Andar la ciudad, la nuestra, la de las doradas piedras, increíblemente hermosa, te descubre infinidad de detalles semicultos que desearías no ver, como esta colección de treinta pequeñas columnas en forma de punta de flecha de las que se ha apoderado el verdín.
Me encantaría que el rector de la Universidad me consiguiera un andamio al que subirme provisto de una espátula con la que borrar el paso del tiempo. Ni un euro cobraría por el trabajo, que la sin igual fachada plateresca donde se asienta la rana lo merece y lo pide a gritos. Y nada diría el batracio por verme cerca en tamaña y necesaria labor.