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Sin número
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Calle de la Fe s/n

Sin número

Actualizado 15/01/2022 09:37
Tomás González Blázquez

El miércoles al salir de la guardia tuve triste noticia por mi amigo Raúl Velasco del fallecimiento del profesor Juan Salvat Puig. Comentamos que nos gustaban sus clases de Medicina Legal, y luego me vino a la memoria cómo precisamente en uno de los seminarios, cuando nos ayudaba a elaborar algún tipo de documento médico-legal, utilizó para el domicilio uno que no podría dar lugar a confusión: la calle dedicada al profesor Domínguez Berrueta, otro Juan universitario salmantino. Ni la de Berrueta ni la de La Fe que regala título a esta columna tienen puerta alguna. Son calles sin número. Calles con puertas inexistentes y, a la vez, por esto, inequívocas. Puertas de las que nadie tiene una llave a buen recaudo. Puertas que no cierra la ignorancia ni canda la dureza de corazón.

Compromete el juramento hipocrático a “venerar como a mi padre a quien me enseñó este arte, compartir con él mis bienes y asistirles en sus necesidades”. Los tiempos han cambiado y ya no abundan estas relaciones duraderas de maestría y discipulado, pero la muerte del profesor Salvat me trajo, como en un aluvión, bastantes nombres de docentes de la Facultad de Medicina ya despedidos en estos quince años, y también los de algunos compañeros con los que, ya en la práctica médica, compartí trabajo y de los que aprendí. Como Berrueta y La Fe, tampoco ellos tienen número, no son un número de colegiado, ni un número más en la larga lista de la vida que depara encuentros fugaces y etapas de convivencia académica o laboral.

La memoria de los muertos, a los que recordamos con gratitud, está presente en el esfuerzo de los vivos. Para muchos, los que estudiaron en Salamanca en la vieja facultad de Fonseca, la calle Berrueta no es una calle cualquiera. Y todos, sin excepción, no pueden, no podemos, ser tratados como un número más, como está ocurriendo tantas veces. Paradójicamente, de un tiempo a esta parte, los números ya no salen. Se sabía y nada se hizo, por lo que no pueden sorprender las actuales consecuencias: médicos fuera de España, médicos sin poder acceder a la especialización, médicos que sufren en su trabajo aunque sigan amando su profesión e incluso deciden parar... por su salud mental.

No peco de corporativismo al reivindicar que cualquier atisbo de reforma sanitaria nacional, si es que no es muy ingenuo soñar con ello, que probablemente lo es al menos hoy, debe pasar por recuperar el respeto a la profesión médica. Poner a la persona en el centro, como exige un buen acto médico, se corresponde también con devolver al médico al centro del sistema sanitario, y no desplazarlo como un mero peón, ni ignorar su criterio clínico, ni difamar su trabajo con falsedades publicadas en la prensa. Ayudaría también que no se pisoteara a través del BOE nuestro código deontológico para regocijo de progresistas y liberales.

Esos y algunos otros de diversas filiaciones hablarán de sanidad en estas semanas de precampaña, campaña y “postcampaña” a las que asistimos, algunos con muchísima pereza, por estos lares de León y Castilla. Divagarán sobre servicios públicos sin cuantificar, que las promesas son fáciles de meter en un mitin pero difíciles de cuadrar en un presupuesto. Hablarán de reforzar los recursos sanitarios, pero no terminarán de precisar cómo y cuántos, es decir, qué médicos de guardia se suprimirán y cuántas localidades (¡muchísimas!, voy avanzando) abarcaremos los médicos rurales, que ni los anteriores gestores llegaron a hacerlo con lo claro que, se supone, lo tenían. Pedirán el voto al fin para salvar, para proteger, para blindar, para… la sanidad. Un voto, un número. Uno más, confundido entre todos, en la masa. Precisamente la confusión que esquivaba Salvat imaginando un portal en Berrueta, como el que sueño yo cada vez que paso por esta Calle de La Fe s/n. ¡Gracias y descanse en Paz, profesor!

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