Desde las cimas que bordean los valles, la brisa se desliza sobre los caminos dibujados en el paisaje, mientras la aurora, recién iniciada, hace olvidar la maraña de estrellas sobre las innumerables islas adornadas con los colores de la naturaleza.
El cielo tiende un espejo azul de eternidad sobre las aguas relucientes y se alejan, una a una, las sombras del invierno
La flor perfumada de la primavera
se hace gesto y palabra,
almíbar en el aire,
un palpitar sereno
de nuestro pensamiento.
Diálogo que nace
como un primer suspiro,
suave como la espuma,
esbeltez de la flor
modulando el silencio.
Diálogo sin ángulos
sobre el cristal fundido
y desnuda la voz
por la miel del encuentro.
En el reloj suenan las horas,
la luz, de sorprendente caricia,
con las sombras
que descubren una ciudad distinta
y un silencio
que recorre las calles solitarias.
Y la ciudad, mágica,
es una membrana de siglos y costumbres
de jardines que viven
con la primavera
los primeros sueños de luz
tras el invierno gris de los relojes