La literatura se ha vuelto mercado. Las librerías van cerrando para dar paso a supermercados de libros de poco voltaje. Por eso se debe confiar en la buena poesía, siempre al margen del mercado, siempre voceando lo que aflige o emociona al hombre.
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¿Cómo evitar tanto parloteo, tanta inanidad de la palabra? Peligrosa situación la que tenemos pues ello conduce a que muchos descrean de ellas, desconfíen del lenguaje y estimen que todo gira en torno a una construcción vacía. ¡Saquémoslas del lodazal donde están embarradas para acompañar un decir hipócrita, propio de la corruptela del pensamiento y del sentimiento! Rescatemos, al menos, las palabras esenciales: Solidaridad, pan, Cristo, libertad, justicia, humildad? ¡Hagamos que la Palabra vuelva a ser tabla de salvación!
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Las palabras desnudas sólo brotan después de haber contemplado todos los semblantes de la vida. Escribir sin haber vivido es como plantar flores de plástico en un desván.
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Atravesamos por tiempos de palabras huecas, erosionadas por una repetición que corrompe sus significados y las torna estériles. Pareciera que tal destrucción importa a pocos, a los no envilecidos, a los que se alejan del entretenimiento o las patochadas. Cercano al milagro es encontrar a gente deseosa de huir del cielo que representa el consumo exacerbado.
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Un lenguaje atemporal para salvarte de la usura y para devolver a las palabras su brillo primordial.
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Celebra las palabras que nacen del silencio y no del ruido que a diario afilan afuera. Así tus palabras dichas (o escritas) serán Palabra universal, trino que otros sabrán retener dentro de sí.
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Cuesta, pero te acostumbrarás a tallar tu propia claridad, indispensable para no quedar crucificado por el ríspido hablar del parodiante.
Pintura de Miguel Elías