OPINIóN
Actualizado 22/08/2016
Redacción

A veces casi olvido que soy árbol y que la luz late entre en las ramas de mi alma como un líquido gorrión picoteando el atardecer. No pienso que mi pecho es la colina en la que silban los alcaravanes llevándose en su vuelo el resplandor del trigo aún sin recolectar. Dudo también, a veces, de los álamos que suben por mi sangre día tras día cuando el verano llora en las esquinas celestes del silencio en el que habito como un erizo torpe, abandonado. A veces casi olvido mi cansancio de avena leve, hundida en las vaguadas que vuela hasta posarse entre mis ojos haciéndome sentir que soy camino, vereda azul que cruza el encinar.

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