OPINIóN
Actualizado 21/10/2017
Isaura Díaz Figueiredo

Cuantos luceros, codicias y

enfrentamientos,

habrán crecido en la

oscuridad de la noche.

¿Y los legisladores? Pregunta

la joven niña.

¡Legislando hija mía!

¡legislando!

y escuchando el llanto del

viejo roble,

aquel que cuando tú eras

niña,

y mirabas a la luna,

que jugaba entre algodones

con las nubes,

las verdes hojas, ante el

fugaz viento,

pregonaban:

¡cuidado!

¡cuidado!...

¡son hijos de malas cunas!

Miraron hacia otro lado,

¡Es viejo roble chochea!

y entre pactos siguieron,

manteniendo malas crías.

Rezo al lucero que nace,

luego anudo a la cabeza,

mi pañuelo de flores,

¡que no será jamás negro!, ¡no!

Con el corazón quebrado saludo a mi amigo el roble

¿Te acuerdas? Susurra?

viejas guerras, rencores,

dolor, odio,

familias divididas?

Y un grito a la desesperada las hojas ocres,

a punto de besar el suelo pronuncian,

¡Hermanos!, ¡hermanos!... tengan cordura

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