EN BLANCO Y NEGRO
Actualizado 16/11/2018
Redacción

Fue una de las más emblemáticas de la ciudad y a ella se acercaban a diario cientos de criadas y aguadores que, al tiempo que llenaban y transportaban sus cántaros, pasaban revista a las casas y familias salmantinas a modo de tertulia

La Salamanca del último cuarto del XIX es una población de casuchas de dos alturas, callejuelas estrechas, y todavía dentro del recinto amurallado, que mantiene la impresión de inmovilidad que ya ofrecía a lo largo de todo el siglo XIX.

Si bien podemos exceptuar algunas casas-palacio y la belleza y monumentalidad de los edificios eclesiásticos y algunos civiles, entre los que sigue destacando la Universidad.

Por la noche la ciudad está sometida a la escasa luz que proporcionan las farolas de petróleo, hasta que en 1889 se comienza a instalar el fluido eléctrico en las zonas más céntricas.

Las fuentes mitigan todavía la carencia de una red de suministro, siendo una de las más emblemáticas la del Campo de San Francisco, donde se acercan a diario cientos de criadas y aguadores que, al tiempo que llenan y transportan sus cántaros, pasan revista a las casas y familias salmantinas a modo de tertulia permanente que precisa de continúa actualización.

Con el inicio de la construcción del ferrocarril hacia Portugal, Salamanca comienza su expansión en dirección noroeste trazando dos obras importantes para la ciudad, la Alamedilla y el Paseo de la Estación.

FOTOGRAFÍAS

  • PRIMERA. Paseo de la Estación con cruce a la Avda de Portugal (Obra importante para la ciudad).
  • SEGUNDA. En la fuente del Campo de San Francisco. J. Laurent.
  • TERCERA. Fuente del Campo de San Francisco tomada por Venancio Gombau en 1915.

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