OPINIóN
Actualizado 01/10/2016
Tomás González Blázquez

Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37) (Papa Francisco en Evangelii Gaudium).

A falta del epílogo el próximo sábado en el santuario de la Peña de Francia, en forma de Jubileo de la Misericordia, la Asamblea Diocesana alcanza hoy su acuerdo final votándose el documento definitivo que plasme en papel lo que esta parábola de alegría y esta profecía de sueños tiene de programa de reforma. Un papel sumergible como esos rumbosos relojes que uno puede meter en la piscina. Un papel que se arrugue de estudiarlo y acudir a él, que se llene de apuntes, nombres, encargos, intuiciones, desarrollos y notas al margen, pero que nunca se moje, ni se archive en el fondo del cajón, ni se mande al contenedor azul. Un papel que sirva, que conmueva, que ayude a renovar, que dé pistas, que conlleve asunción sincera y dispuesta de responsabilidades. Un programa en el buen sentido, fruto del esfuerzo común, que no puede ser un plan más, o un conjunto de objetivos y tareas, sino que ansía atreverse, arraigarse, ser más auténtico.

La experiencia de estos tres "triduos" que han sumado la "novena" asamblearia resulta ya inolvidable para los que la hemos vivido desde dentro. El diálogo en los diecisiete grupos y las puestas en común, las horas de redacción y las sesiones plenarias, las oraciones y las comidas, han sido en sí mismas un programa asentado en la comunión, en la sana discrepancia entre hermanos que confluye cada vez que se fijan los ojos en Jesús para seguir sus huellas. La clave del día después de la Asamblea, es decir, de los próximos años en la Diócesis de Salamanca, será continuar mirando a Cristo y andando su mismo camino.

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