Conserva semillas de multitud de especies vegetales y esporas de hongos de Castilla y León junto a los de muchos otros lugares de España y el resto del mundo
En 2020 se cumplen 16 años desde la entrada en vigor del Tratado Internacional de los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, un instrumento concebido para garantizar la conservación y la utilización sostenible de las especies vegetales -pensando, sobre todo, en las destinadas a la alimentación y la agricultura- y la distribución correcta y equitativa de los beneficios derivados de su uso.
La norma internacional obliga a conservar nuestro entorno natural. El sentido común, también. Por eso en 2007 nació el Banco de Germoplasma (o Banco de Semillas) de la Universidad de Salamanca. Gestionado por el grupo de Palinología y Conservación Vegetal, bajo la dirección de José Sánchez Sánchez conserva especies fundamentalmente vegetales pero también material fúngico como esporas y micelio de hongos. "Se trata, en su mayor parte, de semillas de plantas en peligro de extinción y también de algunas con cierto interés hortícola", matiza Sánchez, quien sigue al frente de la instalación, una de las dos de estas características que existen en Castilla y León. La otra se ubica en Valladolid y pertenece al Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León, el ITACyL.
El éxito de este peculiar Banco en el que se invierte en biodiversidad radica en el estricto cumplimiento de los protocolos. Y esa forma de actuar establece que los frutos que se recogen con intención de catalogarlos y almacenarlos han de estar maduros; "no vale en cualquier momento", explica su director. El siguiente paso es la cámara de postmaduración, "por si alguna de las semillas recién llegadas está inmadura aún". A continuación, toca saber si son o no viables "porque hay que conservar cosas que puedan germinar de nuevo". "Se priorizan aquellas especies en las que la estrategia reproductiva va encaminada hacia algo concreto". Cuando los especialistas logran determinarlo, toman la decisión definitiva.
En el caso, cada vez más improbable de que lo recogido sea desconocido para los expertos, el protocolo marca que se debe catalogar, medir, pesar 100 semillas, analizar su color, su tamaño... El resto de pasos se darán una vez que se constate que las semillas germinan "en un tanto por ciento aceptable".
Conservación y economía 'de guerra'
La conservación es el otro eje del Banco de Germoplasma y se debate entre dos modelos dependiendo de si la semilla recogida se va a usar en periodo de tiempo de entre uno y tres años, "en cuyo caso se conservan en unos frigoríficos a cuatro grados", o si va a estar más años almacenadas, lo que obliga a conservarlas a una temperatura de veinte grados Celsius bajo cero. A medida que pasen los años, y dado que se trata de elementos especialmente sensibles, los científicos irán comprobando si esas semillas siguen siendo viables. Si las pruebas demuestras que la viabilidad ha decaído, a los 5-6 años se ponen a germinar "para dejarlas crecer, que formen flor y fructifiquen y dejar semillas jóvenes en el banco". "Estamos trabajando con elementos vivos que tienen que seguir vivos", apostilla José Suárez.
Los métodos de análisis, eso sí, son más bien, los tradicionales. La tecnología más puntera sigue siendo un compañero de viaje poco habitual por el encarecimiento que supone. Por eso no se hacen estudios genómicos de forma cotidiana. "Los genomas del arroz y el del maíz nos interesan a todos", precisa Sánchez, "pero el de una planta que solo encontramos en un pequeño lugar, no, porque cuesta dinero y no tiene tanto interés". "Sería importante hacer esos estudios genéticos pero no se dispone de tiempo ni de dinero", subraya quien, todavía hoy, pelea cada año por lograr una financiación digna para seguir garantizando que, suceda lo que suceda, la biodiversidad se mantenga prácticamente intacta.