“Esaú volvió muerto de hambre y le dijo a su hermano: "Dame un poco de esas lentejas". Jacob le contestó: "Puedes comer un poco de mi plato si me dejas que yo sea el primogénito en tu lugar". Esaú accedió y así vendió su primogenitura a su hermano por un plato de lentejas”.
La “esperanza frustrada” durante treinta y dos años se ha ido diluyendo en la gran infusión de promesas: La población envejecida será primorosamente asistida, construiré residencias bien dotadas de servicios sociales, sanitarios, de ocio y de cuidados con mimo; y este esmero y amparo se hará extensión a la población del mundo rural, donde me volcaré, por que nuestros mayores sientan satisfechas todas sus necesidades sociales, sanitarias, de gestión y lúdicas.
Y no pararé, hasta que nuestras estameñas pardas se tornen en vergeles floridos y hermosos, y los agricultores y ganaderos gocen de las mayores y mejores ventajas para su salud, educación y porvenir de sus hijos y de ellos mismos; así nuestros pueblos recobrarán su población y su ambiente, y enterraré, por siempre, el san Benito de “tierra vaciada”.
Y me dejaré la piel, hasta conseguir que retornen nuestros cerebros y esa juventud emigrada, que sirve y entrega sus saberes en lugares foráneos.
Y no cejaré en mi empeño de convertir nuestra comunidad en la envidia y modelo de las todas comunidades del país, y por no ser demasiado pretenciosa, del mundo todo.
Y durante treinta y cinco años de frustraciones, la “esperanza” ha tenido que acudir al pasaje biblíco, que encabeza este artículo: a echarse en manos de una muleta, en la que apoyar su irreparable fracaso. Y ha caminado un trecho de legislatura, casi en “Babia”, apoyando su peso en una muleta naranja hasta desgastarla, quebrarla y convertirla en añicos. Y la voz de su amo aprovechó el momento, para exigir a la “esperanza frustrada”, que intentase probar si podía andar sola, valerse por sí misma; se decidió y se dio de narices; y, ante la impotencia, tuvo que echar mano de otra muleta, esta de color verde, también exigente: Puedes comer un poco de mi plato, si me dejas, que yo sea, el primogénito en tu lugar”.
Y de esta forma la “esperanza frustrada” ha asegurado otros cuatro años su plato de lentejas, con la anuencia del respetable.
¿A qué puede ya optar la “esperanza frustrada” a su edad?