Dejo un beso en la frente de mi madre, y es como si dejara el corazón encima de la soledad de un lirio que va arrugándose en el oscurecer. La residencia en medio de la tarde es como una arboleda deshojada entre los brazos dulces de la luz. Mi madre es una sombra iluminada por la respiración azul del tiempo. Mientras me alejo de ella y salgo fuera, el pueblo se me adhiere a las entrañas. Las calles por las que corrí de niño son lágrimas de arcilla que hoy moldean el rostro de un espacio fragmentado que intento componer dentro de mí.