OPINIóN
Actualizado 18/09/2018
José Luis Sánchez

Historias de perros y dueños humanos las hay a montones y variopintas. Que el perro es el mejor amigo del hombre, de eso no cabe duda. En los últimos días he sido testigo de conversaciones de tres personas que contaban en diálogos espontáneos que pilla uno en los bares y lugares públicos?personas que contaban sus experiencias y su vida con los perros de compañía. Llamados de otra forma, mascotas.

Cuando los animales desaparecían por ley de vida, estas tres personas sufrieron un problema común: la depresión, la tristeza crónica por un amplio espacio de tiempo. La querencia a la melancolía y al ensimismamiento que provoca la pena por una ausencia amada.

Yo no tengo perro. Veo el asunto, pues, desde fuera. Y me llama poderosamente la atención el nivel afectivo que llegan a alcanzar estos animales con sus dueños humanos. En los tres casos citados, que yo he vivido tan de cerca, la ausencia del perro en la vida de su dueño ha provocado en éste una notable hecatombe emocional, de la que les ha costado tiempo y dolor salir.

Uno de ellos, incluso, me comentó apesadumbrado que no quiere volver a tener perros. Se pasa demasiado mal cuando se van.

La fidelidad, la entrega sin condiciones?Quizá, en muchas ocasiones deberíamos mirarnos los humanos en su espejo. El de los perros, digo.

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