Un algoritmo identifica a los hombres de piel oscura con los chimpancés. Un alarde de lucidez, de atención a lo diferente, de inteligencia. Ven piel oscura en los dos casos y no hace falta más percepción.
Otro algoritmo identifica a las deportistas con las actrices porno. Como ven en los dos casos piel a la vista y vestidos cortos ya no necesitan más. Es un prodigio de perspicacia, de atención a los matices, de discernimiento. Bendita inteligencia artificial.
¿Pero la gente no se da cuenta de que los algoritmos son imbéciles? ¿Y aceptan que pongamos nuestra vida en manos de estos imbéciles? ¿Es que hay una epidemia mundial de idiotez mucho peor que la del covid?
Los algoritmos son a abstracciones sin vida y se les escapa del todo la vida concreta. No se enteran realmente de nada. Lo simplifican todo en datos, números y cantidades. Como si no hubiera más que eso en el mundo. Qué pobreza infinita. Como si no hubiera infinidad de matices, de sutilezas, de contradicciones, de cambios.
La cólera de los imbéciles llena el mundo, escribió una vez Georges Bernanos. Pero ahora es el poder de los imbéciles. Y todo el mundo se ha vuelto ciego y catatónico.
¿O es que hay alguien en algún rincón que se aprovecha de nuestra idiotez y se enriquece a costa de ella? Su vida no la deciden los algoritmos, ni a quien besan, ni qué comida matizada saborean, ni qué vino sutil paladean. Y se ríen de nuestra docilidad y sacan provecho de ella.
Las grandes corporaciones se enriquecen y nuestra vida se empobrece. Se convierte en una histeria por comprar la próxima máquina. Y el algoritmo ciego dirige.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR