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La noche inmensa de nuestra oscuridad innata
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La noche inmensa de nuestra oscuridad innata

Actualizado 01/01/2022 09:35
Juan Ángel Torres Rechy

En ocasiones, necesitamos bajar un escalón del horizonte de expectativas generadas en torno a nuestras personas. El saco, decimos en México, puede quedarnos grande. No damos el ancho. El universo del mundo digital nos arroja imágenes de Dioses donde todos sonríen y tienen la vida que nosotros quisiéramos tener. La gente celebra sus cumpleaños, las reuniones entre amigos, los viajes, los éxitos laborales, se muestran indignados contra lo que piensan que deben combatir y se muestran solidarios con los ideales que piensan que deben apoyar. Esas constelaciones de gente de bien brillan en lo alto del cielo del internet. Sus figuras lucen hermosas. Los niños las señalan con los dedos de las manos. Pero abajo, en la vida a ras de tierra, las cosas pueden ser distintas.

Cómo podremos sentarnos a contemplar un árbol o una montaña si no tenemos dinero para comer. El movimiento pendular de las ciudades nos lleva de ida a los posibles lugares de trabajo y de regreso a nuestros espacios del supuesto descanso. La energía generada por ese vaivén lejos de nutrirnos y fortalecernos nos desgasta, como el agua pasando por las piedras de los ríos gradualmente diluye los relieves de nuestras apariencias y nos unifica bajo un aspecto unánime y constante. Los tiempos de traslado de un punto a otro del péndulo nos enfrentan a una especie de vacío donde nada más ocurre. Igual que la sangre circulando por nuestras venas, nosotros circulamos por las venas del organismo de la ciudad, y como nadadores sacamos la cabeza del agua para recoger algo de oxígeno antes de sumergirnos nuevamente en el circuito de la sociedad.

El mundo que vemos en la ciudad y el campo es el mundo que es. Pedro Duque lo ha visto desde arriba, y Cervantes lo ha creado desde dentro, pero eso es lo que es y no hay más. La literatura solo revuelve las mismas ideas de siempre, al modo del viento de Garcilaso de la Vega que el cabello de una dama mueve, esparce y desordena. Petrarca, ya lo han dicho otros antes que yo, sigue leyendo a los poetas modernos para crear su estilo. Hoy es sábado primero de enero de 2022. En China será el Año del Tigre dentro de un mes. En las redes sociales seguiremos encontrando selfis y memes igual que en el 2021, como dice Garcilaso, por no hacer mudanza en su costumbre. Mas unos pocos intentarán seguir andando más adentro en el descubrimiento del ser de la vida más elemental, a pesar de las privaciones dictadas por el mundo. Leamos a Pessoa.

Soy un guardador de rebaños. | El rebaño son mis pensamientos | y mis pensamientos son todos sensaciones. | Pienso con los ojos y con los oídos | y con las manos y los pies | y con la nariz y la boca. || Pensar una flor es verla y olerla | y comer una fruta es saber su sentido. || Por eso cuando en un día de calor | me siento triste de gozarlo tanto | y me acuesto contento sobre la hierba | y cierro los ojos calientes, | siento todo mi cuerpo echado en la realidad, | sé la verdad y soy feliz. Antes, yo creía en la Salvación, en la vida eterna, en esa otra realidad de frente a la verdad, sin espejos. Hoy lo veo todo como una bella imagen poética. Como una excelsa exhibición de virtuosismo de la imaginación y el olvido. Esa hondura, me parece, de un modo u otro refleja la hondura de nuestra alma. En El Artesano de la Verdad, de Marco Perilli, leemos que «el humanista Antonio Manetti, en el siglo XV, a partir de unos datos sembrados en el texto [de la Divina Comedia], calculó las medidas del infierno y Lucifer resulta ser de unos mil ciento sesenta metros de alto, mientras que cada uno de sus brazos mide 374 metros», así como si fuera un Molino de Viento del Quijote. La noche inmensa de nuestra oscuridad innata con algo debemos de señalarla.

La literatura, en todas sus vertientes, como las matemáticas que desconozco y la física que ignoro, debería servir para volvernos sencillos como un teléfono de marcación a pulso, a discos, como una escoba, como una ventana; o como un árbol liberal con sus frutos en las ramas. Todas esas cosas que no vemos en las redes sociales, pues carecen de valor de cambio. La literatura, como la música, puede recordarnos todas esas cosas que hemos olvidado desde mañana cuando todavía no dejábamos de ser niños y no sabíamos que la ropa podía tener una marca y que la magia era irreal. En el otro ser humano encontramos la imagen que nosotros mismos llevamos impresa en algún lugar de dentro. Reconocernos como personas modestamente simples, graciosas, un escalón por debajo de la expectativa de la televisión, sería como concebir otra Ítaca más.

Xalapa, Veracruz, México

1 de enero de 2022

Juan Angel Torres Rechy

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