Hacia ellos había cierta admiración y respeto, además, solía ser un oficio que se transmitía de padres a hijos
Uno de los oficios tradicionales en nuestra ciudad era el de "tratante de ganado". Había que tener unas características muy especiales, capacidad de persuasión, saber apreciar la calidad del ganado, y tener temple para no 'calentarse'; todo ello eran características de la personalidad, difícil de aprender en ese mundo tan difícil.
Hacia los tratantes había cierta admiración y respeto, solía ser un oficio familiar que se transmitía de padres a hijos. A los mercados acudían ganaderos con el deseo de vender. Comprador y vendedor iban informados de los precios antes de entrar en trato. El vendedor por lo general pedía una cantidad superior a la del mercado, y el comprador enumeraba los defectos del animal ofreciendo una cantidad menor.
A veces el comprador se retiraba para hacer otros tratos; mientras tanto el vendedor también se informaba si era buena la oferta que le había hecho.
El comprador volvía, y vuelta de nuevo al regateo hasta que llegaban a un acuerdo y el trato se cerraba con un apretón de manos que tenía más validez que un contrato, no había vuelta atrás, entre ellos se conocían y si alguno faltaba a su palabra "podía ir dejando el oficio".
Los tratantes se pateaban los caminos y eran una fuente de información de primera mano de lo que pasaba en el mundo.
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