OPINIóN
Actualizado 21/03/2018
José Amador Martín

Desde las cimas que bordean los valles, la brisa se desliza sobre los caminos dibujados en el paisaje, mientras la aurora, recién iniciada, hace olvidar la maraña de estrellas sobre las innumerables islas adornadas con los colores de la naturaleza.
El cielo tiende un espejo azul de eternidad sobre las aguas relucientes y se alejan, una a una, las sombras del invierno

La flor perfumada de la primavera

se hace gesto y palabra,

almíbar en el aire,

un palpitar sereno

de nuestro pensamiento.

Diálogo que nace

como un primer suspiro,

suave como la espuma,

esbeltez de la flor

modulando el silencio.

Diálogo sin ángulos

sobre el cristal fundido

y desnuda la voz

por la miel del encuentro.

En el reloj suenan las horas,

la luz, de sorprendente caricia,

con las sombras

que descubren una ciudad distinta

y un silencio

que recorre las calles solitarias.

Y la ciudad, mágica,

es una membrana de siglos y costumbres

de jardines que viven

con la primavera

los primeros sueños de luz

tras el invierno gris de los relojes

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