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Ni reyes, ni magos
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Ni reyes, ni magos

Actualizado 05/01/2022 08:58
Juan Antonio Mateos Pérez

“Busco tu rostro Señor, anhelo ver tu rostro… ¿dónde te buscaré estando tu ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto que habitas en una claridad Inaccesible. Pero, ¿dónde se halla esa inaccesible claridad? ¿cómo me acercaré a ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo que rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro…”

SAN ANSELMO

Uno de los episodios más entrañables y conocidos de la infancia de Jesús, ha sido el de los Reyes Magos. Relato del evangelista Mateo grabado en la imaginación de miles de niños a lo largo de generaciones, que esperan la madrugada del 6 de enero para recibir algún regalo. Vamos por partes, los relatos de la infancia de Jesús son auténticos relatos teológicos, queremos desvelar que contiene el mensaje de Mateo.

Sólo Mateo y Lucas sintieron la necesidad de reconstruir los primeros años de la vida de Jesús y añadieron estos breves relatos de la infancia al resto de su evangelio, cuyo esquema básico habían tomado de Marcos. Es significativo que Marcos no dice nada al lector sobre el nacimiento y la infancia de Jesús, ni menciona el nombre de su padre (José). Marcos comienza con el bautismo de Jesús y termina con la resurrección. El mismo esquema encontramos en el discurso de Hch 10, 37- 41 y en el evangelio de Juan.

Si leemos atentamente Mt 1-2 y Lc 1-2 veremos que efectivamente es muy poco lo que tienen en común, y que incluso existen algunas discrepancias entre ellos. Constituyen una porción muy especial de la tradición evangélica, en la que los intereses no eran de tipo histórico, sino tenían motivaciones teológicas. Es muy probable que la intención de los evangelistas aquí, más que en otros lugares de sus evangelios, fuera mostrar en profundidad la identidad de aquel a quien sus respectivas comunidades reconocían como Mesías y Señor de sus vidas. Esto no quiere decir que no utilizaran tradiciones sobre Jesús. Por otro lado, se escribirán para unas comunidades muy concretas y no pensando en nosotros.

Muy tardíamente surgió entre los cristianos un vivo interés por recuperar los primeros años de la vida de Jesús. Los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas son un ejemplo de este interés y constituyen el primer eslabón de una cadena que se prolongará más tarde en una serie de evangelios apócrifos, cuyo propósito fue recuperar los años ocultos de Jesús que las comunidades reconocían como el Mesías esperado.

Los magos cultivaron más la fantasía popular que los humildes pastores de Lucas. En el protoevangelio de Santiago (siglo II), sólo los magos fueron a rendir homenaje a la cueva de Belén. En las catacumbas, aparecen representados los magos dos siglos antes que los pastores, que no aparecen hasta el siglo IV. El culto a las reliquias de la Edad Media, disparó todavía más la imaginación popular. Se nos cuenta que los restos de los magos fueron llevados de Persia a Constantinopla en el 490, por el emperador Zenón. Estas reliquias aparecerán de repente en Milán, y de allí fueron llevadas a Colonia, en el 1162. Hoy se veneran en un altar magníficamente esmaltado, aunque en 1903, se devuelven parte de ellas a Milán. Tuvieron una gran exaltación en la pintura florentina del siglo XVI, incluso, llegaron a crearse cofradías dedicadas a los reyes magos, donde realizaban desfiles alusivos con gran pompa y circunstancia, plasmándose luego en óleos y en frescos.

Hay que comentar que Mateo no dice que los reyes magos fueran tres, ni reyes, ni magos (tal como los entendemos nosotros). Habla que llegaron unos magos de Oriente (Mt 2,1). En la antigüedad se llamaban magos a los sabios que estudiaban el curso de las estrellas y se dedicaban a las ciencias ocultas. En Mateo, los magos representan lo mejor del saber y de la religiosidad pagana procedente de Persia. Estos seguidores de la estrella parece que buscan la verdadera luz a través de la revelación natural. En su luz, se desvaneció toda la magia, alcanzando el verdadero saber y adorando al Dios verdadero.

Mateo que escribe para una comunidad judía, establece un relato teológico de la infancia basándose en personajes del Antiguo Testamento, el referente era el Rey Salomón. Sabio entre los sabios, no solo superior a los reyes, también los sabios o magos de Oriente. Uno de los episodios de la vida del rey Salomón es la visita de la reina de Saba, ese relato de la visita, tiene los mismos elementos que el relato de los reyes magos.

El relato de Mateo ha alimentado el “midrás cristiano” (análisis interpretativo de la Escritura). El primer paso fue elevarles a la categoría de reyes, esto se anticipa en el Salmo 72, 10-11.

Los monarcas de Tarsis y las Islas

ofrecerán tributo;

los monarcas de Seba y de Sabá

presentarán regalos.

Y a él habrán de adorar todos los reyes

todas las gentes le han de servir.

Ya Tertuliano en el siglo II, afirmaba que “en Oriente se consideraba a los magos casi como reyes”. En Occidente en el siglo V, se daba por supuesto que eran reyes, como había indicado San Cesareo de Arlés.

Otro paso en el proceso midrásico, fue señalar el número. Debido a la mención de tres regalos (Mt 2, 11 - y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra...-). De esos tres regalos, se fijó casi corrientemente el número de tres magos. Pero aparecen otros números, dos en las catacumbas de los santos Pedro y Marcelino; cuatro en los frescos del siglo IV en las catacumbas de santa Domitila; y hasta doce (¡con nombres!) en las listas medievales orientales.

Fue también en Oriente, donde aparece el primer intento de darles nombre, se les llama Hormizda, rey de Persia; Yazdegerd, rey de Sabá; y Perozad, rey de Arabia. En el libro de Adán y Eva, obras cristianas conservadas en Etiopía, se les llama: Hor, rey de los Persía; Basanáter, rey de Sabá; y Kasurdán, rey de Oriente. Los cristianos occidentales los llamamos, Melchor, Gaspar y Baltasar, tradición que se halla en los Excepta Latina Barbari. En el mosaico de la Iglesia de San Apolinar el Nuevo en Rávena, del siglo VI; aparecen también esos nombres y la alusión a que pertenecen a razas diferentes. Aunque, el rey negro tardó mucho en aparecer en el arte.

En las obras de San Ireneo en el siglo II y en un himno de Prudencio (s.IV), sobre la Epifanía, se relacionan los regalos con diferentes aspectos de Jesús (oro con la realeza, incienso con la divinidad, y mirra con el redentor sufriente). Más tarde con diferentes aspectos de la respuesta cristiana: oro, simboliza la virtud; el incienso, la oración; la mirra, el sufrimiento. También el oro la realeza, el incienso la divinidad y la mirra, la humanidad y sufrimiento de Jesús.

Para terminar, en la figura de los magos, Mateo prefiguraba a los cristianos gentiles de su propia comunidad: “Vendrán muchos de Oriente y Occidente a sentarse a la mesa de Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios” (Mt, 8, 11). Los magos de Oriente y Occidente entre los gentiles, reciben la proclamación de Jesús como Mesías. Estos cristianos, como nosotros, fueron atraídos a Jesús. Se les explicó y fueron instruidos en las Escrituras de los judíos y llegaron a creer en el Mesías y rendirle homenaje. Tú y yo, querido hermano en la fe, somos los magos, de Oriente y Occidente, tú y yo que nos volvemos a Dios, gracias a una estrella que alumbra en la noche: Jesús, el Mesías. Tú y yo, que con el Espíritu podemos penetrar en el sentido, como un ver sin ver y un sentir sin sentir. Desde Jesús y con el Espíritu, podemos llegar a decir: Busco tu rostro Señor, anhelo ver tu rostro…

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