OPINIóN
Actualizado 19/10/2023 07:59:15
Álvaro Maguiño

Creo que el tipo de trabajo que más detesto es el comentario crítico de una lectura obligatoria. Para hacer una página, los escritores de los libros académicos han consultado más de cuatro fuentes distintas, las cuales se añaden a una dilatada y laureada trayectoria manejando el tema. Y tengo que ir yo, deshacerme en elogios sobre la información proporcionada en un libro, ceñirme a un esquema concreto, habiéndome leído cinco fuentes en tiempo récord y remordiéndome por tener la audacia de criticar la manera en la que se ordenan los temas. Mientras tanto pienso en las cosas que dejamos a los demás.

Este cuatrimestre he tenido dos lecturas obligatorias. Mientras que una me ha parecido el mejor libro que he leído durante toda la carrera y me ha devuelto la ilusión por aprender, la otra solo me ha supuesto una pérdida de tiempo. Porque las cosas que me han dejado o bien me iban perfectas o bien me quedaban grandes. Al mismo tiempo que me tiraba de los pelos resolviendo cómo disimular mi profundo desagrado, prestaba un típex para solventar un asunto secundario. No volví a pensar en él hasta que metí la pata haciendo las cosas sin prestarles atención y dejando tras de sí un tachón que huele a sinceridad. A día de hoy, no he recuperado ni el tiempo perdido ni el típex, aunque este último no me importa. Las cosas que he dejado a los demás han supuesto más valor que el del objeto. En el típex han quedado una serie de arrugas que se corresponden con mi índice y pulgar. Y tendrá que volver un poco más vacío y un poco más arrugado, también con el recuerdo de que durante unos días tuvo dos dueños. De esos días que dejé para leer un libro no queda ni el recuerdo.

Por eso hay que conocer a fondo las cosas que nos dejan y las que dejamos a los demás. Para entender que el tiempo se tensa y relaja, se emplea y se pierde, se escribe y se borra.

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