OPINIóN
Actualizado 18/09/2016
Soraya Herráez y Rebeca Martín

"No quiero para nada una persona mayor. Una persona mayor no me haría caso; no querría aprender. Intentaría hacer las cosas a su manera y no a la mía. De modo que necesito un niño."

Charlie y la fábrica de chocolate. Roal Dalh (1964)

¿Quién no ha oído alguna vez el nombre de Roal Dalh? ¿Quién no se ha encontrado con sus libros: Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate o James y el melocotón gigante? entre otros. Todos, independientemente de la edad que tengamos, en algún momento de nuestras vidas nos hemos topado, incluso reencontrado, con sus historias llenas de diversión, giros inesperados y repletos de reflexiones. A veces algo crueles, con dosis de rebeldía pero con un fino humor, tintes cómicos y lejos de la moralina habitual existente en literatura infantil.

El pasado 13 de septiembre, el novelista y autor de cuentos británico Roald Dahl, cumplió 100 años. Este apasionado explorador y creador de historias nos ha dejado un fantástico legado al mundo de la literatura infantil. No olvidemos también su salto a la gran pantalla, ya que muchos de sus libros se hicieron tan populares que acabaron convirtiéndose en películas de gran éxito como: Charlie y la fábrica de chocolate, dirigida por Mel Stuart y protagonizada por Gene Wilder en el papel de Willy Wonka.

Aquí os dejamos unos de los cuentos populares y de tradición oral más versionados. Pero esta vez en verso y apto para niños perversos.

CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO

Estando una mañana haciendo el bobo

le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,

así que, para echarse algo a la muela,

se fue corriendo a casa de la Abuela.

"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.

La pobre anciana, al verlo, se asustó

pensando: "¡Este me come de un bocado!".

Y, claro, no se había equivocado:

se convirtió la Abuela en alimento

en menos tiempo del que aquí te cuento.

Lo malo es que era flaca y tan huesuda

que al Lobo no le fue de gran ayuda:

"Sigo teniendo un hambre aterradora...

¡Tendré que merendarme otra señora!".

Y, al no encontrar ninguna en la nevera,

gruñó con impaciencia aquella fiera:

"¡Esperaré sentado hasta que vuelva

Caperucita Roja de la Selva!"

-que así llamaba al Bosque la alimaña,

creyéndose en Brasil y no en España-.

Y porque no se viera su fiereza,

se disfrazó de abuela con presteza,

se dio laca en las uñas y en el pelo,

se puso la gran falda gris de vuelo,

zapatos, sombrerito, una chaqueta

y se sentó en espera de la nieta.

Llegó por fin Caperu a mediodía

y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?

Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".

"Para mejor oírte, que las viejas

somos un poco sordas". "¡Abuelita,

qué ojos tan grandes tienes!". "Claro, hijita,

son las lentillas nuevas que me ha puesto

para que pueda verte Don Ernesto

el oculista", dijo el animal

mirándola con gesto angelical

mientras se le ocurría que la chica

iba a saberle mil veces más rica

que el rancho precedente.

De repente Caperucita dijo: "¡Qué imponente

abrigo de piel llevas este invierno!".

El Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!

O no sabes el cuento o tú me mientes:

¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!

¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,

te comeré ahora mismo y a otra cosa".

Pero ella se sentó en un canapé

y se sacó un revólver del corsé,

con calma apuntó bien a la cabeza

y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.

Al poco tiempo vi a Caperucita

cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!

¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?

Pues nada menos que un sobrepelliz

que a mí me pareció de piel de un lobo

que estuvo una mañana haciendo el bobo.

(Cuentos en verso para niños perversos. Roald Dahl / il. Quentin Blake. Alfaguara, 2008)

¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!! Y QUE CUMPLÁS 100 AÑOS MÁS.

Soraya Herráez.

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