droga, “o en aislamiento”. Por otra parte, cuentan con un programa de preparación para la libertad, “y en nuestro caso, la Iglesia hace un aval de esa persona para que pueda salir de permiso porque no tiene ningún arraigo familiar fuera”.

En el catering Algo Nuevo, otro de los proyectos de Emiliano Tapia, que facilita la inserción laboral, trabaja George Ewussi, natural de Ghana. Después de pasar seis años en prisión contó con el respaldo de Emiliano para salir en libertad. “En la cárcel trabajaba en la cocina”, apunta, y fuera de ella, lo primero que hizo fue colaborar en la casa parroquial de Buenos Aires. “Cuando conseguí los papeles traje a mi mujer de Ghana”, y con ella en Salamanca, ha tenido dos hijas. “Emiliano aquí es mi familia, mi padre, mi amigo, mi todo”, confiesa. En el catering es ayudante de cocina. En la actualidad, ocho de los 41 trabajadores de Algo Nuevo proceden de la cárcel o de la calle, “siempre con contrato y toda su documentación en regla, si son extranjeros”, como remarca Tapia.

La tarea en los invernaderos

En Torresmenudas tienen varias hectáreas de tierra e invernadero, donde cultivan hortalizas y frutas durante todo el año. Es otro de los programas de reinserción laboral tras salir de prisión. Allí también colabora Celiano Vicente, vecino del barrio de Buenos Aires, que conoce a Emiliano desde hace 30 años. Siempre ha contado con el apoyo de este sacerdote, en especial, tras pasar unos años en la cárcel. “Aquí tenemos mucha tarea, desde plantar, sembrar o recolectar”, enumera. Para él es muy importante mantenerse ocupado, “y encima si es algo productivo para los demás, mejor”. En la actualidad, Celiano vive al margen de su barrio, “ha cambiado mucho desde el inicio hasta hoy, porque las personas que viven son otras”.

En el equipo de Pastoral Penitenciaria también cuentan con voluntarios laicos, como Miguel Reyes, que acude cada viernes a la enfermería del Centro penitenciario de Topas. “Mi tarea es estar, sin más, y a hacerme amigo si me aceptan, y sobre todo, escuchar, porque ellos agradecen mucho hablar, especialmente con alguien de fuera, porque así se desahogan”, argumenta. Este voluntario nunca les pregunta por los motivos que llevaron a estas personas a estar en prisión, “para mí, ellos son personas como yo, tienen la misma dignidad, de hijos de Dios, y por lo tanto, son los más amados, porque están en una situación totalmente vulnerable”.

Miguel Reyes admite que cada vez que va a prisión aprende, entre otras cosas, “a luchar por la dignidad“. Se emociona cada vez que ve un ejemplo de lucha por esa dignidad, “que no tiran la toalla, que quieren salir adelante, y que se dan cuenta de lo que han hecho”. En relación con su tarea, hace un llamamiento para que más laicos de la comunidad diocesana se animan a colaborar como voluntarios en Pastoral Penitenciaria, “necesitamos personas que vayan a dar su testimonio de fe, y a luchar por un mundo mejor”.

Fuente, vídeo y fotos: Diócesis de Salamanca.

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