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El obispo envía un emotivo mensaje en el funeral por el joven Iván Díaz
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LEÍDA DURANTE EL FUNERAL

El obispo envía un emotivo mensaje en el funeral por el joven Iván Díaz

Actualizado 13/01/2022 09:00
Redacción

El sacerdote José Miguel González ha dado lectura a la carta dedicada a los familiares y seres queridos del jóven

José Luis Retana, Obispo de Salamanca, ha querido hacer llegar este miércoles un mensaje a la familia y amigos del joven Iván Díaz Bustillo, fallecido de forma “trágica y prematura”, y cuyo funeral se ha celebrado este mediodía en su localidad natal, Paradinas de San Juan.

Al término de la celebración, ha sido el sacerdote José Miguel González quien daba lectura al mensaje del obispo, en el que se une a su ‘dolor’ y pide en su oración “por Iván y por vosotros para que el Señor os dé la gracia de vivir estos momentos con la paz que sólo él puede proporcionar”.

Más de medio millar de personas han asistido a la misa funeral, celebrada a las doce del mediodia en la iglesia parroquial de Paradinas, acto marcado por el silencio y el dolor entre familiares, seres queridos y los numerosos vecinos de la comarca que han asistido y que han participado desde el pasado domingo en las diferentes labores de búsqueda del joven.

A continuación reproducimos íntegramente la carta que el obispo ha remitido a la familia de Iván Díaz:

Queridos Leonor y Alberto, querida Celia, abuela Chelo, tíos, primos, familia, y amigos todos de Iván: hace tres días que he tomado posesión como obispo de Ciudad Rodrigo y Salamanca. En estos momentos estoy en Ciudad Rodrigo entrevistándome con los sacerdotes de esta Diócesis. Me llega la noticia de la muerte de vuestro hijo Iván, un joven querido y apreciado por todo el pueblo de Paradinas, trabajador y buen amigo. Me es difícil, como obispo vuestro expresar mis sentimientos en estos momentos de dolor profundo por la muerte incomprensible de vuestro hijo. Soy consciente de vuestro dolor, sé que lo estáis pasando mal y quiero que sintáis la cercanía del obispo que quiere estar cercano a su pueblo.

La muerte es un enigma para nosotros, queridos Leonor y Alberto. Nunca es fácil tener que decir una palabra en una situación semejante a la que estáis viviendo y estamos viviendo todos con vosotros. El obispo, como padre y pastor de toda la Diócesis, también está profundamente conmovido, como lo están los sacerdotes que están celebrando la Eucaristía, todos vuestros paisanos y amigos, y toda la Diócesis que se une a la consternación que nos ha producido la trágica y prematura muerte de Iván, aún por causas no del todo esclarecidas.

Todos compartimos vuestro lógico dolor ante esta muerte. La muerte de Iván nos duele hasta el fondo del alma, nos arranca la sonrisa y momentáneamente nos llena de confusión y nos deja sin palabras. Entiendo que el sufrimiento humano es tierra sagrada que hay que tratar con total respeto.

Seguro que cada uno de nosotros entra en este sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del “por qué”. Hoy nos preguntamos una vez más por el sentido del sufrimiento y buscamos una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente ponemos muchas veces esta pregunta también a Dios, que comprende nuestra lógica REBELDÍA… Jesús se compadece de nuestro dolor. Y quiere respondernos desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo, a veces se requiere mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible… El hombre percibe su respuesta salvífica sólo y en la medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.

La respuesta sólo puede llegarnos en el encuentro interior con el Maestro. Porque Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo nos dice: “Sígueme”, “Seguidme”, tomad parte con vuestro sufrimiento en la obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. La muerte del Señor siempre será para nosotros una lección suprema y paradójica. Porque en esa muerte se nos da la vida, en su negra oscuridad se enciende la luz, y en su aparente vacío se nos entrega la más dulce y eterna compañía.

Porque la muerte de Cristo no termina ahí ni así. Es el último paso humano antes de traspasar la puerta eterna de la resurrección. Entre ambos pasos está la espera. Los cristianos lloramos la separación que nos impone esa espera. Nos duele profundamente la muerte. Nuestra fe no es una anestesia, ni un atajo. Es natural que suframos por la muerte de las personas queridas. Pero sufrimos con esperanza, no desesperados.

En la desolación y en la impotencia en que nos colocan hechos como esta muerte, debe reafirmarse nuestra convicción de creyentes. Como dice el Salmo 22: no estamos dejados de la misericordia de Dios, porque Él nos acompaña siempre, en la dicha y en el dolor; y si el creyente en Dios mantiene la fe incluso en las situaciones límite como la que estamos viviendo, podrá decir con el salmista: «habitaré en la casa del Señor por años sin término».

Del misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor nace la luz que ilumina el sentido de la vida humana y nos descubre que nuestra muerte no nos deja caer en el vacío de la nada. Este consuelo se funda sobre los hechos históricos de la pasión del Señor, cuyo contenido es el misterio pascual: la muerte y la gloriosa victoria sobre la muerte de Cristo resucitado. El joven Iván ha emprendido el camino que le lleva al encuentro con Jesús glorificado, el camino definitivo a la casa del Padre para habitar en ella por días sin término y allí conocer y participar del amor definitivo y la felicidad que no acaba.

Miremos esta muerte que nos llenan de dolor con ojos de fe. El Señor es el único Señor. El Señor de la historia y de nuestra propia y personal historia. Él es el creador y nosotros somos criaturas. Nos llama amorosamente a la vida y nos la pide. Oramos: “Te entregamos, Señor, la vida de Iván en tus manos de Padre. Tú vas a ser desde hoy su única compañía. Confiamos en la ternura de tu amor, que lo habrá abrazado amorosamente. Lo entregamos a tus divinas manos, con dolor pero también con paz, con lágrimas, pero con esperanza”.

Como obispo vuestro quiero deciros que sé que lo estáis pasando mal y que lo estoy pasando mal con vosotros. Que me uno a vuestro dolor y se une también la Diócesis entera. Esta mañana he aplicado la Eucaristía y he pedido en mi oración por Iván y por vosotros para que el Señor os dé la gracia de vivir estos momentos con la paz que sólo Él puede proporcionar. Y he pedido a la Virgen, (que en Paradinas veneráis bajo la secular advocación del Hinojal) que lo reciba y lo abrace cómo sólo una madre sabe hacer. Que la oración de tantos amigos os alcance la aceptación humilde de esta muerte aún sin entender su sentido. Que guardemos en el corazón, como María, las cosas que no entendemos. Pidamos al Señor que fortalezca nuestra fe. Descanse en paz este buen amigo Iván que ha encontrado definitivamente el abrazo del Padre al que todos caminamos. El Señor os bendiga.

Con el afecto y la bendición de vuestro obispo.