No dejan de sorprenderme los chicos y chicas de la Casa Escuela Santiago Uno. Así me sorprendió una chica una mañana al despertarse.
Tengo tres hijas maravillosas y quizá a pesar mío. No me considero el mejor padre, supongo que como la mayoría intento hacerlo lo mejor posible y gestionar mis miedos a que les pase algo. Mi vida está entregada a mis hijas y también a los chicos de la Casa Escuela, mis hijas cada año van siendo más autónomas.
Nuestro chicos en la mayoría de los casos no han tenido una buena experiencia de cuidado paterno y materno.
Aquí se descubre el efecto terapeútico del cariño y también las secuelas de una infancia de abandono o abuso.
A veces sobrecoge la responsabilidad de ser una persona de referencia que ellos identifican con una madre o un padre, sin serlo a pleno tiempo del todo. Intentamos compartir nuestras familias con ellos porque sólo la profesionalidad no basta.
No me pasa sólo a mí. La mayoría de los educadores y educadoras de las casas experimentan lo mismo. Por ejemplo ahora en verano hacemos quince días de voluntariado de veinticuatro horas cada día y el resto del año al menos un fin de semana al mes.
Tenemos un trato familiar que ayuda a compensar algunas carencias afectivas, escolares, etc.
Compartimos trabajo, estudio, excursiones, diversión sana, arte y servicios a la comunidad.
Educamos en la vocación de ayuda a los demás que ellos tienen muy desarrollada.
Durante todo el verano nos turnamos en cuatro equipos de educadores que durante quince días trabajamos diez haciendo cemento, jardinería, cocina, estudios aplicados para la vida, circo, deporte y cada quincena cinco días de playa: Gijón, Valencia, Galicia, Santander donde hay varios trabajando en la hostelería.
Hay mucha terapia indirecta mientras se realizan actividades, los educadores somos muy interdisciplinares. Ponemos a su servicio nuestras aficiones y conocimientos.
En una sociedad que piensa en asegurarse una jubilación, yo rehúyo de pensar en ese derecho. Busco tener una utilidad evaluable para los que me rodean y sobretodo si no han tenido las mismas oportunidades.
En mi caso la vitalidad viene de la acción y de la misión. Por supuesto también se necesitan muchos espacios de lectura, reflexión y espiritualidad.
Da sentido a la vida ver a tus hijas hacerse mujeres de provecho y formar parte de los sueños de menores menos afortunados.